‘El libro de Boba Fett’ ha confirmado que ya no hay que ser fan de las historias, sino de los catálogos

El último episodio, dirigido por Bryce Dallas Howard, se enmarca en una inquietante estrategia de Disney.
Fotograma de 'El libro de Boba Fett'
Fotograma de 'El libro de Boba Fett'
Disney
Fotograma de 'El libro de Boba Fett'

[ESTE ARTÍCULO CONTIENE SPOILERS DE EL LIBRO DE BOBA FETT, OJO DE HALCÓN Y SPIDER-MAN: NO WAY HOME]

El regreso del Mandaloriano. El título del quinto episodio de El libro de Boba Fett no solo no disimula, sino que además confirma por adelantado los derroteros que tomará la trama. En los siguientes minutos vamos a apartarnos de buena parte de lo que sucedía en Tatooine. Los esfuerzos de Boba Fett (Temuera Morrison) y Fennec Shand (Ming-Na Wen) por consolidarse como reyes del crimen van a quedar momentáneamente en stand-by, dejando espacio para continuar esa historia que nos colocó frente al catálogo de Disney+ en primer lugar. Ya no es El libro de Boba Fett. Es el episodio número 17 de The Mandalorian.

No es de extrañar que este capítulo esté siendo, de largo, el mejor valorado por la audiencia. La maña de Bryce Dallas Howard como directora. El homenaje a La amenaza fantasma (con ese caza de Naboo y el regreso al Cañón del Mendigo a una velocidad semejante a la de la carrera de vainas). La profundización en la cultura mandaloriana. Y claro está, el regreso de Din Djarin. De esa voz de Pedro Pascal que, a cada inflexión, a cada titubeo, proclama que echa mucho de menos a Grogu luego de haber permitido que se lo llevaran los Jedi. Porque, ¿no le echamos de menos todos? ¿No nos alegramos de reencontrarnos con Mando?

¿Qué importa que, de todo lo expuesto, nada relacionado mínimamente con Boba Fett haya merecido el entusiasmo de la audiencia? ¿Qué hay de malo en que este episodio de El libro de Boba Fett haya sido un episodio de The Mandalorian camuflado? Démosle un par de vueltas.

Din Djarin empuñando el sable oscuro
Din Djarin empuñando el sable oscuro
Disney

Lo que nos enseñó Baby Yoda

Las dos primeras temporadas de The Mandalorian fueron mucho más que un éxito para la Lucasfilm de Disney. Enumeremos. La primera serie en acción real de Star Wars. El título que dio credibilidad a Disney+ como plataforma de streaming recién desembarcada en noviembre de 2019, antes de otros reclamos de suscriptores como la grabación de Hamilton o las series de Marvel. Y, desde luego, la única obra ambientada en el universo de George Lucas posteriormente a 1980 que conseguía poner de acuerdo al fandom, a la vez que se sobreponía a la conflictiva reacción de las películas desarrolladas por Disney.

Spin-offs de génesis desastrosa como Han Solo y Rogue One. Una trilogía malograda, empezando por El despertar de la Fuerza y terminando por un episodio casi unánimemente odiado como El ascenso de Skywalker. Star Wars le había dado a la Casa del Ratón mucho dinero, pero también unos ingentes dolores de cabeza que fueron olvidados de golpe con The Mandalorian. Esto no se debió únicamente a la calidad del producto, sino también a los presupuestos que barajaba. La distancia que tomaba frente a un canon atiborrado y, con cuarenta años a sus espaldas, impenetrable para neófitos.

El mayor acierto de The Mandalorian fue ser una serie de aventuras cuyo talante emocional funcionaba de forma autónoma. Ajena a culebrones Skywalker, esquivando referencias específicas, The Mandalorian recibía con los brazos abiertos a cualquier espectador fuera cual fuera su bagaje: bastaba una mínima curiosidad, o que le hubiera llamado la atención el diseño de Baby Yoda. No es que The Mandalorian fuera una serie de Star Wars ideal para quien no le gustara Star Wars, pero desde luego sí era una serie que no pedía carnés de ningún tipo.

Mando y Boba Fett en 'The Mandalorian'
Mando y Boba Fett en 'The Mandalorian'
Disney

Pero claro. La segunda temporada matizó esta sensación, con la aparición por episodio de mínimo un personaje que reconocieran los fans talluditos. Es posible que hubiera cierto extrañamiento, pero como ante todo seguía siendo la historia de Mando y su pupilo, el espectador desinteresado en la historiografía galáctica podía conservar su comodidad. Sin que esto implicara una mínima preocupación por aquel cazarrecompensas aparecido en cierto episodio dirigido por Robert Rodríguez. Boba Fett iba a tener su propia serie, vale. Por qué iba a importarle.

