Así ha alcanzado España el esplendor del biopic musical, de 'La estrella azul' a 'Segundo premio'

Junto a 'Disco, Ibiza, Locomía', la producción patria viene mostrando en 2024 un repentino interés por el género, y por querer marcar un punto de inflexión dentro de él.
Fotogramas de 'La estrella azul' y 'Segundo premio'
Fotogramas de 'La estrella azul' y 'Segundo premio'
Fotogramas de 'La estrella azul' y 'Segundo premio'

En 2014 David Trueba escribió que el biopic era un “género esclerótico”. Como ejemplo de su escaso atractivo ponía Ciudadano Kane, que había pasado a la historia del cine con un guion libremente inspirado en el magnate William Randolph Hearst. “Nunca, ni las biografías ni las pretendidas recreaciones de la vida real de esta persona, se alcanzó la complejidad y la precisión del retrato de ficción”. El cineasta se marcaba esta bravata contra el género al hilo de una ambiciosa miniserie en Telecinco centrada en Juan Carlos I, titulada El rey. Era el último episodio de una guerra televisiva extendida a cerca de un lustro.

Acometida entre Telecinco y Antena 3, varios telefilms y miniseries se habían disputado la audiencia con recreaciones de la vida de Raphael, Rocío Dúrcal o Marisol. Junto al inicio en 2011 de Tu cara me suena, la pequeña pantalla se había poblado de elaboradas caracterizaciones, acaso recogiendo el testigo de cuando, en 2005, Óscar Jaenada había interpretado a Camarón. Uno de los pocos biopics musicales de origen español estrenados hasta entonces, aunque curiosamente casi una década después de su columna en El País Trueba vendría a cultivar el género que tanto parecía repudiar y, en su Saben aquell, utilizó la gramática típica de los conciertos para los chistes de Eugenio. Por entonces, en 2023, el biopic español había entrado en una fase de esplendor.

¿También en su tradición musical? Saben aquell ha dado paso en 2024 hasta a tres biopics musicales. En febrero llegó La estrella azul sobre Mauricio Aznar. En mayo, con una semana de diferencia, se ha estrenado Disco, Ibiza, Locomía y Segundo premio, sobre los Planetas. La industria ha recuperado un frenesí que recuerda a la batalla de Telecinco y Antena 3 a principios de la década pasada, pero mucho más sofisticado y con más compañías involucradas. También, como representan particularmente La estrella azul y Segundo premio, con un atrevimiento a la hora de jugar con las convenciones del género que sorprende por su escaso recorrido en España, y por todos los caminos que abren.

Por qué necesitamos los biopics

Atresmedia, por su parte, nunca ha dejado de desempeñar un rol clave en este interés por recordar las vidas de figuras pop. Al margen de su presencia al frente de la Disco, Ibiza, Locomía que dirige Kike Maíllo, hay quien responsabiliza al conglomerado del actual éxtasis por el biopic, debido al parteaguas que supuso en 2020 su serie de Veneno. En este aclamado proyecto los Javis revisaron un mito televisivo para humanizarlo al tiempo que reflexionaban sobre la memoria popular que había generado. Esto encaja con lo que, a juicio de Lorenzo Ayuso, es la motivación esencial del biopic.

“Las grandes estrellas, esas cuya estela se extiende durante largos periodos, pueden servir para reflejar transformaciones sociales, ya sea porque con su registro avanzamos en la comprensión de lo que ocurrió, o porque buscamos repensar algo que parecía plenamente comprendido”. En Veneno está el germen de una competición que en los últimos años ha parecido feudo exclusivo del streaming: por los catálogos de servicios de suscripción han desfilado Bosé, Cristo y Rey, Camilo Superstar o la aclamada Balenciaga. Es algo coincidente en el tiempo con una nueva afloración de biopics musicales en EEUU. Si en España tuvimos Veneno como desencadenante, Hollywood tuvo Bohemian Rhapsody.

