Actores argentinos en España: una pasión de ida y vuelta

Ensayo en la escuela de teatro La Casona, de Fernando Griffell.
Ensayo en la escuela de teatro La Casona, de Fernando Griffell.
LA CASONA
Ensayo en la escuela de teatro La Casona, de Fernando Griffell.

Los profesionales del teatro argentinos (profesores, actores, directores) han sido parte importante del desarrollo de las artes escénicas en España desde que, a finales de la década de los 70, comenzaron a llegar, huyendo de la dictadura militar que asoló Argentina entre 1976 y 1983.

Esa primera oleada vino a ofrecer a la escena española una forma diferente de hacer teatro. Si España era una referencia por su rica historia dramatúrgica, en Argentina se había gestado una nueva forma de actuar. 

“Creo que el ‘modo argentino’, si este concepto existe, implica una gran naturalidad en la interpretación y la aceptación por parte del actor de un profundo compromiso en la construcción del personaje y en el momento de la encarnación del mismo”, explica Fernando Griffell, argentino descendiente de catalanes. Su abuelo llegó al país latinoamericano en 1911, y hablaba en catalán con su hijo, el padre de Fernando. Él recorrió el camino inverso. Llegó a Barcelona escapando del horror del terrorismo de Estado. Empezó a impartir clases en 1978, y dos años después fundó la escuela de teatro La Casona, que en 2015 cumple 35 años de formación teatral en la Ciudad Condal.

En Madrid, los argentinos que escapaban de  la dictadura también sentaron escuela. Los más conocidos son Juan Carlos Corazza y Cristina Rota, quienes se han convertido en referencia en la formación actoral para cine y televisión. En sus escuelas aprendieron los rudimentos de su trabajo actores que lograron fama: una tradición de los Goya es que Javier Bardem agradezca a su maestro Juan Carlos Corazza cada vez que sube al escenario a recibir una estatuilla.

Y este nuevo modo de trabajar con los actores se desplegó en escuelas no institucionalizadas que fundaron los argentinos, una alternativa a la formación reglada universitaria o el academicismo de las escuelas superiores. “En ese momento (1980), solo existía en Barcelona el Instituto del Teatro y un taller escuela de mimo y claqué: nuestro centro nació como una verdadera opción a la formación institucionalizada y como escuela privada organizada para formar actores”, cuenta Griffell.

Un puente teatral

Para entender el aprecio que genera en España el teatro argentino, vale un ejemplo: en esta temporada, las dos principales ciudades españolas rinden homenaje al teatro argentino. En el Teatre Lliure de Barcelona se ha programado un ciclo con cuatro montajes con directores y/o intérpretes del país latinoamericano. El dramaturgo, actor y director Claudio Tolcachir, el maestro Daniel Veronese, las actrices Cristina Banegas, María Onetto y Malena Alterio (un claro ejemplo de hispanoargentina) y el actor Federico Luppi, son algunos de los que pasaron o pasarán por el mítico teatro barcelonés esta temporada.

El Ayuntamiento de Madrid, por su parte, llegó a un acuerdo de hermanamiento para desarrollar actividades culturales conjuntas con la capital argentina, cuyo primer hito es Buenos Aires-Madrid, un puente teatral, una alianza entre el coliseo en activo más antiguo del mundo, el Teatro Español, y el Teatro San Martín de Buenos Aires para desarrollar actividades conjuntas.

Por ejemplo, en Buenos Aires, un equipo argentino va a representar la obra de Fernando Arrabal El arquitecto y el emperador, y en 2016, con motivo del 400 aniversario de la muerte de Cervantes, en el Teatro Español de Madrid se representará El cerco de Numancia, con montaje del propio director de la sala, el madrileño Juan Carlos Pérez de la Fuente, y con un reparto compuesto por actores argentinos.

Unidos por la lengua

Madrid y Buenos Aires son las capitales mundiales del teatro en español. La fuerza del idioma común hace que estas plazas se potencien y que una plaza con una gran tradición teatral como Barcelona quede muy relegada a nivel internacional por lo acotado de la influencia de su lengua.

“El castellano que se usa en Madrid está abierto a muchas sonoridades y, por tanto, el teatro allí es receptor de muchas culturas y riquezas que conllevan un mestizaje fecundo. El catalán, siendo una lengua de inmensa riqueza, no se usa ni en el resto del Estado ni en el resto de los países que viven en español, como Argentina”, explica Griffell, quien pide una mayor apertura al español en las salas barcelonesas. “Estamos seguros, y esto se sabe y se añora en la sociedad barcelonesa, que si los teatros de la ciudad abriesen sus escenarios al castellano (local y foráneo), Barcelona sería insuperable y verdaderamente insustituible en su doble oferta lingüística teatral”, señala Griffell.

