La visión de la alimentación de china desde fuera se podría simbolizar en un gigantesco plato de arroz. Pero en este país descomunal las diferencias también lo son y al norte del Yangtze impera el trigo. Ambos, unidos, se transforman en el plato popular por excelencia: los tallarines.
Desde hace poco, en un comedor sencillo, casi austero, un artesano elabora detrás de la barra prodigiosas cintas kilométricas, siguiendo –no podía ser menos– una receta de tradición milenaria. Con la serena naturalidad de lo aprendido a conciencia y una sonrisa indeleble, transforma una bola de masa informe en mágica, ligerísima, pasta fresca.
Desde hace poco, en un comedor sencillo, casi austero, un artesano elabora detrás de la barra prodigiosas cintas kilométricas, siguiendo –no podía ser menos– una receta de tradición milenaria. Con la serena naturalidad de lo aprendido a conciencia y una sonrisa indeleble, transforma una bola de masa informe en mágica, ligerísima, pasta fresca.
La breve carta no ofrece más sorpresas, alguna sopa y los ubicuos rollos, que no son los mejores de la ciudad. Pero los tallarines permiten jugar y variar: con pollo, excelentes con pato, con carne de vacuno o con vegetales salteados al dente. Siempre en preparaciones muy caseras, entrañables, a imagen y semejanza de la cocina callejera que en toda china puede degustarse desde el amanecer hasta la madrugada. Aquí también. Sin horas, y cualquier día de la semana. Y poco más cara que allí.
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El rey de los Tallarines
* Plaza Conde de Toreno, 2. Teléfono: 915 426 897. Precio aproximado: 6 euros. No cierra.
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