"Los niños y adolescentes que se conocen mejor a sí mismos tienen más facilidad para identificar situaciones de riesgo"

  • Laura Ruiz Mitjana es psicóloga en Psonríe.
  • Rasgos como la rigidez mental, la introversión excesiva o la impulsividad pueden hacer a los adolescentes y a los niños más vulnerables a padecer problemas de salud mental.
Buena batería, gran cámara y agilidad para navegar, ver series... y resistencia. Claves de un móvil para adolescentes
Un adolescente mirando su móvil.
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La infancia y la adolescencia son etapas de la vida especialmente vulnerables para la salud mental, algo que hemos podido comprobar durante esta pandemia, en la que se han multiplicado los de casos de ansiedad y depresión en los más jóvenes. Además del contexto, como puede ser padecer abusos o un vivir en un entorno familiar inestable, hay caracteres y rasgos de la personalidad que hacen más vulnerables a niños y adolescentes a padecer problemas de salud mental, como nos cuenta Laura Ruiz Mitjana, es psicóloga en la web de consultas online Psonríe.

La pandemia del coronavirus ha empeorado notablemente la salud mental de la sociedad, especialmente de los más jóvenes. ¿Por qué son más vulnerables en este contexto?

La Sociedad Española de Medicina de la Adolescencia calcula que un 5% de los adolescentes españoles sufre depresión y entre un 10 y un 20% padece problemas de ansiedad, y todas estas problemáticas han aumentado notablemente durante la pandemia. Esto puede ser debido, por un lado, y especialmente en los adolescentes, a que ya de por sí la adolescencia es una etapa compleja, llena de cambios en todos los sentidos (sociales, biológicos…) y retos.

Si a eso le sumamos cierta vulnerabilidad, o la inmadurez típica de la edad, la salud mental puede verse más perjudicada. Los más jóvenes aún están madurando, y en una etapa de desarrollar habilidades y estrategias emocionales que, si aún no están consolidadas, esto puede tener un impacto en su salud mental.

Por otro lado, hemos de tener en cuenta que ciertas patologías siempre han sido más prevalentes entre los más jóvenes (ya antes de la pandemia), como los trastornos de la conducta alimentaria, los trastornos de conducta, el abuso y dependencia de sustancias… Y la pandemia no ha hecho más que intensificar y cronificar muchos de estos trastornos.

Al igual que ocurre en los adultos, la personalidad de niños y adolescentes también repercute de manera directa en su salud mental. ¿Por qué?

La personalidad es una estructura psicológica, un constructo muy estable, que engloba sentimientos, emociones y formas de funcionar, y que es difícil de modificar. Por lo tanto, nuestra personalidad influye en nuestra forma de relacionarnos y de ser, lo que tiene un claro impacto -tanto positivo como negativo- en nuestra salud mental.

En el caso de los más jóvenes, sobre todo en niños, la personalidad aún se está formando; esto quiere decir que, en un estado más vulnerable, es más fácil que aparezcan ciertas problemáticas de salud mental, si aún no sabemos cómo afrontar ciertas situaciones, como serían todas aquellas derivadas de la pandemia.

“Todo lo que implique autoconocimiento puede ser una buena herramienta para cuidar de la propia salud mental”

¿Qué personalidades o rasgos de personalidad los convierte en más vulnerables?

Hay varios, por ejemplo, la rigidez mental puede dificultarles a la hora de afrontar ciertas situaciones, sobre todo los cambios, y especialmente situaciones de incertidumbre, tan habituales desde que estamos en pandemia.

Por otro lado, la introversión, que no tiene por qué ser un rasgo desadaptativo o negativo en absoluto, pero que también puede hacer que muchos niños y adolescentes tengan dificultades para expresar cómo se sienten. Y eso, en caso de existir alguna problemática de salud mental que requiera ayuda, puede perjudicarles.

La impulsividad, la tendencia a actuar sin pensar o a dejarse llevar por los estímulos, también puede ser un rasgo que genera dificultad, ya que puede conducirlos a situaciones de riesgo, como el consumo de tóxicos. El neuroticismo, que es la inestabilidad emocional, también es un rasgo de personalidad que puede conducir a una situación de vulnerabilidad, ya que en muchos casos dificulta una adecuada gestión emocional.

¿Se puede hacer algo para que las personas con estos rasgos no sean tan vulnerables?

El autoconocimiento, esa búsqueda de uno mismo, que nos lleva a entender cómo somos y por qué actuamos como actuamos. Si los niños y adolescentes pudieran conocerse mejor a sí mismos, tendrían más facilidad para identificar situaciones de riesgo, por ejemplo, o situaciones que les generan sufrimiento, que les desestabilizan… y al poder identificar y prevenir todo esto, sería más fácil para ellos poner en práctica ciertos mecanismos para trabajar en su propia salud mental. Y lo mismo con sus fortalezas. Si son capaces de identificarlas, estarán más cerca de poder potenciarlas y, sobre todo, de utilizarlas cuando el entorno sea hostil o complicado. Todo lo que implique autoconocimiento puede ser una buena herramienta para cuidar de la propia salud mental.

“Hay muchos mensajes que trasladamos a los jóvenes que pueden perjudicarlos, como que no es adecuado estar mal, la necesidad de triunfar en la vida o que hay que ser productivos siempre”

¿Qué parte de la personalidad o el carácter es innata y qué parte adquirida?

