Lo que hay detrás de los medicamentos para adelgazar: ¿son realmente efectivos y seguros?

Dos personas con obesidad
Dos personas con obesidad
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Dos personas con obesidad

Los medicamentos para adelgazar son un asunto controvertido entre los profesionales de la salud. Aunque hay quienes defienden que pueden servir para tratar condiciones como la obesidad siendo relativamente seguros (especialmente los de última generación, ya que algunos más antiguos sí tienen importantes efectos secundarios y riesgos) otros médicos cuestionan siquiera que sean necesarios en muchos casos.

El caso de Wegovy y la nueva generación

Un caso llamativo es el de Wegovy. Se trata de un fármaco elaborado por Novo Nordisk a partir del principio activo semaglutida (que regula mecanismos hormonales del cuerpo) que en los ensayos clínicos demostró lograr pérdidas de peso de un 15% de media y que fue aprobado para su uso en EEUU por la FDA (Food and Drug Administration) en junio de este año.

Pues bien, cuando el medicamento comenzó a estar disponible en las farmacias, la demanda fue mucho mayor de lo que el propio fabricante esperaba, causando que hubiera escasez casi inmediata. El fenómeno ha adquirido tales dimensiones que se han creado grupos en redes sociales para informar sobre dispensarios que puedan tener dosis.

Para muchos especialistas, esto demostraba la necesidad de medicamentos con este propósito que fueran más seguros y más efectivos que los preexistentes (y que incluyen, aún a día de hoy, las anfetaminas). Precisamente, los problemas asociados a las generaciones anteriores habían sido un pobre incentivo para que las farmacéuticas emprendieran grandes inversiones en desarrollar este tipo de fármacos.

La obesidad como enfermedad crónica

En las últimas décadas, se ha ido dando progresivamente un cambio en el entendimiento occidental sobre la obesidad, que cada vez más es vista como una enfermedad crónica, antes que como el resultado de un desorden conductual; igualmente, varios organismos han ido redefiniendo los nuevos criterios para que un paciente se considere obeso (basándose en el índice de masa corporal). Estos cambios en la definición tienen importantes ramificaciones.

Por una parte, porque el nuevo paradigma exige una mayor medicalización y una mayor implicación de los sistemas sanitarios públicos y privados, con el bagaje económico que ello conlleva. Por otra, esto supone un incentivo para el desarrollo de terapias farmacológicas.

La clave está en el apellido 'crónico'. A medida que cada vez son más los profesionales y las instituciones que han ido pasando a entender la obesidad como una enfermedad crónica, se ha ido extendiendo la idea de que la obesidad necesita un tratamiento que ataje la raíz del problema más que sus consecuencias, de modo que se ofrezca a los pacientes una solución duradera.  Si a esto añadimos que un 42% de los adultos en Estados Unidos cumple con los criterios para ser considerado médicamente obeso según la definición actual de obesidad del CDC (Center for Disease Control) estadounidense, es fácil ver el inmenso atractivo de desarrollar una terapia de uso regular durante años para las grandes farmacéuticas. 

Voces discordantes

Otra parte de la comunidad científica ha ido en la dirección contraria, considerando que la obesidad definida en base al IMC no tiene que ser vista como una enfermedad crónica en sí misma, sino que este indicador tiene que tomarse en contexto. Esta forma de pensar no coincide exactamente con los planteamientos de ciertos movimientos sociales que luchan contra la 'gordofobia' y piden la desmedicalización de la enfermedad (como el body positive) sino que abogan por darle una definición diferente atendiendo a la salud global del paciente (por ejemplo, argumentando que, según una investigación publicada en Nature arrojó que un 29% de quienes se definen médicamente como obesos de acuerdo a su IMC no tienen, por otro lado, otros desórdenes metabólicos).

Para estas voces, existe un riesgo de que se generalice la práctica de tratar farmacológicamente a personas con sobrepeso y patologizarlas sin atender necesariamente al riesgo real de complicaciones del paciente concreto, y sin solucionar las causas de fondo en quienes sí que tengan este riesgo.

Si atendemos a esta opinión, no sólo se patologiza a ciertas personas que no necesariamente necesitarían tener tal consideración (con las implicaciones que esto puede tener para la salud mental de dichas personas) sino que en otras personas se puede confiar en fármacos que no necesariamente eliminen los factores de riesgo de complicaciones ulteriores.

¿Son seguros los nuevos fármacos?

Lo cierto es que los nuevos fármacos basados en la regulación hormonal, como Wegovy, tienen ciertos efectos secundarios. Pero es igual de cierto que esto es una realidad para cualquier otro medicamento. También es cierto que se pueden considerar efectivos, como hemos dicho logrando pérdidas de peso del 15%.

Si atendemos a los resultados de los ensayos clínicos, este medicamento (y otros similares aprobados, como Saxenda) no es menos seguro que muchos otros fármacos ya muy implantados, al menos en los plazos en los que ha sido probado (los estudios a más largo plazo aún están en proceso). Es decir, que en principio su uso bajo prescripción médica no debe ser motivo de preocupación.

El debate, por tanto, estaría en si debemos interpretar la obesidad como una enfermedad crónica definida en base al IMC del paciente o si por el contrario debemos tomar en consideración otros criterios (lo que podría reducir la demanda y la prescripción de tratamientos farmacológicos para tratarla). Y es complicado dar una respuesta: aunque es cierto que hay personas que cumplen con la definición 'institucional' de la obesidad en base al IMC sin tener otros problemas metabólicos, no es menos cierto que la definición en base al IMC es un indicador estadísticamente bastante bueno de compromisos o riesgos para la vida o la calidad de vida de las personas.

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