Lo cierto es que El libro de Boba Fett no estaba importando mucho más de lo que pudieran haber importado las series animadas de Dave Filoni (con el agravante de que estas sí gustaban a los fans, de The Clone Wars a la reciente Remesa mala). Solo ha importado cuando ha traído de vuelta a Mando y el recuerdo de Grogu. Y, de repente, se antoja imperativo para cierta porción de la audiencia de The Mandalorian ponerse con El libro de Boba Fett. Si quiere saber cómo continúa la historia que ha amado, debe empezar a ver una serie que a priori no le interesaba lo más mínimo.

No hay necesidad de ponerse melodramáticos, pero lo obrado conjuntamente entre The Mandalorian y El libro de Boba Fett se parece bastante a una traición. O, mínimo, a tomar rehenes y pedir como rescate una suscripción vitalicia a Disney+.

Una plataforma para atraerlos a todos (y atarlos en las tinieblas)

El enfado de quienes no querían ver El libro de Boba Fett y ahora tienen que ponerse mínimo dos episodios de la misma (puesto que Mando ha regresado a Tatooine para quedarse, y no es descabellado que pronto se reencuentre con Grogu) es perfectamente legítimo. Puede que dicho enfado no se mantenga porque el episodio dirigido por Howard es estupendo y a la larga no parece que sea muy difícil seguir con la trama a partir de ahí, sin necesidad de ponerse con los episodios previos. No pasa nada por decirlo: El libro de Boba Fett es una serie absolutamente inane, hasta el punto de que la única conversación relevante que va a despertar tiene que ver precisamente con esta inanidad.

Resulta tentador ponerse en la cabeza de sus responsables: Robert Rodríguez, Jon Favreau, Dave Filoni. ¿Confiaron alguna vez en las posibilidades del drama criminal de Boba Fett y Fennec Shand? ¿Creyeron que engancharía al público lo suficiente? ¿Eran tan conscientes de la irrelevancia esencial de su serie que planearon desde el principio transformarla a su recta final en la tercera temporada de The Mandalorian? Obviamente las respuestas son dos negativas y un sí rotundo, pero quizá sea más interesante ampliar el tiro, y tratar de ubicar lo ocurrido con El libro de Boba Fett en una estrategia de mayor alcance.

La armadura de Boba Fett
La armadura de Boba Fett
Disney

¿Qué demonios pretende Disney? Evidentemente, asegurarse de que sus espectadores estén obligados a ver cada ficción de Star Wars con amplio presupuesto (la animación parece solo una forma de tener contento a Filoni) que se le ocurra poner en pie. El papel a jugar por El libro de Boba Fett en esta estrategia es especialmente delicado no solo por lo torpona que está resultando ser, sino porque es el primer resultado de una directriz que la major empezó a seguir únicamente tras sopesar el inmenso triunfo de The Mandalorian.

Solo hay que recordar el Investor Day celebrado a finales de 2020, cuando The Mandalorian encaraba los últimos episodios de su segunda temporada. Estudiando la disposición de público y accionariado, Disney puso en pie un rocambolesco plan que tenía como fin último darle gasolina a Disney+ (ya había decidido darle prioridad absoluta al streaming, y en esas estamos), pero del que podíamos extraer la preparación de aproximadamente treinta series en acción real de Star Wars. Todo gracias a Mando y Grogu.

Además de El libro de Boba Fett estaban en marcha Rangers of the New Republic (proyecto congelado a causa del polémico despido de Gina Carano) y Ahsoka (de vínculos claros con la continuidad de Star Wars Rebels) como spin-offs directos de The Mandalorian, y fuera de su influjo estarían Obi-Wan Kenobi, Andor, The Accolyte, Lando o lo que le eches. Visto lo que ha ocurrido con El libro de Boba Fett, lo más lógico es que todos estos títulos tiendan entre ellos una continuidad clara y dependiente, mientras la cronología y el fanservice lo permitan. Es imposible ver una única serie de Star Wars. Si te gusta Star Wars, te tiene que gustar todo lo que Disney haga con Star Wars.

Rosario Dawson como Ahsoka Tano
Rosario Dawson como Ahsoka Tano
Disney

Y, ahora sí, extrapolemos.

Disney+ es un activo prioritario. Sus suscripciones, el modo en que estas afecten a la guerra del streaming, son el gran objetivo de la major. Así se entiende el experimento del Acceso Prémium, el maltrato a Pixar, el cúmulo de decisiones que han conducido a que Encanto solo sea famosa una vez en catálogo, e incluso la tranquilidad con la que la cúpula se está tomando el desarrollo de más películas de Star Wars. Patty Jenkins se ha distanciado de Rogue Squadron, el film de Taika Waititi está al fondo de su congestionada agenda… y da igual. Porque el cine es lo de menos.