Este film de 2018, basado en la trayectoria de Queen, ha revitalizado la carrera por adaptar las vidas de estrellas musicales, con títulos afortunados como Rocketman o Elvis pero también una explotación indiscriminada, que hoy día ilustran la cercanía de One Love sobre Bob Marley, Back to Black sobre Amy Winehouse (estreno este 31 de mayo) o la polémica que se cierne sobre Michael en torno a Michael Jackson. Hollywood rebusca en un firmamento que puede remontarse a los orígenes de la cultura pop, cuando la sociedad de consumo empezaba a consolidarse. Desde los años 50 tiene, pues, décadas y décadas de grupos y cantantes, pero España no tiene tanto de donde escoger.

No parece casualidad que La estrella azul, Disco, Ibiza, Locomía y Segundo premio se ambienten en un margen similar de tiempo: entre finales de los años 80 y finales de los 90. Ha sido en este periodo donde España ha podido moldear una cultura pop como tal, entendiendo esta desde un volumen masivo que superara las limitaciones autárquicas del franquismo. Por supuesto que estrellas pop habíamos tenido siempre y muchas de ellas protagonizando películas (a la estela de las aventuras cinematográficas de Elvis Presley tuvimos a Antonio Molina y Manolo Escobar, entre muchísimos otros), pero fue la democracia y el mercado internacional lo que determinaron el éxito de una nueva generación.

Baz Luhrmann y Austin Butler en el rodaje de 'Elvis'.
Baz Luhrmann y Austin Butler en el rodaje de 'Elvis'.

Se ve fácil en este trío de biopics españoles, donde el escenario patrio es solo un punto de partida. Buena parte del metraje de La estrella azul transcurre en Argentina, durante un viaje de autodescubrimiento de Mauricio Aznar (Pepe Lorente). Disco, Ibiza, Locomía emplaza en las giras por Latinoamérica el culmen profesional de este grupo de electro-pop. Y dentro de Segundo premio Nueva York resulta esencial: es el lugar al que los Planetas quieren ir a grabar su tercer y decisivo disco, mientras el cantante no deja de percibir las concomitancias con el destino de Federico García Lorca (granadino como él) y Poeta en Nueva York. La cultura pop es inseparable de la globalización en España, y estos biopics estudian atentamente su lenta construcción posterior a la Transición.

Aún así, no parece una particularidad suficiente como para que estos títulos se distingan de la tradición hollywoodiense. Tocar fuera de casa y que te conozcan en el extranjero es una constatación de éxito universal, da igual que seas J o Elvis (quien, por cierto, nunca tocó fuera de EEUU, y muy sabiamente Baz Luhrmann trató eso como la principal tragedia del personaje). Lo que importa es poner esa trayectoria en imágenes, en cómo se le busca el cine a una vida ya de por sí muy mediatizada. 

¿Un género agotado?

Hollywood nunca ha perdido interés por el biopic musical. Y sin embargo es obvio que gracias a Bohemian Rhapsody ha tenido nueva vida, lo que debería implicar que hubo una época de decadencia o por lo menos (ya que la película protagonizada por Rami Malek es más bien mediocre) un punto en que el público se había alejado de él. El biopic musical, a fin de cuentas, es solo uno de los brazos de un género enormemente prolífico en Hollywood, acostumbrado a invocar esforzadas transformaciones y premios Oscar. Pero sí es cierto que hubo tal fiebre industrial hacia los primeros 2000 (justo cuando España lanzaba tímidamente su Camarón) que había quien le diagnosticaba una decadencia inevitable.

Las propias películas se hicieron eco. En 2007 se estrenaron I’m Not There y Dewey Cox: Una vida larga y dura. En la primera Todd Haynes quería explorar el mito de Bob Dylan, pero como se trataba de un artista tan dado a la transformación decidió, con muy buen tino, volar por los aires todas las convenciones del biopic. La segunda era directamente una parodia. Su blanco más reconocible era En la cuerda floja, donde Joaquin Phoenix había interpretado a Johnny Cash (con la nominación al Oscar correspondiente), y el chiste más ingenioso un prólogo donde John C. Reilly se quedaba pensativo antes de salir al escenario. “Dale un momento, Dewey Cox necesita recordar toda su vida antes de tocar”, decía un compañero antes de saltar a un largo flashback.

