Mi experiencia en el Sáhara y cómo es ser mujer en un campamento de refugiados

Así es la vida de las mujeres saharauis, nacer y morir en un campamento de refugiados en medio del desierto. Algunas quieren marcharse a estudiar fuera pero solo lo pueden hacer si todos los hombres de su familia están de acuerdo, con que se oponga solo uno de ellos... adiós futuro. He estado allí y te cuento lo que he vivido
Vista desde el desierto para el campamento
Vista desde el desierto para el campamento
Vanesa Fariñas
Vista desde el desierto para el campamento

Allá por el año 1960, la ONU dictaminó que la provincia española del Sáhara (colonia) tenía derecho a constituirse como país independiente recibiendo el nombre de Sáhara Occidental. España estableció como fecha límite para la descolonización el 29 de febrero de 1976. Supuestamente, tras esa fecha el país quedaría en manos de una administración temporal compuesta por un representante del gobierno marroquí, otro del gobierno mauritano (ambos países colindantes con el Sáhara) y un tercero de la Asamblea General Saharaui, también conocida como Yemaá. 

Un gobernador general territorial designado por las tres partes actuaría como "presidente" durante esa transición hacia la independencia total. Y digo supuestamente porque esta es la parte bonita de la historia, que quedó solo sobre el papel… La realidad fue otra bien distinta y el resultado de esta todos lo conocemos: la mayor parte del Sáhara Occidental pertenece a Marruecos desde hace 48 años, y los saharauis que no quisieron convertirse en marroquíes tuvieron que iniciar un éxodo que los llevó hasta terrenos desérticos cedidos por Argelia en la provincia de Tinduf.

Allí se establecieron 5 campamentos de refugiados, bautizados con el nombre de algunas de las ciudades más importantes del Sáhara Occidental, que con el paso de los años han sustituido las jaimas por casas de adobe o bloque de hormigón, y que hoy suman alrededor de 200.000 habitantes.

Vista desde el campamento
Vista desde el campamento
Ana Román Escobar

Desde entonces, el pueblo saharaui, gobernado por el Frente Polisario, lucha por recuperar su tierra. A través de las armas y, sobre todo, de forma pacífica, mostrando al resto del mundo, a quien los quiere visitar, escuchar, conocer, cuál es su situación.

Mujeres que luchan por todo menos por ellas

Dos eventos anuales, el Sahara Marathon y FiSahara (Festival Internacional de Cine del Sáhara Occidental), reúnen a varios cientos de personas (españoles principalmente, pero también de diferentes países europeos y argelinos) en los campamentos durante unos días, precisamente con ese objetivo, que conozcan su forma de vida, se sensibilicen con su causa, y les sirvan de altavoz al volver a sus lugares de origen. Yo he sido una de esas españolas que este año ha acudido al Sahara Marathon.

"Cuando te vayas, cuéntalo", decían unos. "Gracias por venir y por apoyarnos", comentaban otras, abrazándonos. "Pero cuenta la verdad. No digas que es bonito. No digas que ha sido una experiencia fantástica".

Quieren que contemos cómo viven, que recordemos que les robaron su tierra... Y claman por la libertad de su pueblo al grito de Sahara horra, que se cuela entre canciones coreadas por mujeres. Porque son ellas las que cantan, son ellas las que asisten a los eventos internacionales, son ellas las protagonistas del desfile del 27 de febrero, día de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), y son ellas las que tienen menos libertad. Sin embargo, por esta libertad, la suya, no luchan. Paradójico, contradictorio, como el mundo que las rodea, puro contraste.

Desfile Día de la Nación
Desfile Día de la Nación
Débora Marcos

Los campos no son bonitos, ni mucho menos. No son ordenados. No hay un plan urbanístico detrás de ellos. Las casas aparecen salpicadas al antojo de cada uno y hay plásticos allá donde mires. Algunos carteles intentan concienciar "La limpieza de la Wilaya (el 'pueblo') depende de todos", dicen, pero parece que nadie los lee.

A un lado de una calle puedes ver un montón de basura y unas cabras comiendo, al otro una clínica privada donde hacer ecografías. Cien metros más allá puedes encontrar la carrocería de un coche que quedó donde se estropeó (solo la carrocería) junto a una tienda de móviles.

La sensación de temporalidad permanente

A veces tienes la sensación de encontrarte en pleno rodaje de una nueva secuela de Mad Max, cuando pasa un grupo de mujeres con sus melfas (vestimenta tradicional femenina del Sáhara) para devolverte a la realidad. Las viviendas externamente parecen más bien infraviviendas. No buscan la belleza, mucho menos hacer ciudad. Por dentro, sin embargo, son acogedoras, aunque para mentes occidentales sorprende lo vacías que están.

