La secuencia de retrasos en la apertura del nuevo aeropuerto de Berlín (cuatro años, hasta ahora) más otros desajustes en grandes obras públicas en Alemania salpican el célebre sello 'made in Germany', comúnmente aceptado como garantía de fiabilidad.
El suspense rodea la entrada en funcionamiento del aeródromo Berlín-Brandeburgo (BBI), presupuestado en 4.300 millones de euros (el doble de lo inicialmente previsto), después de que el jefe del equipo técnico, Horst Amann, admitiera este lunes "problemas casi crueles" y difíciles de describir, aparecidos durante las obras en curso.
No podrá determinarse una nueva fecha de apertura hasta mediados de año, ha añadido Amann, después de que el alcalde-gobernador de la capital alemana, el socialdemócrata Klaus Wowereit, anunciara una nueva demora en la apertura, originalmente prevista para 2010.
Se trata del quinto aplazamiento, que obliga a Berlín, más de veinte años después de la caída del Muro, a seguir esperando para disponer de un aeropuerto internacional acorde con su condición de capital de la primera economía europea.
Las críticas se ciernen sobre Wowereit en la alcaldía de la ciudad. Su buena estrella cayó en picado el año pasado, al anunciarse el por entonces tercer aplazamiento de la apertura. Apenas dos semanas antes de esa fecha prevista, en junio de 2012, la postergación acarreó enormes daños a aerolíneas y comercios que pensaban operar en el nuevo BBI.
Sobre Wowereit pesa ahora la amenaza de una moción de censura en la cámara regional, mientras que otro teórico responsable político, su colega de Brandeburgo y también socialdemócrata Matthias Platzeck, se someterá en breve a un voto de confianza.
La responsabilidad es compartida y, si algo puede salvar a Wowereit, es que gobierna en gran coalición con la Unión Cristianodemócrata (CDU) de la canciller Angela Merkel, y que en el proyecto está implicado además el Ministerio de Obras Públicas. Al frente de esta área se encuentra Peter Ramsauer, de la Unión Socialcristiana de Baviera (CSU).
Las aerolíneas, por su parte, piden responsabilidades e indemnizaciones ante una complicaciones logísticas que se suman a las crisis internas y la necesidad de saneamiento que afrontan, ahora mismo, las dos grandes compañías del país: Lufthansa y Air Berlín.
Otras obras con complicaciones
Otro ejemplo sonado es la futura estación ferroviaria de Stuttgart (al sur del país), un proyecto nacido en 1995 y presupuestado en 2.500 millones de euros, que ha sufrido sucesivas demoras tanto por la oposición ciudadana como por problemas técnicos.
La obra fue repetidamente paralizada, sus costes se duplicaron hasta los 5.600 millones de euros y no hay fecha clara para su apertura, lo que refrenda el parecer de los ciudadanos que se resistieron al proyecto, con manifestaciones semanales y hasta batallas campales contra la policía, por considerarlo caro e innecesario.
Otras iniciativas atascadas son el gran Teatro de la Ópera, previsto para Hamburgo, y el nuevo metro de la ciudad de Colonia. En todos esos casos se han mezclado acusaciones de mala gestión y viabilidad de unos proyectos costosos y poco asimilables para el ciudadano alemán, tradicionalmente alérgico al despilfarro.
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