La cultura del ingenio y el engaño

  • La tienda de ilusionismo más antigua de Europa está en Barcelona.
  • Con un teatro y una escuela propios, El Rey de la Magia sigue fortaleciendo un arte que no pierde adeptos.
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El Rey de la Magia fue fundada en 1881 por Joaquim Partagàs, un ilusionista que nació en la calle Princesa de Barcelona, donde aún se halla el establecimiento.
El Rey de la Magia fue fundada en 1881 por Joaquim Partagàs, un ilusionista que nació en la calle Princesa de Barcelona, donde aún se halla el establecimiento.
GUILLEM SARTORIO
El Rey de la Magia fue fundada en 1881 por Joaquim Partagàs, un ilusionista que nació en la calle Princesa de Barcelona, donde aún se halla el establecimiento.

En la calle Princesa de Barcelona hay un escaparate en el que los transeúntes se detienen más de lo habitual. No es el mejor iluminado ni el más moderno. Son las anticuadas vitrinas de color granate de El Rey de la Magia, que protegen un cúmulo de extraños cachivaches y su pátina de polvo.

Desde afuera es imposible fisgonear el interior del local. Es necesario abrir una chirriante puerta de madera para descubrirlo. Numerosos retratos fotográficos en blanco y negro dan la bienvenida desde una pared tapizada en rojo intenso. Alguno de esos rostros llevan turbante y poseen una mirada hipnótica. "A ellos les debemos todo nuestro conocimiento", dice una voz tras el mostrador.

Rosa María Llop, ilusionista y dueña del local, sonríe rodeada de naipes, abanicos y esqueletos. En seguida, la vista se nos va hacia una tupida cortina que esconde el fondo del establecimiento: una mano sin cuerpo cuelga de ella como tratando de correrla. Rosa María sonríe de nuevo. De pronto, se rompe el silencio: una abuela acompaña a sus dos nietas a "comprar algo" con lo que ha sobrado de la merienda. Les mete prisa, pero ellas no saben qué elegir. Rosa María le ofrece a la más pequeña un chicle que pica, y termina con una pinza en el dedo. La mayor pregunta sobre los efectos secundarios de las bombas fétidas, a lo que su abuela responde con un ataque de indignación fingida: "¡Nada de meterlas en la lavandería!". Y guiña el ojo a Rosa María. La mujer pregunta, traviesa, por un ratón en un estante.

Fundada en 1881 por Joaquim Partagàs, un catalán que hizo carrera como prestidigitador en Argentina, El Rey de la Magia fue durante mucho tiempo el único lugar en España donde comprar objetos que desafiaban el sentido común. Se la conoce como la tienda de magia más antigua de Europa. A la muerte de Partagàs, fue otro ilusionista, Carles Bucheli, quien tomó las riendas de tan peculiar negocio. "Pensaba que El Rey de la Magia cerraría cuando él muriera; de hecho, no dejaba que nadie se postulara para seguir", explica Rosa María, que por entonces actuaba junto a Josep María Martínez, su marido y pareja artística, lejos de la gran ciudad. Fue el poeta Joan Brossa, gran aficionado al ilusionismo y con el que mantenían una amistad, quien les avisó del peligro que acechaba al establecimiento. La sobrina de Bucheli, Joana Grau, que lo había regentado tras su fallecimiento, quería desprenderse de él: "Nos dijo que lo querían traspasar, que la tienda estaba arruinada. Josep tuvo una corazonada y decidimos quedárnosla para cuidarla y poder proyectarle un futuro. Era un espacio único en el mundo".

Son muchos quienes se han preguntado cómo hubiera sido la obra de Joan Brossa sin este pequeño comercio ubicado en el centro de Barcelona. ¿Conoceríamos nombres como el del mago Li Chang? "Antiguamente era muy difícil aprender magia. Y este era el único sitio donde conocer sus secretos; solo aquí tenían los cuatro libros que existían al respecto". Hoy, El Rey de la Magia vende objetos de fabricación propia, aparece en guías turísticas y recibe casi a diario la visita de aficionados nacionales e internacionales, como lugar de referencia: "Además de muchos nostálgicos que venían aquí de niños con sus padres. Se quedan de piedra, nos dicen que está igual".

