Estefan llegó en 1997 a Madrid desde Australia, en uno de sus múltiples viajes por el mundo. Araceli vino hace cinco meses desde Inglaterra buscando una vida más fácil. Los dos llegaron al aeropuerto de Barajas y allí se han quedado.
Ellos son una muestra de las decenas de indigentes que han convertido las terminales en su casa: usan los bancos como cama, se asean en los lavabos y arrastran sus escasas pertenencias en carritos portaequipajes.
Estefan, húngaro, de 67 años, es el más veterano de los huéspedes de Barajas. Era nómada, hasta que la burocracia se topó en su camino y quedó atrapado en la T-1 con el pasaporte inutilizado. No tuvo otro remedio que mendigar.
Conviven con el personal
Todo el personal del aeropuerto conoce a este "hombre entrañable que nunca da problemas". De hecho, "desayuna con los de seguridad", comenta un empleado de la limpieza que ve a Estefan como "el alma del aeropuerto".
Pero su "felicidad" contrasta con la cara de Araceli, guineana, de 39 años, que llegó desde Londres en noviembre. Desde aquel día permanece sentada, con la mirada perdida, "esperando a Rebeca, una amiga que vendrá pronto", aunque lleva cinco meses de retraso.
Estefan, ‘el rey de Barajas’, se apena por ella: "Pobre mujer, siempre sola". "Es difícil saber cuántos indigentes hay aquí, porque hay seis fijos, pero por la noche vienen muchos en metro y esto se llena", cuenta un empleado de Barajas.
José, alias James Bond, es uno de los sin techo que vienen y van: "Vengo de vez en cuando en busca de unos amigos que duermen aquí". Todos prefieren ir al aeropuerto a pasar la noche antes que acudir a los albergues. "Allí no puedo dormir, hay mucho ruido, peleas y borrachos. Es mejor el ambiente de aquí", dice Estefan.
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