El Festival rendirá el próximo miércoles su tradicionales homenajes al minero y a la viuda de minero

El Festival Internacional del Cante de las Minas rendirá el próximo miércoles su tradicionales homenajes al minero y a la viuda de minero que, en esta ocasión, han recaído respectivamente en Pedro Sánchez Conesa, de 83 años, y Juana Albaladejo Ballester, de 75 años, quienes representan dos vidas marcadas por las minas de La Unión y los avatares de una economía dependiente de la explotación de la sierra.
Minero Homenajeado
Minero Homenajeado
FESTIVAL INTERNACIONAL DEL CANTE DE LAS MINAS
Minero Homenajeado

El Festival Internacional del Cante de las Minas rendirá el próximo miércoles su tradicionales homenajes al minero y a la viuda de minero que, en esta ocasión, han recaído respectivamente en Pedro Sánchez Conesa, de 83 años, y Juana Albaladejo Ballester, de 75 años, quienes representan dos vidas marcadas por las minas de La Unión y los avatares de una economía dependiente de la explotación de la sierra.

El próximo miércoles recibirán el homenaje del Festival y de La Unión en reconocimiento a todas las familias mineras que con su trabajo y sacrificio, a lo largo de la historia del municipio, han dado lo mejor de sí mismas, para que La Unión y su Festival hayan alcanzado hoy la dimensión internacional que con tanto orgullo disfrutan.

Sánchez Conesa trabajó en las minas desde septiembre de 1939 hasta junio de 1968, casi 30 años que quedan marcados en la memoria y en el maltratado cuerpo, pero dice no arrepentirse de ello y añade que "ojalá tuviera edad y hubiera minas para poder trabajar", según informaron fuentes del Festival en un comunicado.

Con 83 años, enfermo de silicosis en su grado máximo y con un solo pulmón, Sánchez Conesa sufrió un infarto de corazón, y gravísimos achaques que aún arrastra con duros tratamientos. Sin embargo, continúa luchando, como lo hizo cuando no era más que un chiquillo de 11 años y comenzó como aguador y 'arrastrador' en la mina.

Eran tres hermanos y su madre, ya que su padre murió en la guerra, y él era el único de los que podía ganar dinero, concretamente, siete reales llevando agua. Y así comenzó, de aguador, de 'pinche arrastrador', como él dice. Después se puso a trabajar en el lavadero y de ahí a dar la carga, y de la carga pasó a peón, abajo en la mina, ya por los años cuarenta.

Estuvo poniendo tuberías, corriendo vagones, levando las torvas, en el enganche, más tarde fue ayudante de perforista y, por último, maestro perforista y oficial de primera. Aun así, cuando terminaba la jornada, seguía luchando, trabajando de camarero aquí y allá. Entonces, "en aquella época era beber, jugar al dominó, jugar al 'subastao', jugar al julepe. Se gastaba el dinero, corría el dinero por todos los bares los fines de semana", añade.

El minero trabajaba mucho y comía poco, como cuenta Pedro, "íbamos por el camino, llevábamos la capacica y el carburo colgado y ahí dentro iban dos pedacicos de zanahoria frita y patatas, y cuando íbamos por el camino, por la cuesta de 'las Lajas' para trabajar en el barranco de Tetuán, nos lo comíamos, y cuando daban a mediodía la hora de comer, salíamos y nos poníamos panza arriba al sol, con la boca abierta y así nos alimentábamos".

Sánchez Conesa no esconde su pasión por el cante y recuerda en los años 50 que "se cantaba en todos los bares, Eleuterio, Pencho Cros, cantaba el 'Niño Alfonso', en fin, todos los cantaores que había eran cantaores de bares, porque los festivales no empezaron hasta los sesenta". En aquella fecha cantaba también 'Angelillo', de La Unión, que cantaba mucho, así como Paco el Toribio y la Mari Carmen, la hija del Celedonio (Gallardo), rememora.

Albaladejo, por su parte, recuerda que hace 27 años que quedó viuda, y pasó de "estar tan bien con su marido a sentirse sola". Cuenta que siempre que puede sube desde su casa, en la barriada de Santa Bárbara, hasta el cementerio de La Unión para dejar unas flores a su difunto marido, Antonio Escribano Rodríguez, y nunca quiere mirar las montañas que se alzan frente a ella porque "la mina es la tristeza, nunca se sabía cuando iba a salir".

Nació en 1935, y a los tres años llegó su familia desde el Barrio Peral a La Unión, a los pocos años murió su padre y ella tuvo que empezar a trabajar por lo que no pudo asistir a la escuela. Cuando se casó construyeron una pequeña casa que contaba solamente con un comedor y una cocina.

Albadalejo recuerda a su marido como "un hombre muy casero, le gustaba la compañía familiar de su mujer y sus hijos, era un trabajador honrado y decente". Además, ella todavía agradece que cuando su marido llegaba a casa nunca contaba sus problemas de la mina, "no quería amargarnos con sus penas".

Sin embargo, ella temía que cualquier día llegaran y le comunicaran lo peor y "a punto estuvo, ya que hubo un accidente en la mina con una máquina de compresión donde murió 'el Jacobo' y él se salvó porque era más bajo que él y no fue aplastado, pasamos unos días muy malos después de aquello".

Al final, no fue la mina la que se llevó a su marido, sino un cáncer que acabó con su vida cuando tenía 53 años, aunque Juana reconoce que la silicosis hubiera acabado con él tarde o temprano como hizo con tantos otros. De hecho, mucho antes que su marido, ella vivió la muerte de su cuñado de sólo 36 años.

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