Lo ocurrido con el Universo Cinematográfico de Marvel (para el que Waititi ha dirigido dos películas) es distinto a Star Wars por el cuidado con que Kevin Feige y compañía administran fases y golpes de efecto, pero igualmente no paran de confirmar nuevas series, mientras a su vez estas incurren en golpes de efectos similares a lo visto en El libro de Boba Fett. Incluso más enrevesados.

Kevin Feige
Kevin Feige

Todas las IPs en un mismo saco

Ojo de Halcón y Spider-Man: No Way Home han sido las dos caras de una nueva etapa para el MCU, a la postre mucho más ambiciosa que cada una de las Fases que llevaron a la Guerra del Infinito. Y es que, con coartada multivérsica o sin ella, ambas han estirado los tentáculos de Feige hacia marcas existentes pero hasta ahora ajenas al desarrollo argumental de Marvel. Tanto No Way Home como Ojo de Halcón han abrazado los personajes de la extinta serie Daredevil de Netflix para incluirlos en su trama y prometer seguir usándolos más adelante, pero sin duda No Way Home es la que lleva esta estrategia más lejos.

Porque la última película de Tom Holland como Spider-Man no solo cuenta con un cameo de Charlie Cox; buena parte de su trama está comprometida a tender un puente con películas previas a la existencia del MCU. Gracias a la asociación con Sony, No Way Home se ha convertido en una celebración del Spider-Man cinematográfico, tanto por los villanos que lo han enfrentado como por los trepamuros en sí, que al final de la película se unen al Peter Parker de Feige. Ver a Holland luchar junto a Andrew Garfield y Tobey Maguire ha despertado furor a lo largo del mundo, pero habría que volver a plantearse las dudas de Boba Fett.

Kingpin (Vincent D'Onofrio) en 'Ojo de Halcón'
Kingpin (Vincent D'Onofrio) en 'Ojo de Halcón'
Disney

¿Este entusiasmo es totalmente global? ¿No existen espectadores cuya única experiencia con el Spider-Man cinematográfico haya sido la dispensada por Holland? Y, siendo así, ¿cuál habrá sido su reacción al encontrarse con héroes hacia quienes no les une ningún parentesco emocional, mientras a su alrededor la platea estalla en vítores y lágrimas? La cuestión es que Spider-Man: No Way Home no tiene ningún sentido como película en sí misma, sino como golpe sobre la mesa corporativo, lo que no impide que si alguien no ha visto las películas de Sam Raimi o Marc Webb el clima social le vaya a obligar a hacer los deberes.

El escenario es angustioso, pero el que esté tan marcado por la regurgitación de logros anteriores (la fiebre nostálgica, el eterno reboot, etcétera) es lo de menos. Al fin y al cabo, los precedentes se pueden rastrear a los primeros compases del siglo XXI, cuando Disney empezó a absorber compañías. Comprando Pixar, Marvel, Lucasfilm, Fox, la Casa del Ratón estaba allanando un terreno cuyos frutos hoy recoge plácidamente, consciente de que se ha convertido en la opción mayoritaria. Al final, por supuesto, todo va de prácticas monopolísticas, y de crear necesidades insaciables en un consumidor alienado.

Disney es la cara visible por poseer las propiedades intelectuales más queridas (ahora mismo próximas a confundirse entre sí), pero la cantinela de los “universos cinematográficos” y la obsesión por generar fondo de catálogo está siendo replicada por sus competidores. Ya sea una Netflix comprometida a sacar franquicias adelante (Alerta roja, Tyler Rake, hasta el maldito Juego del calamar), o una HBO Max queriendo emular al MCU con sus propias series ambiciosas (de El Pacificador a todo lo que traerá The Batman pasando por Dune), todos y cada uno de sus esfuerzos responden a una concentración del consumo. A una fidelización extrema.

Y tampoco pasa nada. No es nuestra culpa que Baby Yoda sea tan mono, o que nos haga llorar la reunión de spidermanes. Faltaría más. Sirva todo esto como simple alerta (románticamente inútil) de que el mainstream está describiendo una línea muy clara, y que esta lleva a que en vez de ser fans de Star Wars pasemos a ser fans de, bueno, catálogos. E insisto, no pasa nada. Las compañías se están esforzando mucho en que estos catálogos sean preciosos. Como para quedarse a vivir en ellos.

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