¿Qué opinión tenía Tolkien sobre 'Dune'? El autor de 'El señor de los anillos' fue así de rotundo con la novela

Por mucho que valorase su talento, el creador de la Tierra Media no terminó de verle la gracia ni a Frank Herbert ni a su especia Melange.
Timothée Chalamet en 'Dune' y Viggo Mortensen en 'El señor de los anillos'.
Timothée Chalamet en 'Dune' y Viggo Mortensen en 'El señor de los anillos'.
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Timothée Chalamet en 'Dune' y Viggo Mortensen en 'El señor de los anillos'.

Ahora que Dune: Parte Dos está en los cines, con Denis Villeneuve aspirando a un nuevo taquillazo, conviene recordar que la novela de Frank Herbert apareció en un momento de efervescencia para la ciencia ficción y la fantasía. Algo que no solo se debía a las novedades editoriales, sino también a cierta novela por la que nadie había dado un penique cuando su primer volumen se publicó en Reino Unido en 1954. 

El título del libro en cuestión, por si hace falta aclararlo, era El señor de los anillos, y su explosión como fenómeno literario en EE UU comenzó en 1965, justo el año en el que Herbert conseguía por fin publicar Dune tras innumerables rechazos. No es descabellado asegurar que muchos lectores de entonces se engancharon simultáneamente a las aventuras de Frodo y a las de Paul Atreides. 

Así pues, la pregunta es inevitable: ¿llegó a enterarse Tolkien, allá en su querida Oxford, de cómo un periodista de Oregón revolucionaba el género a base de psicodelia y gusanos gigantes? Y, si fue así, ¿qué opinión le mereció todo aquello de los Fremen, las Bene Gesserit y la especia Melange? Respecto de la primera pregunta, podemos asegurar que sí. La segunda, por su parte... digamos que tiene sus matices. 

La opinión de Tolkien sobre 'Dune'

Gracias al abundante epistolario de Tolkien, sabemos que este recibió un ejemplar de Dune en 1965 gracias a Sterling Lanier, el agente literario de Herbert. Como las cosas de la Tierra Media, y las de la docencia, le tenían muy ocupado, el profesor agradeció el obsequio, pero declaró que solo podría leer la novela cuando llegasen sus vacaciones. 

Que Tolkien hizo honor a su promesa lo sabemos gracias a otra carta. El destinatario fue John Bush, un fan de El señor de los anillos que tuvo la delicadeza de mandarle otra copia de Dune. Siempre correcto, el creador de la Tierra Media le respondía que ya había leído la novela. Y también que su opinión sobre la misma no era estelar, que digamos. 

"Para un autor en activo, es imposible ser justo con otro que trabaja en los mismos términos", admitió Tolkien. "En realidad, 'Dune' me desagrada con cierta intensidad, y esa desgraciada circunstancia hace que lo mejor y más justo para el otro autor sea guardar silencio y negarse a hacer comentarios". 

Tras este rapapolvo a Herbert, eso sí, el escritor inglés daba otra muestra de cortesía: "¿Quiere que le devuelva este ejemplar, puesto que ya tengo uno, o me permite que lo regale?".

Esos Fremen de poca fe

Así pues, ahora podemos preguntarnos las razones de ese desagrado ("con cierta intensidad", nada menos). Y la primera posiblemente esté en razones de estilo. Como lingüista que era, Tolkien prestaba mucha atención a los registros literarios de su obra, mientras que Frank Herbert no destacaba por ser un fino estilista. Más allá de su habilidad para presentar conceptos y forjar tramas, podemos decir que su prosa era tirando a funcional. 

Además, había otro escollo todavía más importante: la religión. Tanto Tolkien como Herbert habían tenido una educación católica, pero, mientras que el primero fue un fiel creyente hasta el fin de su vida, el autor de Dune no tardó en desligarse de la Iglesia.

Es más: el creador del planeta Arrakis transmitió en su obra las convicciones de un ateo acérrimo. Recordemos que, para ganarse el apoyo de los Fremen y ponerlos a su servicio, Paul Atreides emplea las profecías (más falsas que un euro de plástico) creadas por la orden Bene Gesserit como parte de sus oscuros designios.

En general, las religiones aparecen en Dune como meras engañifas de la clase alta, destinadas a someter al populacho y convertirlo en carne de cañón. En cuanto a la cara que debió poner Tolkien ante elementos de la novela (ausentes en los filmes de Villeneuve) como la 'Biblia Católica Naranja', solo podemos especular.   

Condenados a no entenderse

Puestos a abordar de temas espinosos, aún queda otro. Hablamos de la política, claro. Mientras que Tolkien era un conservador chapado a la antigua, Frank Herbert ha pasado a la historia como un libertario de derechas que oscilaba entre la admiración por la disciplina de los supervivientes (no por nada la cultura Fremen está organizada como un ejército) y la reafirmación a toda costa de la soberanía individual. 

Aunque las ideas de Tolkien eran menos reaccionarias de lo que parece (ahí está esa Comarca donde todo gira en torno a la ayuda mutua y la buena vecindad), no es extraño que el creador de Aragorn y traductor del Beowulf tuviese reparos ante un escritor cuya obra magna se resumía, como afirmaba el propio Herbert, en la frase "cuidado con los héroes". 

También necesitamos hablar de drogas. A Tolkien, recordemos, le daba grima la asociación de El señor de los anillos con la contracultura de los 60, hasta el punto de dedicar un apéndice de la obra a asegurar que la hierba de los hobbits era tabaco. Por el contrario, Herbert siempre reconoció haber experimentado con el peyote y otras sustancias: no en vano Dune presenta una sustancia alucinógena como el bien más preciado de la galaxia. 

Irónicamente, ambos escritores podrían haber simpatizado en una cosa: el amor por la naturaleza. Pero, así como muchos lectores se aburren soberanamente con las genealogías de los reyes elfos, es probable que Tolkien torciera el gesto ante los planes Fremen para llenar Arrakis de vegetación, con todas esas peroratas acerca de la fijación de compuestos de hidrógeno. Qué le iba a hacer, si él era de letras. 

Por último, hay algo que jamás sabremos: la opinión de Frank Herbert acerca de 'El señor de los anillos'. Pero, dado todo lo que hemos explicado hasta ahora, dudamos de que el estadounidense mirara con buenos ojos la obra de su colega británico. Tanto Dune como la gran novela de Tolkien eran demasiado similares (en su ambición) y demasiado diferentes (en sus ideas) como para permitir otra cosa. 

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