Hay un lugar en Sevilla donde sus habitantes están sometidos a un 'castigo eterno'. Hace un calor infernal y no hay electricidad: sin luz para ver, sin red para cocinar, sin poder encender el aire acondicionado o un ventilador que amaine las altas temperaturas. Donde casi nunca funciona el botón de teleasistencia para pedir ayuda, ni las máquinas de oxígeno que necesitan algunos de sus vecinos para poder respirar… Y la lista continúa.
Los barrios más damnificados son San José de Palmete, Padre Pío y Su Eminencia, pero también el Polígono Sur, la barriada Murillo, Las Letanías, el Cerro del Águila y hasta San Jerónimo, Pino Montano y Bellavista. Desde hace años sus vecinos sufren cortes intermitentes en el suministro eléctrico, especialmente en las épocas de más calor y más frío, cuando el consumo doméstico es mayor. Residentes y compañía eléctrica están inmersos en una batalla sobre los motivos: los vecinos apuntan a la antigüedad de las infraestructuras, mientras que Endesa culpa a las plantaciones de marihuana.
Hace tres veranos el problema se acrecentó, se ha hecho más constante y se ha expandido por más zonas. En la última semana de junio de este año se han llegando a quedar sin luz entre 15 y 17 horas en un solo día. Están "desesperados", han puesto numerosas denuncias a la compañía eléctrica Endesa, tanto individuales como colectivas; se han manifestado ante las administraciones públicas y ante el Defensor del Pueblo, se han encerrado en centros cívicos en señal de protesta; pero sienten que todo es en vano y nadie les hace caso. Tan solo la solidaridad entre ellos les alivia y calma la inmensa angustia que sienten. Se ayudan mutuamente para poder sobrevivir este infierno.

El alcalde se ha comprometido a tomar medidas
Los vecinos achacan el problema a la antigüedad de las instalaciones, con transformadores que tienen más de 60 años. Y el alcalde, José Luis Sanz, que ya ha mantenido varias reuniones con ellos, les da la razón y se ha comprometido a estudiar "posibles medidas de emergencia que el propio Ayuntamiento pueda acometer en algunas zonas o barrios concretos", a la espera de mantener reuniones con el Gobierno central, la Junta y Endesa, a la que ya le ha reclamado "más inversiones e infraestructuras".
Por su parte, la compañía eléctrica ha pedido disculpas a los clientes afectados, pero atribuye las averías a la "sobrecarga por fraude masivo derivado de las plantaciones de marihuana", que tienen un gran consumo y requieren de una gran potencia. La compañía asegura que ya ha puesto en marcha un plan de contingencia para atender las incidencias con "mayor rapidez" y argumenta que ya el verano pasado aumentó la potencia.
Sea como fuere, la casa sin barrer y, por el momento, el problema persiste. 20minutos se ha adentrado en algunas de sus calles para comprobar cómo se vive en la ciudad, a más de 40 grados y sin luz.

Es 3 de julio. 10.20 de la mañana. El termómetro roza ya los 30 grados en Padre Pío, a poco más de 6 kilómetros del centro de la ciudad, donde se vive ajeno a este calvario. Esta historia comienza en este barrio humilde. En la calle Villamanrique reside Antonio Rodríguez. Tiene 82 años y debe estar conectado 16 horas al día a una máquina de oxígeno que funciona con corriente eléctrica.

Por supuesto, no lo está debido a los cortes tan prolongados en el suministro. En su lugar utiliza una bombona que tiene una autonomía limitada. La incertidumbre aquí es constante. Su casa es estrecha, de varias plantas. Muy antigua. Su cama está situada en el comedor, casi a la entrada de la vivienda. Así evita tener que subir la escalera, ya que también está operado de la cadera y, dejando la puerta abierta, se refresca el ambiente cuando se va la luz.

Su hijo, del mismo nombre, lo cuida durante todo el día. Advierte que su padre apenas habla, de hecho, durante casi toda la conversación se mantiene en silencio y cuando intenta pronunciar alguna frase se ahoga. Se percibe el cansancio en su rostro. Hace solo dos noches se fue la luz, y como tantas otras, su padre "tuvo que estar sentado en la puerta para que le diera el aire hasta las dos de la madrugada", hora a la que volvió a funcionar. "Esto es un calvario", clama indignado Antonio hijo. Teme que empeore su enfermedad. "Tiene momentos de atorarse como si se fuera a ahogar, muchas veces le ha pasado incluso comiendo o desayunando". A pesar de su edad, puede comer casi de todo. Pero cocinar es otra problemática añadida, que solo se puede hacer cuando hay corriente.

