Compone los retratos a partir de modestas fotografías familiares o de carné y reconstruye los rostros con hilo de varios colores. La superficie es la palma de la mano, pero eso no hace que el artista escatime en detalles al dar las puntadas necesarias para personalizar al ser querido. Cuando quita los hijos, queda sobre la piel una constelación de diminutas heridas y piel.
David Catá (Viveiro - Lugo, 1988) compone en A flor de piel "un diario autobiográfico" reproduciendo los rostros de quienes "han marcado" su vida. En los veinte retratos que ya ha realizado para el proyecto —en constante ampliación— incluye a familiares, a su pareja, a profesores y amigos.
Coser sobre la piel es para el artista una metáfora de la huella permanente que dejan quienes influyen en nuestra vida y a la vez una reflexión sobre el paso del tiempo y "la forma de dilatar el proceso de olvido". Catá interpreta el pasado como un conjunto de recuerdos valiosos que ayudan a mantener la claridad en una era de "avances tecnológicos" y "bombardeos de información, no sólo de noticias actuales, sino también de publicidad y consumo".
La bisabuela sobre la piel
De la veintena de familiares —el abuelo Raimundo, la tía Cuca; María, prima; Javi, hermano...— escoge A flor de piel, 05, el retrato que corresponde a su bisabuela, "una de las personas que más me han marcado y a la que la vida no trató demasiado bien". El autor recuerda el fuerte vínculo que estableció con ella en la adolescencia, sencillas tardes de conversaciones frente a la televisión que ahora quedan secretamente representadas sobre la piel.
No es el primer trabajo para el que utiliza su cuerpo "como soporte artístico", también lo hizo en Cimientos, Ni conmigo ni sin mí o Bajo mi piel. Unir su lenguaje creativo a la costura se presentó ante él como una opción natural: "Desde pequeño he visto a mi madre pasar largas horas cosiendo y haciendo labores y puede que esto me haya marcado de algún modo".
"Para algunas personas puede resultar violento"
Las reacciones a las imágenes varían entre los que no se atreven a verlas y quienes "no pueden apartar la mirada". El artista es consciente de la incomodidad que despierta en algunas personas ver la piel manipulada y dañada por el hilo y la aguja, aunque en su procedimiento no busca el escándalo o la provocación. "Para algunas personas puede resultar violento, pero mi intención no es esa. (...) Detrás de esta acción hay un acto de cariño hacia la persona que retrato".
Aclara que, a pesar del aparente daño que sufren las palmas de las manos, A flor de piel "no es un proyecto extremadamente doloroso". Las puntadas son superficiales, Catá realiza concentrado los retratos y apenas las nota. Entre cada entrada de su peculiar diario espera "alrededor de cuatro semanas" a que la superficie cutánea "se regenere y se cure por completo".
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