Disney cumple 100 años: esta es la historia de la casa que el ratón construyó

El estudio alcanza el siglo de vida coincidiendo con un indisputable liderazgo de Hollywood, al que llega tras hegemonizar la animación mundial y sobreponerse al fallecimiento del hombre que lo inició todo.
Walt Disney Studios en Hyperion Avenue, Los Ángeles, en 1935
Walt Disney Studios en Hyperion Avenue, Los Ángeles, en 1935
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Walt Disney Studios en Hyperion Avenue, Los Ángeles, en 1935

La figura de Walter Elias Disney es indisociable de sus años de niñez. Antes de dedicarse a la animación fue repartidor de periódicos y vivió en una granja de Misuri, donde pasaba el día rodeado de animales. 

Es lo que puede explicar que buena parte de sus películas fueran a ser protagonizadas por ellos, pero también el sufrimiento que estos llegarían a arrastrar: cuando solo era un crío, Walt estuvo involucrado en la muerte de un búho. Como luego moriría la madre de Bambi o el padre de Simba. A través de estos sucesos Disney iba a supervisar la infancia de medio mundo. Y, quizá, a convertir su trauma en el nuestro.

También eran animales los que protagonizaban Steamboat Willie (hoy El botero Willy), primer corto de animación con sonido sincronizado, en 1928. Solo que aquí era Mickey Mouse quien les hacía daño para crear música. Un ratón, animal como ellos, que con Donald, Goofy o Pluto identificaría a un estudio en alza. 

Walt Disney Productions erigió el medio animado como entretenimiento infantil estrella tras los trabajos pioneros de Winsor McCay o Max Fleischer, consolidando su reinado con Blancanieves y los siete enanitos en los años 30. Blancanieves... era el primer largometraje animado salido de Hollywood, y fue durante un tiempo su estreno más taquillero. 

Igualmente evidenciaba el interés de Walt por acercarse al público a través de los cuentos de hadas de siempre, que en la pantalla adquirían una sofisticación inédita. Así como la capacidad para marcar la cultura pop de forma indeleble.

Departamento de entintado y pintura en Dsney Studios en 1943
Departamento de entintado y pintura en Dsney Studios en 1943
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La fase Walt

Tanto dinero ganó Blancanieves... que Disney quiso mudarse a un estudio más grande, pero sin pagar a los animadores lo que les debía. De este modo las instalaciones de Burbank (que se mantienen a día de hoy) fueron inauguradas frente a una gran huelga en las calles, de la que Walt se desentendería viajando con unos cuantos fieles a Latinoamérica. 

Este viaje, enmarcado en la Política de Buena Vecindad de Roosevelt, engendraría otro clásico como Los tres caballeros (1944), pero sobre todo precedería los compromisos patrióticos de la empresa. 

Durante la Segunda Guerra Mundial el gobierno obligó a Disney a producir cortos promocionales, y dejó la economía del estudio tan mal como para tenerle varios años encadenando películas-paquete: largometrajes compuestos de cortos estilo La leyenda de Sleepy Hollow y el señor Sapo (1949), lejos de lo más recordado del estudio.

Walt Disney escucha a un animador de 'La bella durmiente' mientras Les Clark pone un disco
Walt Disney escucha a un animador de 'La bella durmiente' mientras Les Clark pone un disco
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La situación se recompuso en los años 50. Disney llegó a la televisión, diversificó oferta y construyó parques temáticos; también encaró en una producción monumental como La bella durmiente (1959) un logro técnico y estético de primer orden, pero lejos de la rentabilidad. 

Con 101 dálmatas (1961) la animación se abarató y se reciclaron diseños —sí, el Pequeño Juan de Robin Hood (1973) era el mismo oso que el Baloo de El libro de la selva (1967)—, marcando una producción que el mismo Walt consideraba impropia del prestigio del estudio. 

De hecho, la película que más le ilusionó en sus últimos años fue una de acción real, Mary Poppins (1964): su exaltación de la alegría y la niñez, junto a las canciones de los hermanos Sherman, constituyeron piedra angular del legado de un empresario que moriría en 1966, dejando una empresa descabezada y sin capacidad para lidiar con los cambios del Nuevo Hollywood.

La familia Disney 

Roy, hermano de Walt, siempre estuvo en la sombra, a cargo de las finanzas del estudio. Cuando el gran hombre murió tuvo que ascender a líder, pero prefirió designar un comité y dedicarse a construir Walt Disney World, el siguiente parque temático. En este comité fue ascendiendo Ron Miller (yerno del susodicho gran hombre), y su gestión permitió tanto el relevo generacional de los Nueve Viejos dentro de la animación, como la locura a todos los niveles que fueron los años 80. 