Se ha investigado mucho y aún no existe un acuerdo unánime de qué porcentaje de la personalidad es debida a la genética (es innato, biológico) y qué porcentaje al ambiente (adquirido). Gracias a algunos a estudios con gemelos idénticos, como el realizado por Bouchard y McGhue (1990), se estima que la varianza genética justifica el 50% de la variación de la personalidad, es decir, que el 50% de esta se debe a los genes (y el otro 50%, al ambiente). También se sabe que hay rasgos de personalidad más heredables que otros, como por ejemplo la extraversión, mucho más heredable que la responsabilidad, que se hereda un 36%.

De la parte adquirida, ¿qué es lo que más influye, lo que más contribuye a forjar la personalidad en la infancia y la adolescencia?

Todo, aunque podríamos decir que lo que más influye en la infancia es la educación recibida en casa y la educación en la escuela. Lógicamente, hay muchos otros factores, sobre todo los negativos, como situaciones traumáticas, perder a un ser querido, el maltrato el abuso, sufrir bullying, etc. También otras como los mensajes dañinos con los que les bombardea la sociedad, el mal uso de las redes sociales o de las nuevas tecnologías, etc. Aunque, en cierto modo, no depende tanto de la situación, sino de cómo el niño o adolescente viva, interprete y categorice dicha situación. Todo esto puede tener una repercusión importante en la personalidad, aunque el peso de la genética sigue existiendo y no podemos obviarlo, lo que hace que ciertos rasgos de la personalidad sean prácticamente inmutables.

¿Y cómo influye la sociedad en su conjunto en la personalidad, en general, de los más jóvenes?

Mucho. Al final, somos seres psicobiosociales, lo que significa que tanto el entorno, como la genética, las relaciones, el ambiente, las emociones, la sociedad… todo tiene un peso y un impacto en nuestra forma de ser y funcionar. Hay mensajes que son muy negativos y que, además, tienen un especial impacto en las mentes que aún se están formando. Por ello es tan importante educar en inteligencia emocional desde que son pequeños, visibilizar y normalizar ciertos temas, hacerles partícipes y fomentar que desarrollen un pensamiento crítico, que les permita cuestionarse las cosas y no creerse todos estos mensajes que reciben.

¿Qué mensajes crees que les estamos trasladando a los jóvenes que pueden perjudicarles?

Habría muchos ejemplos, por ejemplo, el mensaje que refleja la necesidad de estar siempre bien, no dar espacio a la tristeza, a los duelos… parece que estar mal no es adecuado y a veces estar mal es necesario para volver a estar bien. Se invalidan mucho las emociones. Sin hablar de los roles de género y de todos los estereotipos asociados a ellos, aún existentes y que tanto daño hacen.

También el mensaje de la competitividad, de la necesidad de triunfar en la vida (sobre todo, a nivel económico y de poder), de ser productivos siempre, de no parar… ¡No somos máquinas ni debemos serlo! Todo esto solo hace que propiciar una autoexigencia excesiva, que es dañina, y que se traduce en “si no eres el mejor, no eres nadie”. Y la autoexigencia y el perfeccionismo extremos están en la base de trastornos como la anorexia o el TOC, por ejemplo. Debemos ser críticos con todos estos mensajes, pues pueden repercutir creando inseguridades en los niños, baja autoestima, baja sensación de autocontrol y autoeficacia… y si los niños acaban interiorizando estos mensajes, esto puede tener un impacto innegable y negativo en su salud mental.

¿A qué comportamientos debemos estar atentos durante esta etapa?

Hay ciertas señales de alarma que nos podrían indicar que un niño o un adolescente empieza a manifestar un trastorno mental, o una problemática de salud mental. Cada trastorno tiene las suyas, aunque a grandes rasgos podemos hablar de cambios de conducta repentinos, aislamiento social, tristeza que se alarga en el tiempo, inestabilidad emocional, irritabilidad, aumento o disminución del apetito, trastornos del sueño, pérdida de la capacidad para disfrutar, apatía, ansiedad, dificultades para relacionarse…

“La autoexigencia y el perfeccionismo extremos están en la base de trastornos como la anorexia o el TOC”

¿Qué podemos hacer como sociedad para mejorar la salud mental de los adultos del futuro?

Concienciar a la sociedad, visibilizar, educar, normalizar, hablar de la salud mental como un tema que está presente, que es importante y que no debe ser tabú. Desde las escuelas, fomentar asignaturas de educación e inteligencia emocional a edades tempranas y con una continuidad y un sentido pedagógico.

En las familias, hablar abiertamente sobre salud mental, preguntar a los niños cómo se sienten, darles voz, normalizar llorar delante de los niños si uno se siente triste… Y a nivel político, establecer protocolos de salud mental, por ejemplo, para la prevención del suicidio, destinar muchos más recursos económicos a este ámbito, ofrecer más plazas públicas de psicología en hospitales, ya que actualmente la ratio es bajísima, más plazas en las escuelas, en atención primaria, etc.

Sabemos que España tiene menos psicólogos públicos que la media europea; mientras Europa ofrece de media 18 psicólogos por cada 100.000 habitantes, España solo tiene 6.

Esto es alarmante y debemos cambiarlo. Sin olvidarnos de otros profesionales también importantes, como educadores sociales, profesores, psiquiatras infantojuveniles, enfermeros, auxiliares, etc. Todos tenemos una labor importante como sociedad, empezando por desmitificar la salud mental y hablar de ella, ponerle voz. 

Laura Ruiz Mitjana es psicóloga en Psonríe.
Laura Ruiz Mitjana, psicóloga en Psonríe.
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