Aunque lleve casi 40 años en Cataluña, Griffell considera que la relación del actor argentino y el público es tan especial que conforma un ADN actoral muy particular que hace que se valore especialmente en España: “En Argentina, la relación entre el público y ‘sus’ actores es entrañable. El público acompaña y enaltece con su presencia la labor artística de este colectivo. Es difícil encontrar butacas vacías en los teatros argentinos. Eso da seguridad y justifica cualquier esfuerzo de los muchos que realizan los actores en aquel país. Ese esfuerzo y esa entrega, tan agradecida por ‘su’ público, genera propuestas originales, de enorme amplitud estilística y de altísima calidad. Y eso es lo que ellos aportan allí donde van: una especial vivencia del hecho, excepcional, de ser actor”.

A cambio de recibir artistas escénicos de  tanta calidad, las capitales españolas, principalmente Madrid y Barcelona, ofrecen a la gente de teatro argentina una mirada amiga y atenta a sus propuestas, así como estructuras y equipamientos de última generación; y, en los niveles altos de la profesión, proyección europea y retribuciones económicas muy considerables en comparación con las de su país de origen.

Huyendo de la crisis

En los últimos años de la década de los 90 y los primeros de siglo XXI, Argentina sufrió una grave crisis económica que provocó otra oleada de inmigración, en este caso por motivaciones principalmente económicas y de perspectivas de futuro. Como era lógico, España fue uno de los principales destinos elegidos por los emigrantes argentinos, entre los que se encontraba gente del teatro. Los emigrantes de la dictadura ya habían sentado las bases del prestigio de los maestros de teatro argentinos, pero esta nueva oleada tenía delante de sí el desafío de estar a la altura de las circunstancias. Además del reto, más importante aún, de ganarse el sustento. Pero algo había cambiado.

“Teatralmente, me siento más lejos de la generación anterior de argentinos, la que vino con la dictadura, que de los españoles de mi generación, los que tienen entre 30 y 40 años: entendemos el quehacer teatral desde un lugar más práctico”, explica Jorge Sánchez, un director argentino afincado en Madrid desde 2002. Según Sánchez, entre los 70 y los 90, “en Argentina se ha evolucionado bastante en formas de trabajo, en superar algunas escuelas, algunos métodos, y nos hemos adentrado más en una forma más práctica, más dinámica; y aquí uno se encontraba con cánones que en Argentina ya no se desarrollan”.

Llegó becado por una fundación argentina para cursar dos años de estudio con el maestro José Sanchís Sinisterra. Cuando la beca terminó, decidió quedarse. Impartió clases, montó la compañía La Cantera, con la que actuó por todo el país, hasta que en 2008 tomó la decisión de tener un pie en cada lado del charco. “Entre 2008 y 2013 he estado trabajando una mitad del año en cada país”, señala.

Sin embargo, en el año 2014 volvió a sentir la  llamada de España. En el tiempo que pasó en Argentina se relacionó con españoles que iban allí a hacer teatro, y retomó el contacto laboral en Madrid. “Sentí que tenía que quedarme en Madrid de nuevo: hay una dinámica artística interesante, la gente está empezando a trabajar desde otros parámetros, hay un movimiento nuevo que en 2008 no se producía”, explica Sánchez, que acaba de estrenar como director la obra Líbrate de las cosas hermosas que te deseo en una sala independiente de referencia, Cuarta Pared, donde había trabajado como profesor. La autora del texto es la burgalesa María Velasco: otro ejemplo de trabajo conjunto teatral entre españoles y argentinos.

<p>Ensayo de la compañía de Jorge Sánchez en Cuarta Pared de la obra <em>Líbrate de las cosas hermosas que te deseo.</em></p>

Intercambio cultural

“Hay una historia de intercambio: los españoles que durante la dictadura de Franco desarrollaron su faceta artística en Argentina generaron ese interés de los argentinos por España, y después, los argentinos que vinimos. Hay una reciprocidad muy grande, lo que hace muy fluido el trabajo entre argentinos y españoles”, explica.

Entre esos inmigrantes de la segunda tanda, en el año 2000 llegó Diego Bergier, un actor y profesor de teatro que también ha tenido idas y vueltas entre España y Argentina, hasta que decidió radicarse definitivamente en la capital española. En pocos años ha logrado afianzarse hasta tener su propia academia y capitanear su compañía profesional. Tras desvincularse de un teatro independiente del barrio madrileño de Lavapiés, donde empezó a trabajar cuando llegó, montó junto a un socio argentino, Fernando Orecchio, una escuela en la misma plaza de Tirso de Molina en 2003, hasta que en 2006 le picó el gusanillo del regreso a Argentina. “Me comí dos asados y ya me quería volver. Ahí me divorcié de Argentina: mi país nunca me abrió los brazos, siempre me la hizo complicada, me puso palos en la rueda”, lamenta.

