La historia de 'El talento de Mr. Ripley': el verano bello y cruel de Matt Damon y Jude Law anterior a la serie de Netflix

Con un puñado de actores que marcarían época, 'El talento de Mr. Ripley'  sigue siendo un hermoso retrato de la ambigüedad moral.
Imagen de la película 'El talento de Mr. Ripley'
Imagen de la película 'El talento de Mr. Ripley'
Cinemanía
Imagen de la película 'El talento de Mr. Ripley'

El talento de Mr. Ripley, la novela que publicó Patricia Highsmith en 1955, ha tenido su repercusión en el cine a lo largo de los años. Ahora regresa con una nueva adaptación que se estrenará en Netflix. La plataforma se hizo con los derechos de esta serie que originalmente iba a estrenarse en SkyShowtime.

Ripley, la versión moderna del libro de los años 50, contará con Andrew Scott en el papel protagonista. Encarnará a Tom Ripley, un estafador del Nueva York de principios de los 60 al que contrata un hombre adinerado para que viaje a Italia e intente convencer a su hijo Dickie Greenleaf de que vuelva a casa. Allí tratará de ganarse la confianza del joven, y únicamente la americana Marge Sherwood (interpretada por Dakota Fanning) sospechará de él. Su vida en Europa acabará llena de engaños, fraudes y asesinatos.

Tom Ripley ha sido encarnado en la gran pantalla en varias ocasiones. La primera, por parte de Alain Delon en A pleno sol, de René Clement (1960), pero la más conocida quizás sea El talento de Mr. Ripley (1999). Esta película, dirigida por Anthony Minghella y protagonizada por Matt Damon, Gwyneth Paltroy y Jude Law, tuvo un recorrido complicado antes de convertirse en el clásico que es hoy.

Ripley y Anthony Minghella 

Isla de Wight. Reino Unido. 390 kilómetros cuadrados. Años 60. Un hijo de inmigrantes italianos trabaja vendiendo cucuruchos a los turistas. Se llama Anthony Minghella. Sueña con escapar de la claustrofobia isleña, de su ciudad de apenas 30.000 habitantes. 

Un fotograma de 'El talentoso Mr. Ripley' de Anthony Minghella (1999)
Un fotograma de 'El talentoso Mr. Ripley' de Anthony Minghella (1999)
Miramax International

En 1995, el niño ya es un hombre. Ha pasado por una universidad de provincias. Ha trabajado en el teatro, en la televisión y, por fin, en el cine. Está preparado para dar el salto definitivo y cumplir su sueño. Rodar en Hollywood, dejar atrás definitivamente Ryde… pero su sueño se le derrite entre los dedos.

Su proyecto, El paciente inglés, no encuentra financiación. Su estrella, Ralph Fiennes, no le espera y se embarca en una larguísima gira teatral. El actor y director Sydney Pollack acude al rescate. Quiere que adapte El talento de Mr Ripley, la novela de Patricia Highsmith publicada en 1955, que vuelve a estar de moda por el fallecimiento de la singular escritora. 

El encargo le satisface más allá de lo razonable. La cabeza de Minghella recuerda cómo su profesor en la universidad le halagó diciéndole que su prosa le recordaba a Highsmith; su corazón, que entre el inmortal asesino y su propia biografía hay similitudes: la Italia idílica de sus padres y la injusticia de un mundo en el que tu destino lo decide la cuna en la que naces. 

“Ryde es un sitio muy interesante porque el 99% de sus habitantes son agricultores o camareros. El 1% restante es una élite aristocrática, o eso es lo que me parecía a mí cuando era niño”, recuerda a Mario Falsetto en la recopilación que este le dedicará. Pero más vale olvidarse. Es solo un encargo. El postre, como de costumbre, se lo zampará otro.

El amigo italiano

Sucede que un productor de una amoralidad comparable a la de Ripley llamado Harvey Weisntein desbloquea su proyecto de El paciente inglés. Ocurre que su drama romántico ambientado en la II Guerra Mundial se convierte en un éxito inesperado y se alza con 9 premios Oscar. 

