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Los duques, la inmisericorde y aburrida nobleza burlona

Los duques del 'Quijote'.
RIKI BLANCO

Aristócratas buenos en nada excepto en la holgura financiera para bufonearse del loco y el inferior. El montaje psicodélico de los duques, que ocupa nada menos que 28 capítulos, es una lumínica y grotesca magia parcial del Quijote. Como en el gaudeamus digital de hoy, todo ha de ser frenético y ser gozado al instante, ahora mismo.

Una pareja de la alta nobleza y su séquito cortesano deciden combatir el aburrimiento engolosinándose con la demencia de don Quijote y la simpleza de Sancho, a los que hospedan porque han leído la primera parte de la novela y dicen admirarlos.

Una vez en el castillo y con la connivencia de los criados en la producción del artificio, montan un infamante cachondeo con efectos especiales escénicos dignos de Hollywood –luces, bueyes, demonios, ninfas, el mago Merlín, doncellas encantadas, ruidos, cohetería, joyas, músicos, actores...– para, con velocidad y diligencia, obtener gran solaz y gratificación instantánea. Sancho sale mal parado cuando le conducen a una Barataria de cartón piedra y angustias.

El caballero debe soportar la imaginaria muerte de Dulcinea, interpretada con maneras de Óscar por la pérfida criada Altisidora, que llama al Qujiote "señor don bacallao, alma de almirez, cuesco de dátil".

Tras la inmisericorde burla y "satisfechos los duques de la caza, y de haber conseguido su intención tan discreta y felizmente, se volvieron a su castillo". Miguel de Cervantes no lo dejó asentado, pero estamos autorizados a imaginar que al día siguiente los siniestros duques padecían otra vez el merecido castigo de la anhedonia, la pérdida de interés y la incapacidad de sentir placer con cosa alguna.