Superar la covid a los 100: "La guerra es mucho peor, no puedes defenderte"

Una persona mayor toma una mascarilla entre sus manos
Una persona mayor toma una mascarilla entre sus manos.
USC
Una persona mayor toma una mascarilla entre sus manos

El coronavirus aisló del mundo por segunda vez en su vida a Rosario Fernández (Madrid, 1921) pero tampoco pudo con ella. Se contagió en el confinamiento y, transcurridos dos años, afirma que la guerra civil que forzó su primer "encierro" fue mucho peor, porque no había armas para defenderte y sobrevivir.

"Contra un virus puedes aislarte, llevar mascarilla y, gracias a la ciencia y a los médicos -insiste- vacunarte, mientras que en guerra no puedes más que rezar a todo rezar y el miedo es constante".

En 2020, hubo 80.720 muertos por el coronavirus. El 68,6% tenía más de 80 años. La cifra sigue aterrando. 55.442 ancianos muertos en el primer año de la pandemia. Pero muchos consiguieron esquivarla o han sobrevivido.

Rosario habló con Efe en marzo de 2020, cuando nada se sabía sobre un virus que se estaba cebando con los mayores y España entera se encerró en casa para evitar el contagio. Recuerda de esos días una sensación de inquietud y de gran desorientación y ahora cree que se debía a que en ese momento estaba enferma de covid.

Afirma que no se sentía aislada, porque vive con una de sus hijas y hablaba diariamente por teléfono con sus otros cinco hijos y buena parte de sus 10 nietos, pero sí encerrada, y que cuando salió la primera vez a la calle tras el confinamiento se cansó antes de llegar a la esquina.

Rosario no supo que esa desorientación que la asustó los primeros días se debía a que se había contagiado de covid hasta que, cuatro meses después, se hizo una prueba para saber si tenía anticuerpos porque quería irse de vacaciones. Y los tenía, pese a que no tuvo ningún síntoma significativo.

"Mi mayor tranquilidad fue haber pasado la enfermedad, más aún que la vacuna", reconoce ahora. Y cree que, en lo peor de la pandemia, los que "estaban con mucho miedo" eran sus hijos. Ella se asustó más cuando fueron ellos los que se contagiaron -tres de los seis-, especialmente cuando una de sus hijas fue ingresada.

Compara el confinamiento, del que se cumplen dos años ahora, con el encierro que vivió en guerra -"cuando tuvimos que salir de casa como refugiados y escondernos"- para concluir que ese primer aislamiento, que vivió con 15 años, fue mucho peor.

En guerra, "sobrevivir no estaba en tus manos", mientras que con la covid, "algo sí", dice Rosario desde la perspectiva que le dan los 101 años que cumple este lunes. "Soy tan mayor que, si me quitas 30 años, sigo siendo muy mayor", explica riéndose.

Hermann, el hombre de la armónica

Fue una de los rostros de la pandemia. Hermann, el alemán afincado en Vigo que en el confinamiento estricto salía al balcón todos los días a la hora del agradecimiento sanitario a tocar su armónica, bajo la creencia finalmente cierta de que los aplausos eran para él, no sobrevivió a la pandemia.

Fue enterrado, con el instrumento de viento del que no se separaba, el 4 de septiembre de 2021.

Enfermo de Alzhéimer, dejó viuda a su esposa, Teresa Domínguez, aquejada del mismo mal, mayor que él, y que sigue hoy en día bajo los cuidados de la sanitaria que atendía a ambos, Tamara Sayar.

Precisamente esta empleada fue la responsable de alentar al germano a acudir a su ventana para dar un recital. Y de hacerle creer que los vecinos le aplaudían a él. Desde el segundo día, fue así y Hermann se convirtió en un símbolo de la resistencia al virus.

Antonio, el cariño de unos vecinos

"Voy ahora con andador, me duele el costado y, aunque he tenido lo mío, el coronavirus ha pasado de largo por mí", explica orgulloso Antonio García Alburquerque, un nonagenario del barrio murciano de El Progreso que, transcurridos dos años de la pandemia, presume de encontrarse "bastante mejor" que cuando atendió al teléfono a Efe a finales de marzo de 2020, en pleno confinamiento.

"El abuelo" de El Progreso, como se le conoce en el bloque de 30 pisos en el que vive, se queja eso sí del coste en vidas humanas que ha tenido el coronavirus: "Se ha llevado a demasiada gente por delante, mientras otras seguimos esperando que llegue nuestro turno; y lo peor de todo es que no sabemos de quién ha sido la culpa, ha sido muy gordo".