El gag ilustraba el encorsetamiento del género, y era buenísimo hasta el punto de que Trueba, pese a sus invectivas contra el biopic, volviera a caer en el tópico 15 años después en Saben aquell (aquí con el silencio de Eugenio antes del chiste como catapulta para los recuerdos), cerrando el círculo. La industria española ha abrazado finalmente un género de ideología netamente estadounidense, donde el sueño americano se funde con el progreso individual, la dialéctica ascenso-caída, y la dificultad de conciliar el talento con ser un humano funcional (especialmente difícil si hablamos de hombres). La buena noticia es que los tres biopics musicales españoles de 2024 se apartan bastante de eso.

Disco, Ibiza, Locomía, siendo con mucho la peor película de las tres, es consciente de que la noción de “talento” es inoperante cuando nos referimos a la agrupación de Xavi Font. Locomía fue una creación puramente artificial, de ahí que la narración de Maíllo descarte partir de un flashback previo a la actuación, decantándose por una disputa legal estilo La red social

Kike Maíllo dirige esta nueva película sobre Locomía
Kike Maíllo dirige esta película sobre Locomía
DeAPlaneta

No es un mal acercamiento. Permite que la película se aparte de sobadas exaltaciones del esfuerzo para en su lugar lidiar con lo desmitificador, lo frívolo y (esto no puede faltar nunca) el lado oscuro de la fama. La música en sí misma pierde fuerza, también, y la película debe buscar otros atractivos como pudieran ser los rasgos diferenciales de Locomía. El fenómeno fan, la implantación nacional de la música electrónica, las nuevas boy bands, o la cultura ibicenca.

Son conceptos que están en la película de Maíllo, pero únicamente enunciados. La película no se zafa de la narración habitual del género (por muchos detalles que le falten para “merecerla”), y el desarrollo es de lo más rutinario. No lanza una mirada específica sobre nada, más allá de una pálida reivindicación LGTBIQ+ o de una conexión con Freddie Mercury que termina deparando el único impacto emocional, y solo por sus resonancias en el público. Disco, Ibiza, Locomía fracasa en el rasgo central que deberían poseer cualquier biopic para superar la esclerosis: el énfasis en un elemento de la criatura que pueda trascenderlo, y lo comunique con todo un imaginario cultural al que de repente está aportando nuevos matices y verdades.

Elvis de Baz Luhrmann era una película colosal gracias a esto. El director de Moulin Rouge no quería tanto contar una vida ilustre, como plantear un discurso complejo en torno a las caóticas ramificaciones de dicha vida. Y por eso, justamente, La estrella azul y Segundo premio son dos películas igual de colosales.

El biopic como ensayo cultural

Las estrategias de La estrella azul y Segundo premio son parecidas. Remiten a otra gran película del año como Ferrari de Michael Mann al descartar contarnos una existencia de principio a fin, optando por un momento de ella: uno que debiera tener peso narrativo propio y ser capaz de definir a los personajes (si no de forma completa o psicológica, sí en base a lo que cada película quiera comunicar). 

El caso de La estrella azul es sorprendente porque la viñeta escogida se aparta tanto de la vocación pública de Aznar (se muestran muy pocos conciertos), como para poder asistir a gran parte del metraje desconociendo que se trata del biopic de alguien real. Solo importa que este rockero canallita está deprimido, y se busca a sí mismo en otro país.