En la misma barriada y no muy lejos de Antonio, detrás de la iglesia, vive Carmen Flores con su marido desde hace más de cuarenta años. Ambos ya jubilados y pensionistas. Su casa tiene tres plantas y en la de abajo, su hijo tiene un negocio dedicado a la talla de madera noble. Por lo que tiene contratadas dos fases de voltaje para que no se vaya la luz a la vez en toda la casa. En la tercera planta ha instalado diecisiete placas fotovoltaicas para producir energía eléctrica. Pero nada funciona correctamente. El objetivo era ahorrar, pero asegura que ha llegado a pagar facturas de más de 300 euros. "Pagamos la luz y nos llevamos más de diez horas sin electricidad", cuenta Carmen enfadada.
"Llevamos siete años que es infernal y cada vez peor". El último corte lo tuvieron justo el día anterior a la visita de este medio. Se fue la luz arriba. "La casa ardía", recuerda angustiada mientras se abanica sofocada en el salón de su casa, situado en la primera planta. Aquella noche el termómetro marcaba cerca de 44 grados. Aunque no aparenta estar enferma, aquí y con esta casuística no hay vecino que se libre de dolencia. Hace cuatro años fue diagnosticada de depresión y con cuadros de ansiedad.
La odisea de trabajar sin electricidad
"Estamos amargados". Su día a día es una batalla contra la compañía eléctrica y "una angustia" vital por que su hijo pueda entregar el trabajo a tiempo. "Está en juego su reputación", comenta su madre emocionada. Es joven, está empezando y los clientes no atienden a excusas. Tiene 36 años. José Antonio García Flores, ebanista especializado en arte sacro. Así se presenta. "Desde el año 2021 es infernal", insiste el hijo de Carmen.

Aquí la jornada empieza a las 7 de la mañana. Ha habido veces que llegas y no hay luz. "Tienes que estar de brazos cruzados esperando a que venga la electricidad y llamando a la compañía", explica el joven mientras trabaja en el taller. No puede desaprovechar ni un segundo de corriente. Se puede comprobar que su trabajo es prácticamente imposible realizarlo a oscuras, ya que una parte se ejecuta con herramientas eléctricas y la otra, manual y más artística, requiere de una gran precisión y buena vista.
Debido a los repentinos cortes eléctricos se le ha estropeado el motor a dos aparatos que utiliza habitualmente. La compra de los nuevos le costó "más de 700 euros" ya que la compañía no se hizo responsable. Un gasto al que habría que sumar las pérdidas en materiales que se han dañado, las horas que no ha podido trabajar o los proyectos que no ha podido asumir ante la incertidumbre de lo que podría pasar.

La pasada Semana Santa pudo entregar los encargos a tiempo, aunque no en la fecha en la que había acordado con las hermandades. Lo consiguió trabajando a deshoras, a veces hasta pasadas las doce de la noche. El sueldo no da para más y llega a fin de mes "con el agua al cuello". Es autónomo, pero no puede crecer como empresario al no tener asegurada la electricidad para poder tener el taller a pleno rendimiento.

Trabajar así es una odisea. Otro ejemplo de ello es el de Pepe Salas, carnicero de un supermercado en Su Eminencia. Aunque el local no es suyo, sufre el negocio como propio y siente que su puesto de trabajo peligra ante las pérdidas económicas que acarrean los cortes de luz, ya que el 80% de los productos que vende son frescos, entre carnicería, charcutería y elaborados.
El año pasado tuvieron que tirar alimentos al menos en quince ocasiones y este 2023 habrán perdido género por valor de 3.500 euros en solo una semana de cortes en el suministro. Aunque no puede cuantificar la cantidad que han tirado, actualmente tienen unos 600 kg de comida a la venta en el local. "Es un trastorno económico en todo, entre mercancías que tienes que tirar, más la venta que dejas de hacer por tener que cerrar antes, pues suma".

Cuando se va la electricidad tienen media hora para cerrar todo, bajan la persiana y solo se puede terminar de atender a los clientes que están dentro en la medida de lo posible. El ritmo entonces es frenético. El TPV para cobrar con tarjeta solo tiene una autonomía de 30 minutos. La caja ya no funciona, ni el peso, ni la máquina de corte, ni las neveras, ni las lámparas, ni el aire. Hay que guardar a toda prisa los productos en la cámara frigorífica donde la mercancía se puede conservar hasta 6 horas en el mejor de los casos. Todo a oscuras y con calor sofocante.
Después llegas a casa y tampoco hay electricidad. "Te cortan la corriente y te cortan la vida", expira este honrado trabajador que, como su caso, describe el del comerciante que colinda con el supermercado. "Es un bazar, también se le han estropeados dos frigoríficos y el del bar de al lado, que también ha tenido que echar el cierre en más de una ocasión con los veladores llenos de gente".

Palmete, uno de los barrios más damnificados
Pero la vida sigue, aunque ya casi sin aliento para los vecinos de Palmete, una de las zonas más afectadas. Son las 12.30 de la mañana y arde el asfalto, no se pueden rozar las paredes de las fachadas. Todo quema y la humedad se pega al cuerpo. Un día más sin luz. Los operarios subcontratados por Endesa llevan toda la mañana intentando arreglar la avería, tirando cables de una calle a otra. Aseguran que han dividido la carga del barrio en tres partes para evitar que todo salte a la vez.