Solo tiene palabras de agradecimiento hacia sus vecinas, que le cuidaron "hasta en los meses en los que no se podía ver a nadie". Antonio es un hombre simpático que, por lo que cuenta, siempre ha tenido muy buena relación con los suyos, pero desde que surgieron los primeros positivos y arrancaron las restricciones es como si la convivencia hubiera mejorado, explica.

"Nunca me siento solo porque las mujeres del edificio preguntan cuando entran o salen, cuando me asomo a la ventana o si me siento en la puerta al sol, que es lo que más me gusta del mundo", afirma agradecido.

Lucio esquivó la covid desde su "ovnipuerto"

Dos años después del inicio de la pandemia, Lucio Ballesteros, jubilado que cumple este año los 92 años, mantiene intacta una salud de hierro, mientras sigue inmerso en sus proyectos desde su retiro en Montoedo, una pequeña parroquia situada en el municipio orensano de A Teixeira, sin apenas vecinos y rodeado de naturaleza.

Tan pequeña que prácticamente no tuvieron que encerrarse para combatir el virus y Lucio solo usaba la mascarilla cuando es imprescindible y, desde luego, no al aire libre. "No es bueno para los glóbulos rojos", afirma.

Músico, escritor y autor de una suerte de nave espacial de 20 metros de diámetro que conserva en el patio, afrontó la pandemia desde la tranquilidad que le daba su "ovnipuerto" y combatiendo la soledad con un saxo.

En este tiempo, apenas vivió algún contratiempo como cuando descubrió que intentaron causar daños a la nave . "La Guardia Civil tuvo que intervenir, intentaron tirar la nave", lamenta Lucio, al que ni el confinamiento ni las restricciones consiguieron parar.

"Si tú a una persona la mandas sentarse en un sofá sin moverse, sin que le dé el sol, la estás matando", reflexiona Lucio, quien no ha dejado de escribir estos dos años. No ha ocurrido lo mismo con el saxo, que ha aparcado en algún sitio, a la espera de que algún día se vuelva a animar a tocarlo.

Filomena, un ejemplo de solidaridad

En pleno confinamiento, Filomena Martín se convirtió a sus 96 años en todo un ejemplo de solidaridad al coser batas y mascarillas para sanitarios, y dos años después, ahora con 98, ha resistido a base de cuidado y cariño de quienes la rodean.

En su casa de Sonseca, en la provincia de Toledo, Filomena explica que ha vivido estos dos años, "con mucho miedo", y sin poder ver a sus nietos ni bisnietos, a los que quiere "con locura" y no ha podido dar ni un beso, y "cohibidos de todo" porque han estado "como secuestrados".

Rodeada del amor incondicional de sus tres hijos, su nuera y una sobrina que reside en Madrid pero fue a pasar la pandemia a Sonseca, ha permanecido en su hogar durante todo este tiempo junto a su antigua máquina de coser Singer con la que empezó dando puntadas para hacer batas y mascarillas en el confinamiento y que no ha dejado de usar.

"Una chica que estaba trabajando en el Hospital de Toledo vino corriendo cuando lo supo, compró una pieza de tela y mis hijas que saben cortar y coser se pusieron a cortar batas, mi hijo ayudaba haciendo tiras y yo también les he ayudado todo lo que he podido", recuerda para explicar por qué se lanzó a coser entonces.

Filomena también dedicó este tiempo a leer -conserva una buena vista e incluso enhebra ella sola las agujas- y colaborar en "todo lo que sea sentada y con las manos, rajar aceitunas, pelar patatas, hacer membrillo", pero "sentadita" porque no se tiene en pie "aunque con las manos, gracias a Dios", todavía puede, recalca.

El paso de los años ha hecho mella en su movilidad, como es natural, pero su memoria es prodigiosa y, a sus casi 99 años, dice que se le van "algunas cosas de la cabeza" pero se acuerda de su infancia, "de toda la Guerra (Civil), de muchas cosas".

"Esto ha sido como una guerra", recalca: "Entonces daba miedo de muchas cosas y ahora igual, en otro sentido pero ha dado mucho miedo".

Filomena manifiesta además una esperanza: "A ver si ya nos normalizamos, nos centramos y estamos como antes, como Dios manda. Que se solucionen las cosas lo mejor posible, no ya por mí sino por los herederos que tenemos y por el mundo entero".

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