¿Existieron las minas del rey Salomón? El misterio de El Gran Zimbabue, entre la realidad y la leyenda

Desde estas minas dicen los relatos que la reina de Saba extrajo casi 4.000 kilos de oro y piedras preciosas para impresionar a su adorado rey Salomón
Ruinas de El Gran Zimbabue.
Ruinas de El Gran Zimbabue.
Getty Images/iStockphoto
Ruinas de El Gran Zimbabue.

Salomón, nacido en Jerusalén mil años antes que Cristo, fue rey de Israel y quien mandó construir el primer Templo de Jerusalén. Bueno, sabio y justo, se labró el cariño y respeto de todos, pero también la atracción de la reina más hermosa de la Tierra, Makeda, soberana de Ofir, más conocida como la reina de Saba.

El libro “Allan Quatermain y las minas del rey Salomón”, de Rider Haggard, se convirtió en el más leído del siglo XIX

En 1885, el libro “Allan Quatermain y las minas del rey Salomón”, de Rider Haggard, se convertiría en el libro más leído del siglo XIX y la primera novela británica de aventuras. Sin embargo, su autor nunca pisó el territorio en el que se basaba su obra. Haggard se sintió atraído por los testimonios del explorador alemán Karl Mauch, supuestamente muerto tras suicidarse diez años antes. Todo empezó con otro libro, un atlas del mundo con un territorio en blanco.

Vistas desde la Colina Sagrada.
Vistas desde la Colina Sagrada.
Carla Royo-Villanova

Tiempo de exploradores

Karl Mauch celebraba su cumpleaños. Su origen humilde no era impedimento para sus ganas de aprender y aquel libro de segunda mano cambió su vida y fue también la culminación de una leyenda. El territorio pintado en blanco era África, nada o muy poco se conocía entonces del continente. La época victoriana había levantado las ansias de conquista en los exploradores británicos, que vieron en África la última de las oportunidades para engrandecer al Imperio y ser recordados y admirados.

El explorador alemán Karl Mauch redescubrió y estudió las ruinas arqueológicas de El Gran Zimbabue en 1871 e indirectamente inspiró la novela "Las minas del rey Salomón"

El pequeño Mauch nada sabía de Livingstone, Speke o Burton, pero aquel mapa blanco también se convirtió en obsesión. Comenzó a leer las historias del capitán de flota Vicente Pegado, el portugués que había pisado “Symboae”, en lengua shona “las casas de piedra”, por primera vez tres siglos antes.

Allí llegó atraído por las ruinas de una gran ciudad y por las minas de oro de aquella civilización tan avanzada que se escondía cerca de Sofala, donde estaba destinado. Mauch leyó sobre los gigantescos muros circulares, la torre cilíndrica y los recintos fortificados. Leyó también al historiador Joao Barros, que hablaba de etnias y de los demonios que habían levantado aquello, ya que no concebía que ningún hombre fuera capaz de haberlo hecho.

Entrada al Gran Recinto del Monumento Nacional de El Gran Zimbabue.
Entrada al Gran Recinto del Monumento Nacional de El Gran Zimbabue.
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Oro y piedras preciosas

La intriga de Mauch crecía a cada renglón. Durante más de diez años se formó para su gran viaje, aprendió árabe, historia, astrología, leyó la Biblia, el Corán, y el Libro Sagrado de Etiopía. Se obsesionó con la bella reina de Saba, quien, según los textos bíblicos, quiso impresionar a Salomón para que respondiera a sus preguntas. Con todo se forjó la conclusión de que en El Gran Zimbabue estuvieron las minas desde donde la reina llevó hasta Jerusalén los 3.960 kilos de oro y piedras preciosas, sándalo y marfil a su adorado rey, a quien luego dejaría vía libre para extraer todo el oro que quisiera. Debía ir a comprobar y demostrar que Ofir no era Sudán ni Yemen ni Etiopía sino Sofala.

En algún lugar entre Zimbabue y Botswana, Mauch conoció a un cazador inglés que le confirmó que cerca de las casas de piedra había más de 4.000 minas de oro

Comprometido con la misión que se había encomendado, ofreció sus aventuras al geógrafo y director de una prestigiosa revista de viajes, August Petermann, quien le promete firma en su medio, pero no le dio ni medio pfennig. En 1865 Karl Mauch llega a Durban embarcado en un carguero para continuar su periplo por el mapa blanco. Dos años después, en algún lugar entre Zimbabue y Botswana, conoce a un cazador inglés que le confirma sus aspiraciones; cerca de las casas de piedra había más de 4.000 minas de oro.

No fue hasta 1871 cuando, enfermo y medio muerto, cae en manos de los ndebele y con suerte conoce a Adam Render, que además de salvarle la vida le guía hasta las casas de piedra. Render era yerno del jefe de la tribu y había sido, sin saberlo, el primer europeo en pisar El Gran Zimbabue desde que lo hiciera Barros. Una vez allí Mauch lo tuvo claro: había encontrado la ciudad perdida del oro y el palacio de la reina de Saba.

