El salón está dominado por dos niños. El pequeño, con pañales, parece que acaba de cansarse de una corona de papel y busca otros juguetes por el suelo; el mayor, montado en el sofá, sujeta unos carriles de Hot Wheels. Junto a él, su madre duerme. Ha sido derrotada por la energía infantil.

Las composiciones del artista estadounidense David Baker giran muchas veces en torno a un sofá, un escenario moderno para contar historias caseras. "Tengo un amigo que pinta paisajes y suele incluir imágenes de islas. A veces creo que el sofá es una especie de isla en un espacio interior".

Clasifica sus óleos como "realismo contemporáneo" y dice que aunque llena su trabajo de "narrativa y elementos simbólicos" incluso le han "acusado de romanticismo". En las escenas, llenas de quietud, los hijos oscilan entre la melancolía y el descanso entre juego y juego .

Los mayores se entregan a la fatiga, que en el caso del pintor es puramente autobiográfica: "Soy padre de dos niños pequeños y sé que hace falta una increíble cantidad de energía para criarlos. La imagen del adulto cansado resulta muy cercana para mi mujer y para mí".

Hace varios estudios de las figuras primarias y no se cierra a los cambios incluso cuando está a punto de rematar las obras. Baker deja que una conversación, un recuerdo o un deseo efímero modifiquen en el último momento los cuadros. Al terminar y mirarlos de lejos confiesa que suele ver "añoranza y tristeza", pero también "la fuerza, el orgullo y la determinación" encontrados en la soledad que el artista cultiva mientras crea.

En medio de esa dejadez y del desorden doméstico están los niños, que Baker ve como "receptáculos de empatía" porque tienen el poder de representar el pasado, el presente y el futuro de modo simultáneo. Los juguetes que tiran de modo caprichoso son las notas de color de la monotonía hogareña.