El secreto de los secretos

El edificio central de la Unidad 731 aún permanece en pie.
El edificio central de la Unidad 731 aún permanece en pie.
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El edificio central de la Unidad 731 aún permanece en pie.

Diseccionaron a personas vivas (entre 400 y 600 cada año); desencadenaron todo tipo de enfermedades infecciosas; congelaron prisioneros, sometiéndolos a técnicas de deshidratación severa; los expusieron a explosiones de bombas para aprender a curar a sus propios heridos; bombardearon poblados y ciudades chinas con pulgas infectadas y otras enfermedades; dieron a los niños golosinas con ántrax; registraron y documentaron minuciosamente la evolución y agonía de las enfermedades que provocaban, e incluso disecaron enfermos en estado consciente... El relato de las atroces y diabólicas actividades de la Unidad 731 del Ejército japonés durante la ocupación de Manchuria (China), entre 1932 y 1945, es un catálogo de los horrores ominosamente silenciado por los vencedores de la II Guerra Mundial, los EE UU. En su momento, y aún hoy, es 'el secreto de los secretos', como lo definió su propio creador, el infame doctor Ishii Shiro.

Japón ocupó Manchuria en septiembre de 1931. En agosto de 1932, se decidió crear un amplio programa de investigación en guerra bacteriológica cuyo laboratorio central se estableció al norte de la ocupada región china, cerca de Pingfan, en donde el Ejército japonés podía mantener un suministro ilimitado de prisioneros para realizar toda clase de experimentos humanos.

Lo llamaron, eufemísticamente, Área de Prevención de Epidemias y de Purificación de Agua, nombre que en 1941 se cambió a Unidad 731 a fin de proteger el secreto. Fue la más grande, pero no la única de las 'fábricas de la muerte' (se tienen documentadas al menos diez más solo en territorio chino). Eran 6 km2, en los que se ubicaban unos 150 edificios (oficinas, dormitorios de personal, laboratorios de experimentación y fabricación de vacunas, barracas con celdas, hornos crematorios, almacenes, etc.). Un muro de cinco metros, cables de alta tensión y torres de vigilancia circundaban las instalaciones.

Los médicos y científicos japoneses no dejaron nada sin probar sobre sus prisioneros inermes: hongos, fiebre amarilla, hepatitis, gangrena gaseosa, tétanos, cólera, disentería, ántrax, encefalitis de las garrapatas, fiebre hemorrágica, difteria, neumonía, meningitis cerebroespinal, sífilis, peste bubónica, tifus, tuberculosis... Se probaba la resistencia humana a cualquier sustancia, microbio o artefacto capaz de provocar enfermedad o muerte. En plena actividad, la Unidad podía producir, en solo un mes, 300 kilos de bacterias de la peste, 600 kilos de ántrax, casi una tonelada de gérmenes del tifus, paratifus y disentería, y otra tonelada de gérmenes del cólera. Con sus correspondientes vacunas para la población nipona, claro está.

En los algo menos de diez años que el programa  funcionó se exterminó a decenas de miles de personas, la mayoría chinos, pero también prisioneros rusos y coreanos. La gran mayoría murió como resultado de las investigaciones, pero también ejecutadas cuando quedaban tan débiles que no podían continuar experimentándose con ellas. En otros casos, enfermaban y morían en sus propias aldeas o poblados, bombardeados con sustancias infecciosas.

El plazo medio de estancia de un prisionero en estas unidades era aproximadamente de un mes, no duraban más. Al llegar, se les hacían controles médicos, se les asignaba una celda y un número de tres o cuatro cifras (entre el 101 y el 1.500), y cuando se alcanzaba este número, se volvía al primero, razón por la cual es muy difícil establecer con precisión, incluso hoy, el número de víctimas totales de estas fábricas de la muerte.

EE UU descubrió la atroz Unidad 731 en 1945, aunque desde 1939 venían recibiendo informes que hacían sospechar que Japón acumulaba una enorme capacidad de creación de armas bacteriológicas. La fría decisión del alto mando político y militar estadounidense fue 'aprovechar' los datos obtenidos por estos terroríficos y letales investigadores. A cambio de la tecnología de armamento biológico desarrollada en las 'fábricas de la muerte', los jerarcas científicos de la Unidad fueron obsequiados con la inmunidad legal y algunos llegaron a convertirse en líderes de las principales farmacéuticas de Japón. Nadie fue juzgado nunca. Experimentos similares se habían condenado en los juicios de Nüremberg (1946), pero el Gobierno de EE UU perdonó a los científicos japoneses a cambio del 'secreto de los secretos'.

Ishii Shiro (1892-1959).Inteligencia criminal
  • Médico y microbiólogo, creó y dirigió la Unidad 731.
  • Obtuvo popularidad en Japón al inventar un filtro de agua que contuvo, en 1926, una epidemia de tifus.
  • Su matrimonio con la hija de un eminente profesor lo acercó al poder.
  • Tras la guerra fue gobernador de Tokio y presidió la Asociación Médica.
  • Murió de cáncer de garganta.
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