Vista desde el campamento
Vista desde el campamento
Ana Román Escobar

La mayoría de las estancias cuentan simplemente con unas alfombras y tal vez alguna cortina. Nada más. Solo el salón para recibir visitas incluye una mesa y unos sofás que, por otro lado, no utilizan demasiado. Viven en el suelo, comen en el suelo y duermen en el suelo. Solo necesitan unas mantas, que suelen tener en un cuarto-almacén o en la misma habitación dobladas en una esquina. Para su día a día: un juego de té y lo necesario para cocinar y servir la comida es suficiente. ¿Por qué? Porque tal vez un día tengan que marcharse y no quieren acumular más de lo indispensable (también es posible que se trate de una herencia de sus orígenes como tribus nómadas).

Porque tal vez un día tengan que marcharse y no quieren acumular más de lo indispensable (también es posible que se trate de una herencia de sus orígenes como tribus nómadas)

Sin embargo, tienen electricidad, agua 'corriente' (cuentan con unos depósitos que llenan periódicamente y que permiten que salga agua al abrir los grifos), televisión, e incluso módem o móviles con datos. Y las adolescentes, como las nuestras, son adictas a las redes sociales, cuando consiguen hacerse con un teléfono (porque en las familias más tradicionales solo pueden acceder a él tras casarse o, en el mejor de los casos, a partir de los 18 años).

Mujeres paseando por el campamento
Mujeres paseando por el campamento
Ana Román Escobar

La infancia en la wilaya es una etapa dulce, feliz. Los niños, tras salir de clase, son libres y tienen todo el espacio del mundo para jugar. "De pequeña me pasaba el día jugando con otros niños. No había televisión ni móviles y jugábamos en la calle sin parar", comenta Mariam, de 20 años.

Hoy, sigue siendo así. Ves a niños por todas partes corriendo, riendo, jugando al fútbol… Pero, cuando esos años pasan, las cosas cambian. Hay tiendas de ropa, algunas con fachadas plagadas de nombres de marcas que su propietario vio en algún viaje a España (Zara, Adidas, Boss, Puma), también las hay de souvenirs, verdulerías, pequeños supermercados, pizzerías, restaurantes de kebabs (ambos de comida para llevar), ¡food trucks', tiendas de móviles, colegios, institutos, cada barrio tiene su pequeño centro de salud, básico, pero lo hay. Sin embargo, no hay plazas, no hay espacio público de reunión donde los adolescentes puedan pasar la tarde, donde puedan interactuar ambos sexos. Porque prácticamente no interactúan, al menos no en persona.

Comida en el desierto en los alrededores del campamento
Comida en el desierto en los alrededores del campamento
Ana Román Escobar

Cómo viven las niñas, adolescentes y adultas

"Cuando era niña tenía muchos amigos, pero al llegar a secundaria las cosas cambiaron. A mis hermanos no les gustaba que hablara con chicos", comenta Mariam. "Mi tío, que es dos años mayor que yo, me lo tenía prohibido. En una ocasión, entró en mi clase mientras un compañero me preguntaba cuál era la asignatura siguiente y lo amenazó. Le dijo que no volviera a hablarme nunca más", dice Mitme (nombre ficticio).

Mariam
Mariam
Ana Román Escobar

Al llegar a la adolescencia, ellas comienzan a llevar la melfa, dejan de jugar y van de casa al colegio, y viceversa. Sus salidas más allá se limitan a visitar tiendas para hacer la compra, ir a casa de amigas y asistir a la fiesta nacional o a algún otro evento oficial. Muy esporádicamente, pueden desplazarse (acompañadas por adultos) hasta Tinduf donde a veces montan una feria con atracciones.

Si alguna amiga tiene móvil, entonces todas se concentran a su alrededor. No solo para ver tik tok y vídeos en youtube, sino por otra razón de más peso: para hablar con chicos a través de las redes sociales.

"En la calle no hablamos con los chicos. Si le gustas a uno, se acerca y te pide tu cuenta de Instagram o tu teléfono. Eso es todo", dice Munina. A partir de ahí comienza el flirteo. Si tienes teléfono (lo que no es habitual), con mensajes y llamadas. Si no, a través de Instagram. Esas conversaciones pueden durar años. Pasado un tiempo, si ambos despiertan suficiente interés en el otro, consultarán a conocidos pidiendo referencias de la otra persona. En el caso de que estas sean buenas y decidan dar un paso más, él podrá visitarla a ella en su casa o, incluso, en la calle, siempre que tenga la aprobación de los padres y la chica vaya acompañada.