Torre del recinto amurallado.
Torre del recinto amurallado.
Carla Royo-Villanova

Réplica del palacio de Salomón

Pegado y Barros lo habían escrito primero y él confirmaba que aquel lugar se había construido siguiendo reglas fenicias. Era como si la bella Makeda hubiera replicado el palacio de Salomón en Israel, miles de piedras perfectamente cortadas y colocadas sin argamasa alguna, largos muros curvados y, para colmo, Mauch encontró un dintel de madera de cedro libanés como los que se usaron en el palacio de Jerusalén.

Definitivamente Ofir era Sofala y las 4.000 minas de oro eran las del rey Salomón. Ya de vuelta en Alemania, Petermann lo ignoró. A pesar de escribir sus hazañas, que habían durado diez años, nadie le dio importancia y cayó en brazos del alcohol, que terminó de arruinar su corta pero intensa vida. En 1875 Carl Mauch se precipitó por la ventana de su paupérrimo apartamento. Pero sus aventuras y leyenda llegaron a ser el libro más vendido del siglo XIX, eso sí, con la narrativa de Haggard.

El Gran Zimbabue se encuentra a 28 kilómetros de Masvingo y está formado por tres zonas diferenciadas

El Gran Zimbabue se encuentra a 28 kilómetros de Masvingo y está formado por tres zonas diferenciadas. La Colina, en lo más alto, reservada a reyes y sacerdotes; allí se encontraron objetos milenarios como cerámica china datada en el 1500 a.C, monedas árabes, objetos persas y mesopotámicos, una escultura del faraón Tutmosis IV y las águilas de piedra jabón que ahora son símbolo de Zimbabue. Todo aquello desconcertó a los investigadores, que concluyeron que la civilización que allí habitó tuvo durante siglos relaciones comerciales con lugares muy lejanos y desde luego eran muy avanzados en todos los sentidos.

El Gran Zimbabue visto desde la Colina Sagrada.
El Gran Zimbabue visto desde la Colina Sagrada.
Carla Royo-Villanova

El Gran Recinto Fortificado

La segunda zona es el Gran Recinto Fortificado de estructuras masivas, cuyo muro de 11 metros de altura, 6 metros de grosor y más de un millón de perfectos ladrillos de piedra y curvados pasillos laberínticos fue lo que Mauch identificó como el palacio de Ofir. Fue construido después del recinto sagrado de la Colina, y parece que también estuvo destinado a ser el hogar de los reyes. Es aquí donde se encuentra la enigmática torre cilíndrica cuyo propósito aún desconocemos, pero los expoliadores, creyendo que era algo así como una gran caja fuerte, intentaron acceder a su interior para encontrar más piedras; las encontraron, pero no eran preciosas.

En los años 20 los arqueólogos MacIver y Caton-Thompson concluyeron  que El Gran Zimbabue fue construido por una etnia muy avanzada, pero anterior a los shona

La tercera zona de esta maravilla arqueológica es la parte dedicada a las viviendas de sus últimos habitantes. La historia documentada de El Gran Zimbabue se remonta al siglo X y se extiende hasta el siglo XIV, cuando se produjo el éxodo de sus habitantes al secarse el lago Kyle hacia el año 1450. En ese momento, el rey de los mutota lideró a su gente en busca de un lugar más habitable, dejando la ciudad en el olvido. En el siglo XVII, el clan Mugaba, el mismo al que pertenecería más tarde el dictador Robert Mugabe, ocupó el área.

El Gran Zimbabue está cerca del lago Mutirikwe y de la localidad de Masvingo.
El Gran Zimbabue está cerca del lago Mutirikwe y de la localidad de Masvingo.
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Saqueo de tesoros

A principios del siglo XX, Cecil Rhodes se interesó por El Gran Zimbabue y envió a dos personajes malintencionados con la tarea de demostrar que la obra no había sido construida por africanos y con la facultad de expoliar todo lo que pudieran. Estos "arqueólogos" arrasaron con las ruinas y se llevaron los valiosos tesoros de la Colina.

Afortunadamente, algunos de los objetos robados se recuperaron, como las aves de piedra jabón, que hoy se encuentran en el museo de El Gran Zimbabue. En los años 20 se permitió a los arqueólogos David Randall MacIver y Gertrude Caton-Thompson investigar en el yacimiento. Sus conclusiones acabaron con las románticas teorías de Mauch y las racistas ideas de Rhodes: El Gran Zimbabue fue construido por una etnia muy avanzada, pero anterior a los shona. Desde 1929 no se han permitido más investigaciones ni excavaciones en el yacimiento más antiguo y grande de África.

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