Fotos de colegio con niños enfurruñados, fiestas infantiles de disfraces, retratos individuales para anuarios escolares... Todos figuran bajo una nebulosa de antigüedad que empaña los rostros y estropea los detalles.

Sólo con un lápiz y ocasionalmente un aerógrafo, Paul Chiappe (Kirkcaldy-Escocia, 1984) consigue que sus dibujos parezcan fotos. No por el detalle hiperrealista, sino por ser capaz de expresar el fallo de un foco, la falta de luz, el mal revelado y las consecuencias de utilizar un papel fotográfico barato.

El artista escocés, que expondrá en octubre una selección de sus trabajos en la galería Madder 139 de Londres, define su trabajo como "enraizado en el dibujo, con un guiño a la tradición de la miniatura".

Deseoso de forzar la máquina y comprobar el poder que tiene un simple lápiz, las obras que ha creado a lo largo de este año son minúsculas. Le han llevado entre uno y dos meses por la complejidad de los detalles de cada una. "Muchos no se suelen dar cuenta cuando ven las imágenes en la pantalla de un ordenador, de que las caras de los dibujos pueden medir dos milímetros".

Para la composición de sus escenas domésticas y escolares, se basa en libros, postales y fotos antiguas: "Juego con esas fuentes, hago alteraciones y combino elementos diferentes de varias fotografías". Los protagonistas, siempre niños, "porque todos nos sentimos cercanos a ellos evocando nuestra infancia".

Chiappe es un observador nato. Se interesa por el aspecto de los modelos en las viejas fotografías, compara expresiones y estilos entre décadas, culturas y edades.

Después intenta recrear ese tipo de curiosidad histórica con una oscuridad entre siniestra y divertida, pintando a tamaño reducido y dando poca definición a las caras: una trampa para que el espectador se interese por ver a los personajes con más detalle, que nacieron del lápiz del artista irremediablemente desenfocados.