Si le gustas a uno, se acerca y te pide tu cuenta de Instagram o tu teléfono. Eso es todo

"Yo tuve mucha relación con mi marido antes de casarme", comenta Mariam. "Quedamos dos veces y estuvimos hablando por teléfono a diario durante dos años". Remarco lo de "quedamos dos veces". Así, los 'romances' se desarrollan en el ámbito virtual. Lo curioso es que ellas en casa son abiertas, risueñas, divertidas, bromistas, tienen un carácter tan parecido al nuestro que a veces, por un momento, se te olvidan las grandes diferencias.

El objetivo: un 'buen matrimonio'

Son educadas para casarse, estar pendientes de sus maridos, tener hijos y cuidar de la casa. Algo que, por otro lado, no debería sorprendernos tanto si pensamos cuál era la vida de la mayoría de las mujeres españolas en los años 50 (en muchos casos incluso 20 años después). Pero me sorprendió, y mucho. Me sorprendió que fueran tan iguales y tan distintas a nosotras. Me sorprendió que no pudieran relacionarse con hombres a partir de la adolescencia. Me sorprendió cómo en una sociedad tan conservadora se ha colado Instagram para abrir la puerta al "amor". Me sorprendió, y mucho, que dos personas puedan pasarse años hablando y verse solo un par de veces antes de convertirse en marido y mujer. Me sorprendió gratamente que Mariam y su marido, a pesar de todo lo dicho, a pesar de que se trata de una sociedad eminentemente patriarcal y, por qué no decirlo, muy machista, tengan una relación de igual a igual, se gasten bromas, se rían juntos, haya una grandísima complicidad entre ellos.

Mariam
Mariam
Ana Román Escobar

Y me dejaron helada algunos comentarios y algunas situaciones. "Desde que me casé soy muy feliz porque puedo entrar y salir, pueden venir a casa mis amigas cuando quiero y nadie me controla constantemente", decía Mariam. Porque entre los saharauis, mientras una mujer está soltera, su libertad de maniobra es muy limitada, y cualquier decisión pasa por la aprobación no solo de su padre, como cabría esperar, sino de todos los hombres de su familia. Y con ello me refiero a hermanos, tíos, primos… que pueden ser más o menos comprensivos.

"Tu mejor opción es buscar a un hombre más tolerante que tu familia para tener una vida mejor", decía Mitme (nombre ficticio). "Yo, desde que me casé estoy mucho mejor, porque mis hermanos ya no me pegan", añade Nahid (nombre ficticio). Así, un buen matrimonio es el objetivo de la mayoría. Y, si lo consiguen, se dan por satisfechas con su vida. Cocinar, cuidar a los niños, charlar con las amigas, compartir la vida con su marido y estar junto a su familia. No necesitan más. No esperan más.

Llama la atención que, habiendo pasado casi todas ellas cuatro veranos en España conviviendo con niños y familias españolas a través del programa Vacaciones en paz, no aspiren a otro tipo de vida, que han conocido. "Quiero vivir aquí porque es donde está mi familia", dice Mariam. Otra aparente contradicción, desean a toda costa casarse para tener una vida mejor, pero no quieren alejarse de su familia, de sus padres, hermanos, tíos, abuelos… de aquellos hombres que controlaban cada uno de sus movimientos. La explicación es sencilla, la parte mala de vivir rodeadas de esos hombres desaparece al contraer matrimonio, porque ya no tienen ningún poder sobre ellas. Así, solo queda lo bueno.

La posibilidad de dejar el campamento con toda la familia ni se la plantean. Tampoco es sencillo. En primer lugar, deben conseguir pasaporte para todos los miembros de la familia. Esta es la parte fácil. "La mayoría de la gente se hace pasaporte argelino o mauritano por si acaso", dice Mariam. ¿Por si acaso? "Sí, por si un día debemos abandonar esta tierra, para poder irnos a vivir a otro lugar".

El segundo paso se complica por los trámites y por el desembolso que supone: hacerse con un visado. Una vez se ha logrado, lo habitual es intentar dar el salto a España y, con un poco de suerte, conseguir un trabajo para, más adelante, llevar a parte de la familiar por medio de la reagrupación familiar… Lo dicho, no es imposible, pero sí difícil. Y muchos ni se lo plantean.