Los vecinos salen a la calle a esperar. Peor se está en las casas. Se cobijan en la reducida sombra que dan los pocos árboles de la zona. Un padre intenta calmar o dormir a su bebé. Pero por mucho que mece el carrito el calor no se atenúa. Todos cuentan su caso, y guían a este medio de una vivienda a otra. Han visto la luz en este equipo de periodista y fotógrafo, confiando en que este periódico dé voz a su testimonio y el problema se solucione de una vez. Están desesperados.
"Aquí residen dos vecinos de avanzada edad que se lesionaron de gravedad la última semana de junio, cuando intentaban sobrevivir sin electricidad en sus casas". Debido a la gravedad de sus heridas en el rostro, uno de ellos aún está hospitalizado y el otro en revisión médica, según cuenta a 20minutos la vecina que vive enfrente, Consuelo Leal, que alertó a los servicios de emergencia en uno de los casos.

José Sánchez Bermúdez tampoco pudo alertar de su situación cuando casi se asfixia. Tiene 92 años. Hace unos días sintió que le faltaba la respiración. Salió a rastras de su casa. El botón de teleasistencia no funcionaba. No había electricidad. "Esto me salvó", exclama mientras se saca misteriosamente una pequeña cajita de pastillas Juanola de un bolsillo de su pantalón donde las atesora y ofrece amablemente a sus vecinos. "Como pude me tomé una y me aliviaron la garganta". Entonces llegó su hija a socorrerle, relata sentado en el sofá de una vecina junto a otros dos amigos. Le cuesta ponerse serio, porque a pesar de la dramática situación, describe su historia con una pequeña sonrisa en su rostro. Él, sobre todo, hace alusión a la necesidad de electricidad para cocinar. "Nos tienen sin alma".

"Si ellos tienen madre, que se pusieran en mi lugar", añade Rosario Villanueva en referencia a los que tienen que solucionar el problema. "Esto es horroroso". Padece la polio desde que tiene un año, tiene las piernas amputadas, extremidades atrofiadas y va en silla de ruedas. Tiene 74 años.
Su marido, Juan Leal, es invidente. Tiene 69 años y nunca ha visto la luz. "No necesito alumbrado, pero sí electricidad como todo el mundo". "Si se corta de noche, es agobiante estar sin aire y sin ventilador". Le indigna estar pagando un servicio que no reciben correctamente. "El otro día vino a las 3 de la madrugada y estábamos a 40 grados", añade Bermúdez. Se había ido la luz a mediodía y le pilló friendo pescado. Se quedó sin almorzar y sin su café.

Algunos vecinos han comprado una pequeña hornilla para cocinar y una bombona de butano. Otros han dejado la vitrocerámica o la inducción y han vuelto a las cocinas de gas. Pero no es la mayoría. Entre unos y otros se ayudan. Como es el caso de Milagros Valeirón, de 72 años, y Manuel González, de 77. Este matrimonio compró una pequeña cocina de gas para calentarse la leche y un poco de comida. Le hacen el favor a los que tienen niños pequeños para prepararles el biberón.

Pero ellos también tienen su problemática añadida. La enfermedad de Manuel. "Está operado del corazón y le dio un ictus hace poco". No es electrodependiente, se basta con tres inhaladores, pero el calor le sofoca y asfixia", cuenta Milagros. "El mes pasado estuvo ingresado tres veces". Cuentan su historia mientras permanece sentado en el patio de su casa, porque estar en pie le cuesta. "Nos hemos llevado hasta 13 horas sin luz.
Este año ha sido el peor", añade esta vecina. "Lo realmente fuerte empezó en el verano de 2020", corrige otro vecino. Cada uno tiene su opinión, porque no a todos los residentes ni en todas las calles se va a la vez. Pero todos coinciden en que cuando llaman a la compañía eléctrica no les hacen caso. Les dicen que van a acudir a arreglar el problema en un hora y "no vienen nunca cuando dicen", apostilla uno de los vecinos.

"Nos dicen que esto es un problema de enganches ilegales, pero el transformador tiene más de 60 años, los cables están obsoletos, la instalación lo mismo y Endesa no invierte aquí, la excusa son siempre los enganches ilegales", expone Rocío Barragán, vecina de la zona y miembro de la plataforma Barrios Hartos, creada para hacer fuerza entre los vecinos y mediar para que se solucione el problema. "Tiene alguien que dar un golpe en la mesa y decir basta ya", señala.

Todos tienen su relato personal. También en Palmete, Antonia Aguilar y José Díaz Muñoz, de 76 y 79 años respectivamente esperan a contar su historia en el angosto salón de su casa. Ella padece arritmia y asma para lo que necesita dormir conectada a una máquina de oxígeno, con el riesgo que supone que se vaya la electricidad en mitad de la noche, teme que deje de funcionar el respirador, no se despierte y se asfixie.
Su día a día es una odisea, pero como el resto ha intentado cubrir sus necesidades básicas en la medida de sus posibilidades. "Para iluminarnos nos hemos comprado linternas con potencia y desde hace algunos años, no tengo vitrocerámica, sino cristal gas. En invierno nos calentamos con estufa de butano". Lo que no pueden tener sin electricidad es ventilador o aire acondicionado. Limpiar es otro tema. Ni lavadora ni lavavajillas. Todo a mano y a más de 30 grados. Eso da para otro capítulo. La historia es interminable. Y se avecina otra ola de calor...
Comentarios