La trastienda ideológica de las elecciones en los EE UU: ¿Quién influye en Obama y Romney?

El presidente de EE UU y aspirante a la reelección, Barack Obama (i), y el candidato republicano, Mitt Romney, estrechan sus manos tras finalizar el primer debate presidencial.
El presidente de EE UU y aspirante a la reelección, Barack Obama (i), y el candidato republicano, Mitt Romney, estrechan sus manos tras finalizar el primer debate presidencial.
Michael Reynolds / EFE
El presidente de EE UU y aspirante a la reelección, Barack Obama (i), y el candidato republicano, Mitt Romney, estrechan sus manos tras finalizar el primer debate presidencial.

Poco ha cambiado desde que el pensador francés Alexis de Tocqueville visitara EE UU para luego escribir, en los años 30 del siglo XIX, su clásico La democracia en América. "Mucho antes de llegar el momento, la elección se convierte en el asunto más importante; las facciones redoblan su ardor y todas las pasiones ficticias se agitan a plena luz", decía.

En esencia, así siguen siendo —millones de dólares mediante— las elecciones presidenciales que celebra, cada cuatro años, el primer martes después del primer lunes de noviembre, la que aún hoy es la primera potencia política y económica del planeta.

El 6 de noviembre los estadounidenses votan. Y, al igual que hace cuatro años, lo harán con el rumor de fondo, todavía más insistente ahora, de la crisis económica, que amenaza con su imprevisible desenlace tanto al candidato a la reelección, el demócrata y actual presidente, Barack Obama, como al republicano y aspirante a la Casa Blanca, Mitt Romney.

Ambos candidatos rinden culto a ideas diferentes, pero con una conexión: todas ellas nacen de un sistema muy calibrado de adhesiones, movimientos políticos y organizaciones que las difunden, consolidan e imponen. Así es la trastienda ideológica del sistema electoral estadounidense.

Facciones: matizando el bipartidismo

El bipartidismo estadounidense es engañoso. Ni el Partido Republicano ni el Partido Demócrata son bloques monolíticos. Son, antes bien, grandes contenedores donde se agitan movimientos sociales y políticos diferentes, conocidos como facciones, cuya influencia fluctúa según la coyuntura y el momento histórico.

Las facciones dentro del Partido Demócrata no están tan delimitadas como dentro del Partido Republicano. Entre los demócratas conviven, desde socialdemócratas con un barniz ecologista, pasando por partidarios del liberalismo clásico hasta los denominados Nuevos Demócratas, defensores en lo económico de la reducción de impuestos y del adelgazamiento del Estado de bienestar, aunque sin llegar al Estado mínimo que propugnan los republicanos. Además, están las facciones étnicas, de género o identitarias como, por ejemplo, grupos feministas, minorías raciales, etc.

En el Partido Republicano coexisten varias tendencias en lo ideológico, desde una especie de centro-derecha a la europea a un neoliberalismo ultraconservador. En este sentido, y en los últimos años, ha cobrado relevancia dentro del partido una facción extrema, conocida como Tea Party, que combina ideas libertarias —individualismo a ultranza, anarcocapitalismo— en lo económico con un tradicionalismo religioso y social llevado al paroxismo.

El Tea Party, financiado y apoyado por diversos grupos de presión, comenzó a amalgamar simpatizantes en acciones de protesta contra el rescate hipotecario, en 2009. Un año después, los triunfos de varios candidatos vinculados con el movimiento –entre ellos Christine O'Donnell— en las primarias republicanas, minaron seriamente la cohesión interna del Partido Republicano, y voces privilegiadas dentro del mismo se alzaron contra las "propuestas descabelladas" de los partidarios del movimiento.

Pero lo que pudo ser su despegue, con sus sonados triunfos en las legislativas de hace dos años, parece que realmente fue un canto de cisne. Menos presencia mediática, ausencia de aquellas multitudinarias manifestaciones de los primeros tiempos… En las elecciones de 2012 el protagonismo del Tea Party está siendo indiscutiblemente menor, aunque afirmar que el movimiento ha muerto pueda ser una osadía.

'Lobbies': poder sin poder

Por lo general, los lobbies en EE UU son más transparentes y tienen mejor prensa que en España. Lo que define a un lobista —personas que pertenecen activa y profesionalmente a un grupo de presión— es que no quiere alcanzar el poder, sino influir en él (persuadiendo con argumentos y con dinero). Los lobbies están regulados por leyes federales, registrados legalmente en Washington y sus movimientos y contactos con legisladores y representantes, examinados concienzudamente.

Hay excepciones a esta descripción. Algunos de los lobbies más poderosos, por ejemplo los relacionados con el complejo industrial-militar, energético, financiero o farmacéutico, acostumbran a influir en los gobernantes por varias vías; como escribe en Foreign Policy Mario Saavedra: "Tienen una faceta oculta, generalmente inaccesible al público, desde la que intentan ganar voluntades de una manera más oscura".

"Los lobbies van más allá de presionar en ciertos temas", precisa Alana Moceri, directora del curso de Experto en Comunicación y Lobbying de la Universidad Europea de Madrid, "son realmente expertos en determinadas cuestiones y tienen una función importantísima en la generación de leyes escritas". Así sucede, por ejemplo, con los lobbies afines a los campos de la medicina, las creencias religiosas o el medioambiente.

