Un dios salvaje: Roman Polanski y la claustrofobia

Un dios salvaje.
Un dios salvaje.
Archivo
Un dios salvaje.

No hagan caso de aquellos que dicen que rodar la adaptación cinematográfica de una obra teatral de éxito es jugar con ventaja. Obviamente, cuando Roman Polanski decidió llevar a cabo la versión para cine de Un dios salvaje era consciente de que se enfrentaba a un auténtico bombón (el texto de Yasmina Reza recibió, entre otros, un premio Tony), pero la maestría con que ejercita —en apenas una hora y media— su trepidante puesta en escena se merece una genuflexión.

Siguiendo la estela de clásicos como El ángel exterminador, de Buñuel, o La soga, de Alfred Hitchcock, el realizador de origen polaco nos propone un encierro voluntario con cuatro personajes en un piso neoyorquino que acaba causándonos casi, casi la misma angustia y claustrofobia que a sus propios protagonistas. Resulta irónico pensar, al mismo tiempo, en el mensaje velado que esconde esta cinta al recordar que el propio director pasó siete meses bajo arresto domiciliario.

Polanski demuestra su veteranía tras la cámara atreviéndose a rodar la película en tiempo real, sin interrupciones y con un salón comedor como único escenario. Algo que ha supuesto una planificación minuciosa con la que no se atrevería cualquiera. Y entre las cuatro paredes de esa casa, cuatro soberbios actores —Kate Winslet, Christoph Waltz, Jodie Foster y John C. Reilly— interpretando a dos matrimonios de clase media acomodada que inician un encuentro para limar las asperezas tras la pelea de sus dos hijos y acabarán vomitando (en sentido figurado, pero también real) todo tipo de basura.

Toda una sátira, de ritmo trepidante, que pone en la palestra los valores de la civilizada sociedad occidental dejando claro que, rascando un poquito en la fachada, todos somos una panda de salvajes.

UN DIOS SALVAJE. Francia-Alemania, 2011 / Dir.: Roman Polanski / Estreno: 18 de noviembre

Mostrar comentarios

Códigos Descuento