De dormir en un banco del parque a vivir en su propio apartamento: "He recuperado mi dignidad"

  • Una ONG prueba con éxito un programa para los 'sin techo' más marginales importado de EE UU, que apuesta por darles lo primero una casa.
  • El 100% de los 38 indigentes mantienen un año después la vivienda.
  • También constata sus mejoras en la salud física, mental y emocional.
  • Gregor dice que desde que dejó la calle aprovecha más la vida y ha recuperado su dignidad como persona.
Gregor Tadla muestra las llaves que dan acceso a su vivienda del barrio de San Fermín (Madrid).
Gregor Tadla muestra las llaves que dan acceso a su vivienda del barrio de San Fermín (Madrid).
JORGE PARÍS
Gregor Tadla muestra las llaves que dan acceso a su vivienda del barrio de San Fermín (Madrid).

Gregor Tadla, 48 años y nacido en Galitzia, una región sureña de Polonia, lleva media vida en Madrid. A los 25 años, recién terminada la carrera de Física, llegó en autobús con intención de pasar el verano. "Vine de vacaciones a ganarme unas pesetas. Pero dice el refrán que de Madrid al cielo". Delgado y muy alto, recibe atento en la puerta del apartamento en el que vive desde hace un año, cuando la ONG Rais le rescató de la calle en una situación límite para participar en Habitat, un proyecto pionero en España (importado de EE UU) con el que se ha demostrado que los 'sin techo' más marginales pueden rehabilitarse si lo primero que se les da son las llaves de su propio hogar.

La casa de Gregor está ubicada en una modesta corrala del barrio de San Fermín, en el sur de la capital. Es pequeña y luce pulcra y extremadamente austera, reflejo de los años que su inquilino pasó durmiendo en el suelo de los soportales de Moncloa, donde se sobrevive con lo imprescindible.

El hombre que tiene sobre la mesa un tomo de 'Fausto', que relee porque le encanta el final, es el mismo que cualquiera se pudo cruzar tendido bajo una manta "en el tercer banco según subes al Templo de Debod", en los "pasadizos de los cines de Plaza España" o "en el solar del principio de la calle Ferraz". Culto y muy irónico, solo una dentadura mellada que se esfuerza en ocultar revela su pasado insalubre y callejero.

Gregor trabajó nueve años de butanero. Otros tantos fue camarero. "Pero me gustaba demasiado el vidrio y empecé a tener problemas con el alcohol". Pasó a dormir en la calle casi sin darse cuenta. "Es una línea en la vida que cruzas sin saber cómo. Te metes en una rueda que va con la inercia y cuando paras y miras para atrás no hay nada. Miras para adelante y tampoco hay nada. Entonces decides que te quedas".

Así una noche después de otra. "Encuentras un grupo de gente en tu misma situación. Aprendes dónde hay un comedor en el que dan de comer, otro donde dan el desayuno, que en ese otro sitio se duerme mejor. Y sigues. Buscas el lugar más seguro y a un grupo con el que sentirte más protegido de las agresiones".

Un día, estando en la Plaza de España, un trabajador del Samur Social —servicio municipal que tantas veces le llevó maltrecho a un albergue— le entregó un formulario del programa Habitat, de Rais. La ONG buscaba personas sin hogar para probar un modelo de asistencia diferente al de los albergues y comedores, que ya se había probado exitoso en EE UU y Europa, bajo el nombre de Housing First. En Madrid arrancaron con 10 pisos (ahora tienen veinte). Recibieron un total de 920 solicitudes y un ordenador decidió aleatoriamente que Gregor fuera uno de los afortunados.

Cada inquilino de Habitat cuida de su casa, a su manera. Mayoritariamente son viviendas cedidas por las administraciones públicas o alguna entidad bancaria, aunque también hay de mercado libre. Los usuarios, cuando tienen ingresos aportan el 30% al alquiler, para corresponsabilizarse. Si no ingresan nada, no pagan nada. La ONG les ayuda a empezar a buscar trabajo o a solicitar la renta mínima de inserción, como en el caso de Gregor. Un año después de que arrancara el programa, el 100% de los 'sin techo' de Habitat mantienen la vivienda y han sabido aprovechar esta segunda oportunidad de la vida.

Semanalmente un trabajador de Rais les visita en sus pisos. "Al principio arrastran muchos hábitos de la calle", explican. Algunos, por ejemplo, no se acostumbran a disponer de un frigorífico y en sus primeras compras siguen eligiendo productos enlatados y no perecederos, en lugar de productos frescos.  "Gregor prefería ir a los comedores sociales antes que cocinar en su propia casa". Ya no pierde el día cruzándose Madrid. Guisa en casa, y con sofrito.

Otro de los pilares de Habitat es la confianza en las personas desahuciadas hasta sí mismas. Les tratan como adultos y no les exigen más cambios que los que ellos decidan acometer. Para su sorpresa, los 38 frenaron el consumo de alcohol y drogas, mantienen sus casas limpias y se integran en el barrio como un vecino más. Gregor asiente. "Llegué en agosto a este piso y en Navidad mi vecina ya me pasó cordero y marisco. Y si me ausento una noche, se molesta si no le aviso".

Gregor dice haber recuperado "la dignidad" y que se siente mejor persona que cuando vivía en la calle. Ya no vive con la urgencia de conseguir una barra de pan, un brick de vino y un banco tranquilo. No se atreve todavía a compartir sus planes de futuro, por timidez, pero asegura que hará "todo lo posible por no volver a tener que comer comida de la basura. Eso va a ser que no me apetece".

El pisito de Gregor tiene una terraza con magníficas vistas al centro de Madrid. Curiosamente, la única parte de la ciudad que no se ve desde el balcón es Moncloa, el barrio de las noches de frío asfalto que este hombre intenta dejar atrás.

Así es el proyecto Habitat

Siguiendo la estela de Pathways to Housing, organización que mostró el éxito de Housing First en Nueva York, Washington y Philadelphia, entre otras ciudades, Europa ha copiado la fórmula de entregar pisos unipersonales a los 'sintecho' más perjudicados. Habitat cuenta con 38 viviendas en Málaga, Barcelona y Madrid. El programa financia los alquileres y los gastos asociados a la casa. Las viviendas están cada una en un barrio diferente, para no crear guetos y facilitar la inserción. Los requisitos que se exigen a los 'sintecho' son tres años de calle, algún problema de adicción y también padecer alguna discapacidad física o problema de salud mental. "Es un programa para los más perjudicados que les da una segunda oportunidad". En Madrid el 100% de los beneficiarios mantiene su casa un año después. Y los costes son inferiores a los de su atención más tradicional, la de los albergues y comedores, sostiene Rais: 34 euros por 'sin techo al día'. Con programas similares a Habitat, erradicar el 'sinhogarismo' en España, donde las ONG calculan que hay 8.000 personas durmiendo cada noche en las calles, costaría 100 millones de euros al año.

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