Desde que lo adquirieron en 1984 son muchas las cosas que el matrimonio ha hecho por este local y por la magia en general. Además de fundar un museo documental y reunir una colección de gran valor con el patrimonio que les fue legado, construyeron un proyecto cultural a su alrededor: "Cuando cerrábamos la tienda, apartábamos los muebles y dábamos clases; hasta que llegó un momento en que no cabíamos. Después, buscamos más espacio en un almacén de la calle del Oli y empezamos a llevar espectáculos de magia a los teatros". Aquellas actividades, asegura Rosa María, supusieron un revulsivo: "A partir de 2002 los teatros ya programaban y los clubes y sociedades de ilusionismo empezaron a despertar".

En 2011 abrió las puertas el Teatro-Museo de El Rey de la Magia, situado en la calle Jonqueras de la misma ciudad. Cada fin de semana actúan sobre este escenario artistas de reconocido prestigio, y el público asistente crece día a día: "Queremos que la gente que va al teatro venga a ver magia. Con nuestro colectivo o los aficionados no es suficiente", explica su dueña, que concreta: "Los sábados a las 18.00 horas siempre llenamos". Desde que en 1900 cerrara el teatro que Partagàs abrió en las Ramblas, ninguna sala con programación estable de magia había vuelto a Barcelona.

Dos chicos entran en la tienda y preguntan por barajas de cartas. Sara, la joven dependienta que acompaña a Rosa María, les pregunta si desean que les enseñe un juego. Ambos responden que sí, emocionados, y ella empieza a manipular los naipes sobre un tapete verde.

Sara llegó a Barcelona con ciertas aspiraciones literarias y afición por las artes escénicas. Al poco tiempo de estar allí respondió a un anuncio en el que se precisaba una administrativa comercial: "Cuando llegué, no sabía ni cómo debía vestirme –ríe– ; ni siquiera tenían ordenadores, así que les dije: 'Enseñadme un par de trucos y empiezo a vender'". A los tres días no quedaba ni uno de esos trucos, así que Rosa María le enseñó mucho más: "Me encanta", suspira Sara.

Una de las proezas de este proyecto ha sido poner en marcha, en el mismo edificio de la calle Jonqueras, una escuela para aficionados y profesionales de la magia. La iniciativa está teniendo una gran acogida: ofrecen cursos anuales con grupos reducidos, iniciación para adultos y niños (hasta 12 años), además de enseñanzas sobre juegos de cerca y cartomagia: "Hay muchísimos niños y niñas que quieren ser magos. Están todos los grupos llenos", destaca Rosa María. Y Sara añade: "Hay muchos padres que son niños, siempre han querido hacer magia y vienen con sus hijos como excusa para aprender. En la escuela hay niños desde 14 años hasta de 67".  Internet, la televisión y Harry Potter parecen haber tenido algo que ver en el auge que vive el arte del ilusionismo y la prestidigitación, aunque Rosa María asegura que cada época ha tenido sus propios 'ganchos'.

Entran en el comercio una mujer alemana y su hija. En inglés, le piden a Sara si es posible que vuelva a enseñarle el truco que les desveló el día anterior, y ella las invita a pasar al otro lado de la cortina. La niña, Melinda, había recibido clases de magia en el colegio y la tienda se convirtió en una visita obligada en sus planes vacacionales: "Ahora puedo convertir un papel en dinero", explica tras repasar las lecciones de Sara.

Pero, ¿cómo enseñar los secretos de una disciplina que se basa en el misterio? En el pasado, el secreto era lo único importante, y los escasos magos que lo conocían lo protegían con mucho celo. Todo se basaba en las enseñanzas de un maestro: "Ahora, con Internet, es fácil descubrir cómo se hace, pero la gente se está dando cuenta de que el mecanismo es lo de menos, lo bonito es el espectáculo. Es un arte maravilloso, la cultura del gesto, del ingenio y el engaño", defiende Rosa María. Y pone como ejemplo el cine: está lleno de efectos, pero hemos aceptado el juego para poder disfrutar de cada escena. "Sin embargo, en la magia, después de la sorpresa siempre llega el cómo lo ha hecho. Y aunque muchos lo pregunten, no quieren saberlo".

Sara sigue la estela de sus notables predecesores y protege el misterio cada día tras el mostrador: "Queremos mantener la ilusión, por eso vamos con cuidado e intentamos saber qué necesita cada cliente: si le enseñas un juego demasiado difícil, se frustrará y no volverá. El secreto se divulgará y la ilusión, no".

