Félix Calderón Saucedo

SIN TÍTULO 1

Quedaban para verse en las entrañas de una plaza rectángular, cerca de una de las estaciones de Madrid. Nunca entraba, ninguno de los dos por la misma entrada de arco semicircular, dos días seguidos. Y cuando se encontraban, se miraban un segundo, como dos desconocidos que entrechocan un sentido de complicidad por la ruina vital que conllevan.

El silencio envolvía sus encuentros, como una casualidad con una vileza que ensombrecía el aire que respiraban. A veces entrelazaban lentamente sus manos, cuando se hundían entre el tumulto ufano de las calles. Y sus dedos sobrevolaban el aire, como mariposas marchitas que agitan las alas en pos de un plan suicida hermoso. Y dejar un agónico paraíso de servidumbre al cielo; y degenerar el suelo del mundo con revolcones en el asfalto.

Mariposas que sueñan besos con lengua; que imaginan bocas que se tocan y consumen dos mil segundos de saliva que contactan dos vidas que se mueren por vivir juntas, o por morir revueltas. Luego…todo pasó. Las mariposas del estómago sufrieron un orgasmo metafísico y se hicieron gusanos, que conformaban una úlcera cancerígena. Y después…vinieron los otoños en primavera…y fueron demasiados meses, para una vida tan pordiosera. Y después vinieron los roces con las balas, las mañanas mediocres, las salas vacías, las risas ausentes, las lágrimas en los ojos de la gente, la oscuridad invadiendo las esquinas…Y después la agonía de vivir, sabiendo que sin ti no soy nada; y me quede sin alas…y me exilié.

SIN TÍTULO 2 

Me decía que no tenía alas, que no podría volar. Me recordaba cada día, que yo era un mediocre mortal, un crío con piel de adulto, y que me reía de la vida para no aceptar que el tiempo pasaba y estaba acabando conmigo. Yo la amaba, con toda mi alma. No la conocía de nada, tan sólo de miradas fugaces que explotan, de ojos marchitos que buscan unas edénicas tesituras. Pero yo la amaba, con el corazón en la boca, me perdía su pelo, me mataba su sonrisa.

Pronto me dí cuenta que nuestro amor era imposible, que ella era una diosa, y yo sólo un poeta. Condenado, a observarte desde lejos, a escribirte en silencio, a recordarte, a soñarte, a morirme llorando lágrimas de semen por tu ausencia. Pero mucho tardé en comprender que tenía que olvidarme de ti.

Por eso pasaron mil años, sobre esta tierra seca. Por eso tuvieron que llegar las plagas adultas, la peste anciana, y el agonizar ceniciento. Por eso no pude evitar amamantar al recuerdo de una boca, al anhelo de unos labios. Siempre dormí sólo, en la cama del fondo. Dónde se engendran las composiciones orgánicas más profundas…siempre añoraba un cuerpo a mi lado, una boca a la que acudir a falta de aire que tomar…pero nunca estuviste.

Me dediqué a quererte toda la vida, con los latidos suspendidos del lívido aleteo de tus párpados. Y en sueños me colgaba de tu pelo besándolo con los dedos, y cuando t veía contenía la respiración por no vomitar mis emociones, te queria pero me avergonzaba. Porque eras demasiado majestuosa para mi, y yo sólo te adoraba. Me dediqué a quererte con el alma, hasta que tuve que irme, y el olvido me abrigó con su manto de hojas otoñales y de llantos de otoño.

La primavera se acabó, y el verano se marchó lejano y distante…austero, como un anciano decadente y absorto en la muerte colgante. Nunca me fui, nunca me marché, intenté olvidarte por que quería seguir viviendo, pero mi vida nunca fue vida sin tu pelo…

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