La estrella azul, debut a la dirección de Javier Macipe, juega al desconcierto, exprimiendo todo lo evocador que pudiera tener esta parte de la vida de Aznar (que culmina con su muerte) y abrazando de forma progresiva un artificio meta para distanciar al espectador y hacerle partícipe, desde un ángulo más desafiante, de su relevancia. Segundo premio es algo más evidente en ese sentido, pues puede aprovecharse de partir de un momento igualmente definitorio y de hacerlo en el marco de una carrera mucho más conocida: la de los Planetas, grupo clave e histórico de la escena indie española a fin de cuentas, con un capital afectivo a sus espaldas mucho más extremo. Casi intimidante.

El momento definitorio no se ciñe a la grabación en Nueva York de Una semana en el motor de un autobús, sino a las jugosas circunstancias que la rodearon. La grabación como tal es un clímax, concretado en la composición del temazo que se titula igual que la película de Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez. Antes de eso hemos de asistir a la traumática salida de la banda de May (Stéphanie Magnin), a la búsqueda de nuevos integrantes, a los pulsos con la discográfica y a la relación cambiante de J y Florent (Daniel Ibáñez y Cristalino). 

Estos conflictos dan forma a un nuevo grupo que la película asume como la síntesis de la experiencia que el público tiene de él (hasta hoy, que los Planetas siguen en activo), y la impronta que ha dejado en el mundo.

El trío protagonista de 'Segundo premio'
El trío protagonista de 'Segundo premio'
BTeam

Pero no basta con elegir bien la viñeta. También hay que saber conectarla con una tradición social y cultural (colectiva, en fin) más allá de una obra memorable. El equipo de Macipe en La estrella azul era consciente de la importancia de esto, y por eso alternaron la incidencia de Más Birras en la escena zaragozana (con Héroes del Silencio versionando su Apuesta por el rock and roll) con el tardío empeño de Aznar por divulgar el folclore de Santiago de Estero, concretado en la chacarera. 

Ahí es muy socorrido el asunto meta, porque parte del elenco es familia de los personajes que realmente acompañaron a Aznar en su aprendizaje: Cuti Carabajal interpreta a su hermano Carlos Carabajal, el maestro de la chacarera y quien enseñó al líder de Más Birras a dejar de ser un guitarrista, para pasar a convertirse en un guitarrero.

Los últimos minutos de La estrella azul derrumban del todo la cuarta pared pero no para desmontar completamente el artificio de la ficción, sino para transformarlo en un ímpetu comunitario que aúne a España y Argentina dentro de un mismo baile. Confirman que la intención de Macipe, antes que rendirle pleitesía a Mauricio Aznar, siempre fue explorar el poder antifrontera de la música y su capacidad para mutar en función del deseo irredento de las personas por comunicarse. Son minutos bellísimos, ni que decir tiene, a la altura de los chispazos que en Segundo premio identifican a los Planetas no como pioneros ni hacedores de milagros, sino como resultados últimos de un contexto.

Planetas en Nueva York
Planetas en Nueva York

Lo más interesante de este film de Lacuesta y Martínez no reside tanto en la habilidad sensorial con la que se desborda en imágenes la música de los Planetas, como en la preocupación por cartografiar su origen. Por supuesto que es apasionante la puesta en escena de los conciertos, por supuesto que las fugas lisérgicas están a la altura de las letras de J y la distorsión de las guitarras. Pero nada de esto importaría sin el enclave en una realidad conocida. En la cultura generada por Granada, que marca Segundo premio de cabo a rabo.

El elenco de la película se ha nutrido en parte de músicos reales andaluces. A Mafo, trasunto del batería Eric Jiménez, le toca canalizar en gran parte esta permeabilidad musical: es miembro también de Lagartija Nick, y sus baquetas tienden un puente directo con la percusión de los pasos de Semana Santa. 

Tal es lo maravilloso de la cultura, expone Segundo premio. Todo es una cadena de referencias y pasiones, de ecos transhistóricos que puedan conectar a Lorca con el rock progresivo y un disco que lo cambie todo. Porque al final eso es lo que sostiene la auténtica grandeza de La estrella azul y Segundo premio: defender que, en el biopic musical, el individuo debería ser lo de menos. 

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