Los lobbies, además de influir en los poderosos, se nutren de ellos. Un político que abandona su cargo público deberá esperar un año antes de ingresar en uno de estos grupos de presión, algo que sucede con mucha frecuencia. Un dato no muy reciente, pero significativo: en 1999 el Center for Responsive Politics (CRP) identificó 129 exmiembros del Congreso (de los 535 que suman la Cámara de Representantes y el Senado) que eran activos lobistas.

"Los políticos", explica Moceri, "prefieren, una vez acabada su carrera, adherirse a un lobby antes que a un think tank". La razón está clara: ganarán mucho más dinero. Y para evitarse la espera legal, ese año ya mencionado, muchos políticos se incorporan inmediatamente a los lobbies en calidad de asistentes o consultores, como denuncia la página web especializada en transparencia política del CRP Open Secrets.

Los lobbies gastan muchísimo dinero, a lo largo de todo el año, para hacer méritos entre los políticos de uno y otro bando. Pero la crisis económica también les ha pasado factura. En cuatro años, según datos de Open Secrets, el gasto de los lobbies se ha reducido a la mitad: mientras que para todo 2008 se gastaron más de tres mil millones de dólares, en 2012, hasta septiembre, apenas sobrepasan los mil quinientos millones. También se ha reducido en cuatro años el número de lobistas: de los 14.226 censados cuando se celebraron las pasadas elecciones, a 11.702 este año.

Por sectores, el lobby de los negocios (con la Cámara de Comercio a la cabeza) es el que más dinero gasta en influir en los representantes políticos. Justo por detrás, el gran lobby de la salud (que comprende a farmacéuticas, hospitales y profesionales médicos, entre otros), seguido del financiero (donde aseguradoras y empresas de seguridad encabezan la lista de los máximos dispendios).

Desde 1998 a la actualidad, los tres lobbies más derrochadores han sido la Cámara de Comercio (con cientos de millones de dólares gastados más que el segundo, como puede verse en esta tabla comparativa), General Electric y la American Medical Association. Las instituciones que más informes sobre actividades de los lobbies generan, es decir, las instituciones donde estos tienen más peso, son la Cámara de Representantes, seguido del Senado y varias agencias gubernamentales (el departamento de Defensa, de Salud y el Tesoro).

'Think tanks': la lucha por las ideas

EE UU es la cuna de los think tanks (en español: tanques de pensamiento). Estas instituciones —fiscalmente incluidas entre las organizaciones sin ánimo de lucro, por lo que están exentas de pagar ciertos impuestos— , a priori sin conexión directa con los partidos, se encargan de nutrir el debate político con análisis y conceptos —liberales, conservadores, libertarios— pergeñados por sus plantillas de politólogos y expertos.

Su rápido crecimiento en EE UU —de varias decenas hace medio siglo a más de 1.500 en la actualidad— les ha convertido en actores indispensables del ecosistema de las democracias modernas. "Tienen mucho prestigio académico", explica Moceri, "pero la gente de la calle no sabe a menudo muy bien lo que hacen".

Hay aproximadamente el mismo número de think tanks de orientación conservadora que progresista, así como un número significativo de ellos que podrían ser considerados como centristas. Los primeros defienden el libre mercado, el adelgazamiento del Estado y los valores tradicionales (Heritage Foundation). Los segundos, el intervencionismo estatal, la justicia social o las políticas públicas en materias como sanidad y educación (Worldwatch Institute). El resto, en mayor o menor medida, investigan sobre estas mismas cuestiones, aunque de forma más trasversal y menos ideologizada (Instituto Milken).

Desde hace varias décadas, muchos de los think tanks en EE UU han transformado su naturaleza. Aunque subsisten aquellos centros de pensamiento que nacieron con la Guerra Fría (investigadores punteros, academicismo universitario), los de creación más reciente han dejado de lado la tradicional asepsia política y voz independiente para pasar a servir a los intereses de los dos grandes partidos (Republicano y Demócrata).

Ejemplos de estos nuevos think tanks son el Center For American Progress, creado en 2003 y de clara filiación demócrata (uno de sus miembros fundadores fue John Podesta, jefe de Gabinete de la Casa Blanca con Bill Clinton), y el Proyect For The New American Century, nacido en 1997, con vínculos directos con la facción neoconservadora del Partido Republicano (entre sus precursores estuvieron Paul Wolfowitz, subsecretario de Defensa con George W. Bush y Jeb Bush, hermano de este y exgobernador de Florida).

Los think tanks y los partidos son, así, esferas cada vez más interconectadas, aunque fiscal y legalmente siguen siendo compartimientos estancos. "Estas organizaciones", precisa Irene Delgado, profesora de Ciencia Política de la UNED, "cada vez analizan temas más controvertidos, que muchas veces les llegan planteados de forma directa por los partidos, y posteriormente, tras reinterpretarlos ellos, pasan a la opinión pública".

El alineamiento partidista de los think tanks alarma a quienes consideran que no se debería traspasar la línea entre el legítimo debate de ideas y la vinculación casi lineal con un partido. "Irónicamente", escribe el politólogo Tevi Troy en la revista National Affaires, "la politización de los think tanks puede debilitar su influencia en los debates políticos".

Las razones: un posicionamiento tan claro mina su credibilidad y su prestigio académico. Por eso la mayoría tratan, incluso los que son más proclives a un determinado partido, de parecer neutrales a toda costa, de "maximizar su independencia", como escribe el politólogo Andrew Rich en el libro de referencia Think tanks, política pública y políticos de la habilidad.

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