La cartografía ha permitido al ser humano calcular distancias y dimensiones, navegar, descubrir nuevos territorios, ilustrar otras realidades... Desde hace siglos, el mapa ha sido la manera de plasmar la magnitud de lo que nos rodea, situar los hitos y las fronteras: examinar un plano sigue siendo una opción para entender mejor el mundo sin moverse de la seguridad del terreno conocido.

En la era tecnológica de los satélites y los sistemas de navegación, la cartografía puede parecer agotada. Superada por la precisión de las imágenes reales, podría parecer que no tiene sentido seguir reproduciendo continentes, países y ciudades sobre el papel, pero la avalancha del progreso ha provocado el cambio en la idea inicial del mapa y ahora nuevas generaciones de artistas e ilustradores han encontrado en él un soporte para exponer datos, gráficos, guías especializadas... La industria del turismo y las publicaciones tampoco han pasado por alto esa capacidad expresiva. La personalización, el sabor local, la atmósfera y las pequeñas historias forman ahora un nuevo idioma creativo.

El libro A Map of the World (Un mapa del mundo) —de la editorial alemana Gestalten— recopila las interpretaciones visuales de ilustradores que han convertido la cartografía en una manifestación artística. El tomo, publicado este mes, es un compendio de proyectos personales, campañas publicitarias e iniciativas locales que demuestran cómo el lenguaje del plano también se puede emplear para crear una relación determinada con un territorio.

Desde representaciones fieles y sorprendentemente detallistas, a versiones naíf, ensoñadoras, íntimas y nostálgicas, los autores se inspiran en las formas clásicas y también se atreven a aplicar ideas innovadoras: los creativos de la sede italiana del estudio Young & Rubicam convierten Australia en un bumerán, el estudio londinense Dorothy se inspira en un antiguo plano de Los Ángeles (EE UU) para inventar uno nuevo con 900 títulos de películas que bautizan las calles, las avenidas, los parques, los edificios y los monumentos de la ciudad imaginaria.

En la colección hay un gusto por lo artesanal, por la vuelta a lo manual, a las vivencias en el territorio. El artista Matthew Rangel es un ejemplo claro de esta opción, mezclando la observación directa con la topografía oficial y capturando la "experiencia de un paisaje" en sus ilustraciones del Parque Nacional de las Secuoyas en California.

Los autores reunidos en el tomo también muestran su inclinación por recrear épocas pasadas. El estudio afincado en Bélgica Khuan + Ktron proponen una visión bucólica del paisaje europeo que recuerda a las ilustraciones de los carteles turísticos de la primera mitad del siglo XX. La japonesa Takayo Akiyama se remonta más en el tiempo —a la era victoriana— y crea un plano del oeste de Inglaterra que recuerda a El viento en los sauces, la novela infantil escrita por el británico Kenneth Grahame en 1908.

En un lenguaje que a veces reduce la cartografía a una colección de símbolos, el brasileño Joâo Lauro Fonte transforma Londres en una abigarrada composición de tipografías intercaladas con dibujos, el estudio Famille Summerbelle realiza laberínticas láminas cortadas a mano en las que San Francisco y París se convierten en delicados encajes. A map of the world demuestra con una recopilación heterogénea que todo se puede contar con un mapa.