'Seguir jugando'

Para saber qué motiva a alumnos y maestros, Sara nos acompaña a la escuela. Una clase de cartomagia está a punto de empezar en un sótano. Descendemos para conocer al ilusionista y mago de escena Brando, un profesional con 25 años de trayectoria. Para este argentino afincado en Barcelona hay un elemento común en sus alumnos: "Tratamos de aprender a prolongar nuestra infancia. De algún modo, intentamos seguir jugando". Destaca el componente adictivo: "Cuando aprendes cómo funciona uno, quieres otro. No puedes parar. Y hay tantos juegos que una vida no alcanza".

Hay quienes dicen que el florecimiento del ilusionismo se explica porque los magos han recuperado su teatralidad, han avanzado en el componente dramatúrgico sin quedarse en lo repetitivo, defendiéndolo así como arte escénico y no solo como animación para fiestas. En la escuela avalan esta tesis: una cosa son los trucos y otra la magia. Así lo explica otro de sus docentes, Antoni Casas: "Con un maletín de magia, cualquiera puede hacer un juego. No queremos que los alumnos salgan de aquí solo con trucos nuevos, sino con ideas sobre cómo llegar a la gente". Antoni es el profesor de Iniciación al Ilusionismo, y su objetivo es mostrarles un poco de todo: "Cartas, monedas, cuerdas, pañuelos... aunque el elemento clave es que uno mismo se lo crea. Es como el teatro: si un actor no se cree el papel, no lo transmitirá". Para Antoni, que lleva más de treinta años como profesional, la prestidigitación posee aptitudes terapéuticas: "Primero es una afición, pero después te ayuda cuando estás de mal humor, y te acaba maravillando el contacto con la gente. Si encima eres profesional, el mal humor está prohibido".

En El Rey de la Magia pretenden que muchos aficionados puedan llegar a la excelencia en las artes del ilusionismo: "Queremos que las personas con talento puedan llegar a un espacio teatral, pero no todos los magos deben ser famosos, no es el único camino", explica Sara. De hecho, el arte de la magia tiene una particular presencia en los ámbitos reducidos y familiares. Así lo explica uno de los alumnos de Casas, Albert García: "Me acabo de jubilar y he encontrado la ocasión de practicar algo que siempre me había gustado". De forma autodidacta, Albert siempre ha hecho juegos de manos a sus nietos y asegura que no tiene pretensiones: "Solo quiero conocer bien los trucos y hacerlos en familia. Aquí estoy aprendiendo movimientos básicos, se requiere habilidad y con mi edad es difícil, pero la verdad es que hago cositas que nunca hubiera imaginado".

A Aleix Mestre, de los más jóvenes de la clase, le picó la curiosidad: "Siempre me he quedado embobado con los trucos, me preguntaba qué habría detrás. Es muy divertido verlo desde el punto de vista del mago, ver la cara de la gente". Aleix se lo toma como un hobby con valor añadido: "Hace poco conocí a un camarero que hacía magia. Para él, los trucos eran un plus con sus clientes. Yo lo veo como algo más que puedo aportar, pero también creo que en los tiempos que vivimos tendemos a buscar algo que nos anime".

De vuelta a la tienda aparecen Melinda y su madre. Esta traduce las palabras de su hija, que aún está recobrando el aliento por haber corrido hasta allí: "Quiere asegurarse de que has escrito bien su nombre. Es importante, porque va a enseñar el artículo en clase". Melinda repasa la caligrafía y la aprueba con un golpe de cabeza. Y solo nos viene una palabra a la mente: ilusión.

Barcelona, antigua metrópoli para magos

A finales del siglo XVIII recalaban en Barcelona los magos itinerantes que recorrían Europa. Caracterizada por el gentío que siempre había alrededor de sus mercados, la ciudad resultaba atractiva para los artistas, que montaban su espectáculo en la calle esperando recibir algunas monedas. Más tarde, cuando el arte de la prestidigitación se sofisticó y empezó a ganar espacio en ciudades como Londres o París, fueron las clases burguesas quienes pusieron en práctica estos juegos para deleitar a sus invitados.

Sin embargo, fue precisamente un limpiabotas, Fructuós Canonge, conocido como el Merlín Catalán (1824-1890), quien se convirtió en un célebre mago de la época y acabó convirtiéndose en el símbolo de unos tiempos en los que los magos tenían abiertas las puertas de los grandes teatros. La primera sociedad de magia de España, la Agrupación Catalana de Aficionados al Ilusionismo, surgió en Barcelona el año 1932,  y fue fundada por el arquitecto Antonio Darder.

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