<p>El actor Dennis Hopper interpretaba al asesino Tom Ripley, creado por la escritora Patricia Higsmith, en la película 'El amigo americano', de Win Wenders</p>
Dennis Hopper en 'El amigo americano', de Wim Wenders
Wim Wenders Productions

Weinstein no piensa soltar a su nuevo chico maravilla. Pondrá dinero en lo que quiera. Y Minghella solo piensa en Ripley, aunque nadie más piense en él. Ni Bernardo Bertolucci, ni Mike Nichols, ni Roman Polanski… Todos temen al bello asesino. ¿Quién podría adaptarlo con más estilo que René Clément en A pleno sol en 1960? ¿Quién de manera más iconoclasta que Wim Wenders en El amigo americano en 1977? Minghella puede y quiere. 

La demostración de hasta qué punto se lo toma como un asunto personal es que varía el tiempo de la novela de 1954 a 1959. Son tan solo cinco años, pero para el director son cruciales, como reconoce a Sight and Sound, porque la película tiene que ser, por encima de todo, tan bonita como los recuerdos de su niñez en las playas de la costa amalfitana: “Diez años después de la guerra los italianos habían escapado de la pobreza y descubierto el buen vestir y las Vespas”. 

La icónica época de La dolce vita, que reproduce contratando como director de producción al mismo que el de la mítica película de Federico Fellini, Alessandro von Norman. Juntos viajan por toda la península itálica y sus islas. En Capri, en una absurda entrega de premios en la que comparte mesa junto a Miss Nápoles, interpretan en su honor Tu vuò fà l’americano, de Renato Carosone y todo encaja. 

Su Ripley no sería sobre ricachones que se las dan de pintores, sino de músicos. El gran referente es William Claxton, el retratista de las leyendas del jazz. El tempo, tan perfecto en Tu vuò fà l’americano o en los temas de Chet Baker, también lo será en su casting. Leonardo Dicaprio rechaza el papel principal, que va a parar a un tal Matt Damon que acaba de rodar El indomable Will Hunting, por la que obtendrá el Oscar al mejor guion. 

Adelgaza 14 kilos corriendo 10 kilómetros al día y aprende a tocar el piano. Gwyneth Paltrow también está a un paso de firmar por Shakespeare in Love, por la que también ganará el Oscar. Pero el olfato de Minghella no se detiene en los actores más recomendados por los agentes. 

Una escena de 'El talento de Mr. Ripley'
Matt Damon, Gwyneth Paltroy y Jude Law en 'El talento de Mr. Ripley'
Paramount Pictures

Para el personaje del pijo petimetre Dickie Greenleaf, que Minghella define como “el encanto con patas, alguien de quien puedan enamorarse tanto hombres como mujeres” quiere a Jude Law, al que ha visto en una producción de su mujer: La sabiduría de los cocodrilos. 

Tiene esa ambigüedad moral que le llevará a ser carne de tabloide en el futuro. Pero Law rechaza participar en un primer momento. Según reconocía en una entrevista a Vanity Fair: “En mi insensata arrogancia de veinteañero no quería ser el chico guapo. Quería interpretar a jorobados y personajes extraños”. Recapacita, después de una oferta irrechazable: “Me enviaron a Ischia a broncearme, aprender a navegar y practicar con el saxofón. Nunca he vuelto a tener semejante invitación”. 

Caso distinto es el de Cate Blanchett, otra que está a punto de llegar al Olimpo de Hollywood gracias a la nominación al Oscar por Elizabeth. Apenas tenía una línea de diálogo, pero Minghella queda tan prendado de su actuación que amplía su número de escenas. Y qué decir de Philip Seymour Hoffman, el secreto mejor guardado de Paul Thomas Anderson, que también es reclutado para exhibir su inquietante personalidad…

Problemas en el paraíso

El rodaje, con localizaciones muy distanciadas, es duro. La soleada Italia no lo es tanto. Llueve más de la cuenta. La naturaleza no solo se rebela atmosféricamente. Minghella le cuenta una anécdota reveladora a su biógrafo Tim Bricknell: “En la escena del asesinato nos acosaron las avispas. De hecho, se puede ver una cerca de la cabeza de Matt en una de las tomas. Había centenares de ellas porque el sirope del maquillaje las atraía”. 

