La cenicienta

La belleza no es un disfraz
Hoy en día está de moda ser guapo/a. Pero ¿se puede conseguir artificialmente –por arte de bisturí– o brota de nuestro interior?

Cenicienta no era feliz: tenía que limpiar mucho y soportar a sus dos hermanastras, que eran feas y desconsideradas.

Un día llegó una invitación para un baile en palacio. Las hermanastras se pusieron sus mejores trajes, se peinaron exageradamente y se adornaron con abalorios. Cenicienta las ayudó paciente. Las dos hermanastras se fueron al baile y dejaron a Cenicienta llorando. La muchacha deseó tanto ir al baile que se le apareció su hada madrina: con su varita mágica convirtió una calabaza en carroza, ratones en lacayos, y lagartos en cocheros.

Luego puso a la muchacha un maravilloso traje y unos zapatitos de cristal. Pero el hada le advirtió que debía volver a medianoche.

En el baile Cenicienta deslumbró a todos con su belleza. Bailó toda la noche con el príncipe. Hasta que el reloj dio las doce y se marchó con tanta prisa que perdió un zapato.

El enamorado príncipe hizo probar a las muchachas de la aldea el zapatito de cristal. Las hermanastras también lo intentaron pero fue inútil. Sólo a Cenicienta le quedaba bien. El príncipe se casó con Cenicienta, fueron felices y comieron todo lo que quisieron sin engordar.

Se puede nacer con atractivo físico, y ésta es una gran suerte, pero la verdadera belleza nos la tenemos que ganar con nuestro esfuerzo diario.

Próximo viernes: 30/La bola de cristal

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