A los pocos meses estaba de vuelta. Y no le fue nada mal: empezó alquilando una sala para impartir clases, y a los cinco meses ya había alquilado dos; después, un local pequeño en la Puerta de Toledo de Madrid, hasta que logró conseguir una escuela de dos plantas, en donde, además, tiene una sala para representar obras: el Estudio Teatro Madrid. “La clave ha sido ir creciendo sobre lo concreto, poco a poco, sin tomar riesgos innecesarios”, explica. Por eso, se centra más en la fidelización de los alumnos que tiene que en la búsqueda de nuevos pupilos. Y los mima.

La compañía es un buen ejemplo de la integración: dos argentinos (él y Alejandro Feijóo, que también es dramaturgo y autor de tres de las seis obras que representó la compañía en los dos años que lleva de vida), y el resto, españoles. En general, los argentinos trabajan mucho y bien, pero no son gregarios.

Una cantera inagotable

“No estamos especialmente unidos los argentinos del teatro. Alguna vez hicimos un intento de agruparnos pero no funcionó, porque cada uno tenía muchos compromisos con su propio trabajo”, reconoce Bergier. Y traza una analogía futbolera: “En el teatro pasa algo parecido a lo que ocurre en el fútbol. Argentina tiene una cantera inagotable, que viene a España a seguir desarrollándose. España aprovecha el talento argentino y nosotros aprovechamos las mejores condiciones de trabajo y de posibilidades profesionales que hay aquí. Ambas partes ganamos”, explica Bergier.

Pero si Sánchez o Bergier han logrado hacerse un hueco destacado en Madrid, más complicado lo tienen los que eligieron ciudades más pequeñas. Como Carlos Elizalde, que llegó en 2003 a actuar en una obra, convocado por un director que confiaba en él. Y se quedó. En Murcia. Elizalde también disfrutó de las mieles de la época dulce de la primera mitad de la década del boom inmobiliario: “En ese momento se viajaba mucho; impartí talleres en Suiza, el Instituto Cervantes me encargó montar El Quijote y lo representamos en Malasia; estábamos bien”, cuenta.

Su compañía invirtió en equipamiento escénico, una furgoneta, e iba para adelante económicamente. Hasta que la burbuja explotó. Y ahora este actor, director y dramaturgo se las rebusca para llevar a cabo sus obras con el mínimo presupuesto posible. “Ahora, en 2015, monto por segunda vez una producción enteramente mía, sin pedir ningún préstamo, ya que la crisis me tiene acobardado; pero es normal: no quiero contratar a gente si no sé si le voy a poder pagar”, confiesa. Igualmente, Elizalde no se queda quieto: está terminando un máster en gestión cultural e imparte algunos talleres de teatro. Cuando cuadra. Y mientras tanto, explora esa nueva forma de hacer teatro que son los unipersonales de presupuesto inexistente. “Estoy tomando otro rumbo creativo”, dice.

Y es que en una ciudad pequeña como Murcia no hay un desarrollo económico que permita que haya un público nutrido para teatros independientes. Además, de la Escuela de Arte Dramático de esa ciudad se licencian todos los años nuevos profesionales de las artes escénicas que entran a competir a un mercado muy pequeño. “No me compensa estar en Murcia, está muy parado”, señala, reconociendo que es cuestión de tiempo que se traslade a Barcelona o Madrid, donde supone, quizás con razón, que tendrá más posibilidades de desarrollar su creatividad. “Aquí somos muchos para un mercado pequeño, esto no es como Madrid y Barcelona, donde hablamos de millones de personas, de mucha dinámica económica, de mucha influencia externa, que genera un caldo de cultivo hermoso”, asegura, esperanzado.

En la reciente edición de los Oscar, la representante latinoamericana ha sido una coproducción española, que compitió como argentina: Relatos salvajes. Es una de las tantas coproducciones entre ambos países, un negocio redondo para los dos lados. «La colaboración se basa, fundamentalmente, en cuestiones económicas: los actores y técnicos argentinos, y demás especialistas del mundo del cine, resultan mucho más económicos a las productoras españolas que los de aquí. Si a eso le sumamos una extraordinaria conexión entre los creadores de las dos orillas y un excelente material humano de las dos partes, que bien combinado pueda dar verdaderas maravillas, la colaboración es lógica, natural y deseable», dice Fernando Griffell.

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