Decía que un buen matrimonio es el objetivo de la mayoría, pero queda una minoría de la que hablar, esa que hace que te reconcoma la impotencia. Porque para que se avance debe haber hombres (en el sentido genérico de la palabra) inconformistas. Dónde estaríamos sin ell@s. Y para que las mujeres estén donde estamos hoy día por fortuna en España y muchos otros países, ha tenido que haber muchísimas mujeres que no se conformaron con lo que tenían ni aceptaron hacer lo que se esperaba de ellas.

Mujeres saharauis que quieren otro tipo de vida

"Mi plan era estudiar medicina en Cuba y después irme a vivir y a trabajar a España, para volver en vacaciones al campamento a ver a mi familia y a ayudar", comenta Nayat. Hasta hace solo unos meses hablaba de ese plan en presente. Está estudiando segundo de bachillerato en la Escuela Secundaria Básica Simón Bolívar. Resultado de la cooperación triangular entre Cuba, Venezuela y la República Saharaui, que ofrece todas las clases en español y abre las puertas a estudiar una carrera universitaria en Cuba.

Nayat y Atu
Nayat y Atu
Ana Román Escobar

Sus padres le prometieron que, cuando acabara los estudios en la Bolívar, podría estudiar medicina en Cuba. Pero ahora que se acerca el momento, un tío suyo, de 22 años, se ha negado. Se opone totalmente a que se vaya a otro país a vivir sola. Y todos los hombres de la familia tienen que estar de acuerdo para que pueda hacerlo.

"Me lo prometieron. Y ahora ¿qué hago? ¿Dónde quedan mis sueños? ¿Qué opciones tengo? Ninguna. Solo me queda la posibilidad de encontrar un marido que quiera irse a vivir a España, quiera llevarme con él y me permita estudiar". Imposible, o casi imposible.

Solo me queda la posibilidad de encontrar un marido que quiera irse a vivir a España, quiera llevarme con él y me permita estudiar

Hay que tener en cuenta que solo puede conocer a un chico en la wilaya o, tal vez, en otro de los campamentos o en Tinduf en alguna visita, pero estas dos opciones son bastante menos probables. Y en cualquiera de los tres casos habrán sido educados siguiendo las mismas costumbres que le impiden ahora estudiar…

Las únicas opciones que tienen las mujeres en los campamentos para aspirar a una vida diferente son: estudiar algo similar a magisterio e impartir clases, ayudar en algún centro de salud, cocinar en un colegio o trabajar en una tienda. Si los hombres de su familia se lo permiten, claro. O si dejan a esos hombres. Esto queda para mujeres realmente valientes.

"Mi marido no me trataba bien y no me permitía trabajar, pero yo necesitaba hacer algo más que estar en casa, así que encontré un trabajo que me gustaba (cuida a niños discapacitados en la escuela de Castro, un proyecto increíble sacado adelante por la tozudez de una única persona: Castro, y la ayuda de varias mujeres), y lo dejé", cuenta Galía con una sonrisa. Ahora vive sola con sus hijos.

Para cambiar realmente de vida, solo hay un camino: dar el salto a Europa. Un día, una chica que trabajaba en un centro de salud se acercó a una de las integrantes del grupo internacional, cuando nadie miraba, y le dijo en susurros que quería venir a España. A continuación, le pidió su teléfono.

La española me lo contó más tarde conmocionada. "¿Y qué puedo hacer yo?" "¿Cómo podría ayudarla?". El objetivo del Sahara Marathon es que visitantes del primer mundo conozcan la forma de vida de los saharauis en los campamentos de refugiados, se sensibilicen con su causa y les sirvan de altavoz al volver a sus lugares de origen.

Sin duda los saharauis deben recuperar su patria. Sería lo justo. Pero, por desgracia, a día de hoy no parece que ninguna nación esté especialmente interesada en apoyarlos. Mi visita sirvió para que me sensibilizara con esta situación, pero, especialmente con otra causa: la de estas mujeres. No se me ocurre mejor forma de ayudarlas que convirtiéndome en altavoz de esta realidad. Tal vez la onda generada por esta gota llegue hasta alguien, incluso a varias personas que puedan hacer algo más.

¿Una universidad en los campamentos para facilitar el estudio de carreras superiores que abran la puerta a una vida mejor? ¿Un trabajo en España que permita dar el salto a algunas de esas mujeres? Nunca se sabe

¿Quieres recibir gratis todos los jueves en tu correo los mejores contenidos de belleza, moda y estilo de vida? Apúntate a nuestra Newsletter.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento