Hubo una época en la que Hollywood producía dúos estelares tanto como películas. Vivien Leigh y Clark Gable, Lauren Bacall y Humphrey Bogart, Elizabeth Taylor y Richard Burton... la meca del cine ha dado parejas que han traspasado las pantallas en todo el mundo, incluido España. Aunque en ciertas ocasiones esa relación idílica no se ha trasladado fuera del rodaje.
Durante los años 30 se empezaron a consolidar muchos de los nombres que hoy son auténticas estrellas del cine, y entre ellos estaban Ginger Rogers y Fred Astaire, una pareja de bailarines que conquistaron al público en nueve películas durante esa década (y una más en la siguiente). Los estadounidenses tenían una química espectacular en sus rutinas de baile, aunque su relación cuando no estaban rodando las cámaras fue un poco distinta.
Rogers y Astaire
Ambos bailaron en una decena de largometrajes que les catapultaron a la fama absoluta, siendo la primera Volamos a Río (1933). A pesar de que ambos tenían un papel secundario en la cinta dirigida por Mark Sandrich (con quien colaborarían en otras cuatro producciones más), captaron completamente toda la atención, lo que hizo que la compañía aprovechase su éxito.
La alegre divorciada (1934), Roberta (1935), Sigamos la flota (1936), Ritmo loco (1937) o La historia de Irene Castle (1939) son algunas de estas películas que convirtieron tanto a Astaire como a Rogers en los mejores bailarines del Hollywood clásico, y en unos de los mejores de toda la historia del cine. Tal fue su popularidad que se está preparando un biopic centrado en ambos.
Ginger Rogers
Virgina Katherine McMath, conocida por todos como Ginger Rogers (el nombre es un apodo que le puso su primo y el apellido es el del segundo marido de su madre) nació en 1911 en Missouri, y desde pequeña mostró unas dotes impresionantes para el baile. Poco a poco fue escalando en el mundo del celuloide hasta entrar en la década de 1930, en la que conoció a Fred Astrain y que cambiaría para siempre su carrera.
Con la llegada de la década de los 40, ambos decidieron seguir sus carreras en solitario, y la de Rogers no tardó en cosechar éxitos: en 1941 ganó el Premio Oscar a mejor actriz de reparto por Espejismo de amor. A partir de ese momento, la actriz comenzó a obtener papeles en cintas tan importantes como El mayor y la menor (la primera película que dirigió Billy Wilder) o Te volveré a ver. En 1949 bailó por última vez con Astaire en Vuelve a mí, la primera producción de la MGM en la que participaron.
En los 50 la carrera de Rogers entró en declive, participando sobre todo como estrella invitada en la televisión. Solo tuvo un éxito en la gran pantalla (Me siento rejuvenecer, en 1952) y otro en Broadway (Hello, Dolly!). Decidió tomarse una década de descanso para volver con dos películas en los 60, siendo Harlow en 1965 la última cinta (de las más de 70 que rodó en su carrera) en la que apareció la actriz y bailarina. Recibió el Oscar honorífico en 1992 y murió tres años después.
Fred Astaire
Hijo de inmigrantes alemanes y austríacos, Fred Astaire comenzó desde muy pequeño a bailar con su hermana Adele, llegando incluso a participar en espectáculos en Broadway y en el West End, hasta que en 1933 participó en Viajando a Río. Tras comenzar su carrera en solitario, el de Omaha también cosecho éxitos con sus películas, apareciendo en producciones con estrellas de la talla de Judy Garland o Bing Crosby.
Su legado en musicales es incontestable, aunque a mediados de los 50 dejó este tipo de proyectos para centrarse en cintas más dramáticas y en su carrera en los teatros, que también fue fructífera. A pesar de que consiguió el Oscar honorífico en 1950 (fue presentado por Rogers), no fue hasta 1975 cuando recibió su primera y única nominación a las estatuillas, gracias a su papel en El coloso en llamas.
La esposa de Astaire, la culpable
El actor de Nebraska estuvo casado durante 21 años (desde 1933 hasta 1954) con Phyllis Livingston, que a pesar de no estar dentro de la industria del celuloide, marcó la carrera de su marido mientras este bailaba con Rogers. La esposa de Astrain prohibió tajantemente a su marido (incluso contractualmente) besarse con Rogers en ninguna de las escenas que compartiesen.
Livingston tenía miedo de que la química entre ambos bailarines no fuese solo delante de la cámara, y por ello evitó a toda costa que se pudieran dar un beso, ni aunque eso no tuviese significado alguno para Rogers y Astrain. La propia actriz siempre ha afirmado que su relación fue puramente profesional, e incluso ha recalcado en numerosas ocasiones que nunca hubo ningún sentimiento romántico entre los dos.
Además, Rogers era una mujer extremadamente religiosa y muy conservadora, y estaba casada en el momento de rodar las películas con Astaire (a pesar de su ideología, contrajo matrimonio hasta en cinco ocasiones). Su relación profesional y personal era buena, aunque no de amor. El actor afirmó que la bailarina "siempre había sido una maravillosa compañera" y negó "los rumores de que nos peleábamos constantemente. Nunca lo hicimos, lo he negado los últimos 20 años".
A pesar de que Phyllis, (quien detestaba a Rogers, según palabras de la actriz), evitó a todo a costa que la conexión profesional pasase a un plano más personal, eso no eludió que los dos actores se llevasen a la perfección fuera de las rutinas de baile. Rogers y Astaire siempre serán una de las parejas más recordadas de Hollywood, pero, al contrario que muchas, puramente por motivos cinematográficos.
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