Otro tipo de plaga también le da quebraderos de cabeza. “Era como hacer teatro callejero –recuerda Blanchett en EW–. Las italianas seguían creyendo que a Ripley lo interpretaba Leonardo DiCaprio, y aunque descubrieran la verdad, les daba igual y no paraban de chillar”.

Espantados los insectos y los moscones, Minghella regresa a Londres. La revista Sight and Sound visita la mesa de edición en la que Minghella se afana en acabar la película con su montador, el legendario Walter Murch, y se muestra preocupado: “Dicen que las relaciones pansexuales de la película pueden resultar desagradables para el público estadounidense”. 

En realidad, lo que no quiere Paramount es que le monten protestas en la alfombra roja del estreno, como ha pasado con El silencio de los corderos o Instinto básico, otras dos obras magnas con homicidas de sexualidades no heteronormativas, así que quieren que quiten las escenas más abiertamente gays. 

Minghella se niega. ¡Acaba de ganar un Oscar! “Para mí no es un estudio sobre un asesino homosexual. […] Es el retrato de lo que ocurre cuando uno pierde la fe en sí mismo y hacen cualquier cosa por una vida y una identidad que no le pertenece, aunque lo destroce como persona”.

Pero los primeros pases con público son desastrosos. La película es demasiado bella para la brutalidad que ocurre después. El ídolo adolescente Matt Damon no besa a ninguna chica y encima se enamora de su amigo, al que acaba asesinando. Algo hay que hacer. La voz de la experiencia acude al rescate. 

Según relata el productor William Horberg en Vanity Fair, el veterano Sydney Pollack lo soluciona con una frase lapidaria: “Puedes conducir un autobús a donde quieras, pero si lo vas a hacer al infierno, debes decírselo a los pasajeros antes de que se compren el billete”. Minghella lo entiende a la perfección. 

El filme cambia su inicio. Empieza con el plano final y la voz en off de Ripley anunciando su arrepentimiento por lo que vamos a ver a continuación: “Si pudiese volver atrás, si pudiera borrarlo todo, empezando por mí mismo, por tomar prestada una chaqueta…”. Los espectadores ya son libres de subirse a ese velero hacia el horror.

El legado de Mr. Ripley

En el glorioso año de 1999, la nominan a cinco estatuillas menores y no obtiene ninguna. En taquilla le va mejor: acumula 130 millones de dólares frente a un presupuesto de 40. Su triunfo, sin embargo, será de largo recorrido. Los Ripleys se han multiplicado con mayor (lo de Saltburn es casi denunciable), o menor descaro (la segunda temporada de The White Lotus, por ejemplo). Incluso el ínclito Tommy Wiseau afirma que fue la inspiración de su desastrosa The Room. 

Es, indudablemente, un punto de giro en el star system de Hollywood. Ya se ha dicho que casi todos los implicados en el filme triunfaron, aunque algunos tuvieron carreras triste y dolorosamente breves. El propio Minghella falleció en 2008, por complicaciones tras una operación quirúrgica. Philip Seymour Hoffman falleció de sobredosis en 2014. Y Sinéad O’Connor, a la que encargó la nana con la que se abría la película, murió en 2023. 

Pero para eso está el cine, para aliviarnos el dolor, para aguar los sinsabores cotidianos imaginando una dolce vita en la imaginaria playa de Mongibello comiendo un gelato al limón. El talento de Mr Ripley es, en definitiva, la demostración de que, a veces, los sueños de un joven vendedor de helados se cumplen.

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