A Miguel esta suerte de segunda vocación le viene de familia. Es hijo y nieto de militares y tiene muchos más parientes en el Ejército. «Para ser cura castrense sólo hay que ser normal», asegura. Sin embargo, su trabajo se realiza en un ambiente muy distinto al de la parroquia.
Misión entre soldados
De su época en Melilla, Miguel recuerda los desplazamientos en helicóptero, una vez al mes, a las islas Chafarinas o las Alhucemas; los consejos espirituales «de emergencia» que ofrecía a los soldados musulmanes. «Les decía que rezaran un poco más a Alá», reconoce; su misión a Kosovo y Macedonia... En general, su labor consiste en ofrecer apoyo religioso –«y anímico en el caso de los agnósticos»– a la tropa.
En ocasiones, el pater, como se conoce al capellán castrense, media entre soldado y oficial. También da charlas de ética, obligatorias para todos, y religiosas, que son voluntarias.
Para entrar en el seminario, sito en Madrid y que tiene carácter de internado, al menos hay que tener la selectividad aprobada. Los que acaban tendrán un contrato temporal de ocho años, pero desde el tercero ya pueden opositar para una plaza fija en las Fuerzas Armadas. Más información en www.arzobispadocastrense.com
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