Lucca: una ciudad y un espíritu libre en la Toscana

Capital de un Estado independiente durante siglos, esta ciudad de estética añeja ha sobrevivido a los avatares del tiempo abrazada a su gran muralla.
Capital de un Estado independiente durante siglos, esta ciudad de estética añeja ha sobrevivido a los avatares del tiempo abrazada a su gran muralla.
GTRES
Capital de un Estado independiente durante siglos, esta ciudad de estética añeja ha sobrevivido a los avatares del tiempo abrazada a su gran muralla.

Una ciudad con un pequeño jardín en lo alto de una torre, una plaza sobre un desaparecido anfiteatro romano cuyas trazas respeta y ensalza, un hijo pródigo que revitalizó la ópera y una talla de Jesús que (dicen) es la más fiel muestra de su rostro porque la talló un testigo directo que lo conoció.  Todo ello removido, que no agitado, en un contexto añejo, vetusto pero auténtico, muy peatonalizado y protegido por el manto de una vieja muralla que se conserva íntegramente; y hablamos de tres kilómetros.

Estamos en Lucca, en la Toscana, una forma especial de ser y vivir, según dicen en Italia, quizá por eso de haber sido un minúsculo Estado independiente durante cinco centurias.

No llega a los 90.000 habitantes y sus calles céntricas no son tan amigas de la conducción como del paseo o la pedalada, pues es zona muy ciclista la Toscana y Lucca organizó durante años un Giro que, curiosamente, fue la primera general por etapas que ganó el mítico Óscar Freire. Un destino con tanto asistente que llega en barco, y eso que el Tirreno queda a ocho leguas, como el que lo hace en tren o en coche: ahí está el Norwegian Epic con su escala en Livorno. Incluso el avión, porque el bajo coste vuela a Pisa.

Pero profundicemos algo más. La torre ajardinada -y es curioso encontrarse con varias encinas a 44 metros sobre el suelo, tras 230 escalones medievales- es la de Guinigui, cuyo nombre toma de una de las dinastías más ilustres de la ciudad. La plaza es la piazza Anfiteatro, tan meca de restaurantes y tiendas de recuerdos como escala obligatoria, por pintoresca y agradable, en cualquier visita a la ciudad.

El vecino ilustre es Giacomo Puccini, cuya casa natal es un museo y que también inspira una ruta por su callejero en la que no falta, un siglo después, el que era su restaurante preferido; así se las gastaba quien concibió el sobrecogedor ‘Nessun Dorma’ de Turandot. Y ese fiel rostro de Jesús es conocido como Il Volto Santo, una santa faz que descansa en el interior del Duomo de San Martino y que fue labrado en madera de nogal por Nicodemo, asistente al descendimiento.

Raíces etruscas y ligures, cimientos romanos y esplendor durante el Medievo y el Renacimiento, Lucca es una incitación al paseo sosegado y al descubrimiento permanente. Destino menos mediático que otros cercanos, sus calles llenas de comercios (como la vía Fillungo o la Vittorio Veneto) y de fachadas peculiares nos sumergirán en una atmósfera especial que rematan sus numerosas plazuelas.

Al frente, por dimensiones, la piazza Napoleone, donde se ubican edificios solemnes entre los que sobresale el Palazzo della Provincia, sede gubernamental y antiguo palacio del principado que quisieron impulsar los Bonaparte sobre el Ducado. Y nada lejos queda la Porta San Pietro, acaso la más hermosa entre los seis accesos a sus abaluartadas murallas.

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