Pocos lugares hay en Japón tan sagrados como el Santuario de Ise. Este templo sintoísta es un importante punto de peregrinación donde conectar con el espíritu del país nipón y su cultura. Ya de por sí, se trata de un lugar realmente especial, pero a ello se añade una sorprendente curiosidad, y es que la mayoría de las estructuras que forman el complejo se derriban y se vuelven a levantar cada veinte años desde el siglo VII.
Un templo a la diosa del sol
El santuario interior es el edificio más destacado de todo el complejo de Ise-jingu. Según varios estudios recientes, este se construyó en el siglo IV, aunque algunas de sus estructuras podrían haberse construido incluso un siglo antes. El templo está relacionado con los orígenes místicos de Japón y está consagrado a Amaterasu Omikami, la diosa del sol y la deidad más venerada de la religión sintoísta.
Según cuenta la tradición, en su interior se encuentra el espejo sagrado, uno de los tres tesoros más valiosos de Japón, aunque no está expuesto al público. La religión sintoísta asegura que este objeto se utilizó para que la diosa Amaterasu saliera de la cueva donde se había escondido de su hermano.
Una tradición centenaria
El puente Uji nos lleva a la zona del santuario interior. Se trata de una estructura de madera con una puerta tradicional torii en cada extremo. Estas representan la entrada y la salida del mundo secular al divino, pero solo los dioses pueden cruzarla, de modo que se ha habilitado un paso adyacente para los visitantes.
Tanto el puente como el santuario interior y otras catorce estructuras más que conforman el complejo se desmantelan y se reconstruyen cada veinte años desde el siglo VII. La reconstrucción dura ocho años y la última se hizo en 2013. Esto se debe a que, según el sintoísmo, la naturaleza muere y renace en un período de dos décadas.
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