Bajo el gobierno de Miller tuvimos Los rescatadores (1977), Taron y el caldero mágico (1985), o una saga tan longeva como la de Herbie, el volkswagen escarabajo. Y además se fundó Touchstone, productora con la que la ahora llamada Walt Disney Pictures quería cultivar el cine adulto y competir en otras ligas de Hollywood. 

El taquillazo de Un, dos, tres… Splash (1984) confirmaba que ya no había por qué ceñirse a los dibujos o a las propuestas familiares, sino que podía ser una major hecha y derecha. Mientras ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (1988) consolidaba el influjo corporativo, Miller fue apartado del poder por los accionistas y en su lugar surgieron las figuras de Michael Eisner y Jeffrey Katzenberg. 

El Renacimiento de Eisner

No solo iniciaron la costumbre de Disney de absorber otros estudios de Hollywood –Miramax, el canal ABC–, también redoblaron la apuesta televisiva en el marco del emporio Disney Channel y se fijaron en la escena de Broadway para, a partir de La sirenita (1989), posibilitar una nueva edad de oro en forma de Renacimiento animado.

Llegarían La bella y la bestia (1991), Aladdin (1992) o El rey león (1994). Diez años gloriosos, llamados a forjar la memoria sentimental de una generación –así como su banda sonora, de Un mundo ideal a Hakuna Matata–, que culminaron con Tarzán (1999). Y entretanto, a través de otra empresa afiliada como Pixar, se dio un hito del calibre de Toy Story (1995). Su animación en tres dimensiones causó un terremoto al que no fue ajena la producción de Disney, pasando a incorporar poco a poco el CGI en un momento algo precario a nivel creativo. 

Agotado el Renacimiento, la compañía buscaba fijarse en otras escuelas como DreamWorks y su Shrek para alcanzar su punto más enervante con Chicken Little (2005), que de hecho vendría a suceder la caída en desgracia de Eisner. Entonces apareció Bob Iger, y este sí que empezó a comprarlo absolutamente todo. Marvel, Lucasfilm, la propia Pixar. Lo que le echaras.

Imperio Iger

Bob Iger lideró Disney durante 20 años: los necesarios para convertir a la Casa del Ratón en un Leviatán como nunca había visto Hollywood. Se jubiló en 2020, tras completar otra gran adquisición: 21st Century Fox, con la que Disney pasaba a poseer una major histórica y a transformar su marca. 20th Century Studios y Searchlight Studios desterraron la palabra “Fox” al recuerdo coincidiendo con la decisión de Disney de irrumpir en el streaming. 

Tantas propiedades había ido adquiriendo que el catálogo de Disney+ podía aguantarle la mirada al líder del sector, Netflix, y materializar una producción propia fuera de los cines. Con series de gran presupuesto que engrosaran la continuidad de Star Wars o el universo de Marvel, todo parecía atado y bien atado, de forma que Iger permitió la sucesión de Bob Chapek. Pero llegó la pandemia, y lo que en un primer momento parecía una situación ideal para que creciera el consumo de streaming (algo que ocurrió, en efecto) resultó un arma de doble filo. 

Desde entonces, Disney ha ido probando diversas estrategias para sortear la emergencia sanitaria y, más tarde, una exhibición tradicional que no ha llegado a recuperarse del todo: estrenos híbridos de cine y plataforma, lanzamientos directos a Disney+, y en definitiva una transformación del negocio ante la que la demanda de Scarlett Johansson (por los ingresos de Viuda Negra (2021), uno de esos estrenos híbridos) alzó la voz de alarma.

Combinando este nuevo escenario con la polémica ‘Don’t Say Gay’ –una vez se supo que Disney financiaba a políticos conservadores radicales de Florida–, Chapek terminó siendo destituido e Iger tuvo que volver. Entretanto, Disney Animation había reencontrado el esplendor con el fenómeno Frozen (2013), reminiscente a los días del Renacimiento, aunque también resultaba afectada por las variables del streaming. 

La canción No se habla de Bruno no triunfó realmente hasta que Encanto (2021) estuvo en Disney+, pero fue más de lo que pudo decir Mundo extraño (2022): la película de animación más reciente de producción propia, y el mayor fracaso que ha sufrido en este ámbito. 

Wish: El poder de los deseos (2023) viene ahora a festejar el centenario del ratón, y lo hace combinando la autoconsciencia de su legado –esa estrella de los deseos que ha aparecido de forma recurrente en sus clásicos focalizando el argumento– con la experimentación de nuevas técnicas animadas. 

Ese afán por innovar, al tiempo que mantiene una imagen familiar, es lo que ha garantizado durante un siglo la hegemonía cultural de Disney. Y puede que la siga garantizando, al margen de cada terremoto de Hollywood, durante aún más tiempo.

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