Y el cine español alzó sus manos blancas contra el terrorismo de ETA

Tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, nada volvió a ser lo mismo… tampoco para el cine español. Siete meses después, José Luis Borau exigía el fin de la violencia en una imagen icónica de nuestra democracia, un gesto inolvidable en la noche de los Goya
Presentador: El Gran Wyoming., , Ganador: La buena estrella hizo honor a su nombre (que no a su argumento)., , Perdedor: Secretos del corazón se quedó en eso, en una cosa de lo más discreta, , Sorpresa: Andoni Erburu, por Secretos del corazón, fue el primer niño en ganar un Goya ¡con nueve años! Además, al menor le hicieron dar un premio, así que se tuvo que subir a una caja para llegar al atril., , Momento más emocionante: Sin duda, esta sería la gala de las “manos blancas” que mostraría el Presidente Borau en repulsa a la violencia terrorista., , Momento más absurdo: Albert Pla, quién si no, como hombre orquesta vestido con sombrero cordobés y cantando La coplilla de las divisas de ¡Bienvenido, Mr Marshall!, , La anécdota: Fernando León rompió lo de “la rigurosa etiqueta” y recogió el premio por Familia en tejanos. Años después llegaría Pepe Viyuela.
José Luis Borau, en la XII edición de los Premios Goya, el 31 de enero de 1998.
Cinemanía
Presentador: El Gran Wyoming., , Ganador: La buena estrella hizo honor a su nombre (que no a su argumento)., , Perdedor: Secretos del corazón se quedó en eso, en una cosa de lo más discreta, , Sorpresa: Andoni Erburu, por Secretos del corazón, fue el primer niño en ganar un Goya ¡con nueve años! Además, al menor le hicieron dar un premio, así que se tuvo que subir a una caja para llegar al atril., , Momento más emocionante: Sin duda, esta sería la gala de las “manos blancas” que mostraría el Presidente Borau en repulsa a la violencia terrorista., , Momento más absurdo: Albert Pla, quién si no, como hombre orquesta vestido con sombrero cordobés y cantando La coplilla de las divisas de ¡Bienvenido, Mr Marshall!, , La anécdota: Fernando León rompió lo de “la rigurosa etiqueta” y recogió el premio por Familia en tejanos. Años después llegaría Pepe Viyuela.

“Nadie, nunca, jamás, en ninguna circunstancia, bajo ninguna creencia o ideología, puede matar a un hombre”. Es una perogrullada. Pero hay que tener valor para decirlo, alto y claro y ante millones de espectadores durante la XII entrega de los Premios Goya. Es lo que hizo el maestro José Luis Borau un 31 de enero de 1998. Aquella noche, en el programa de mano de la gala, venía impreso un discurso en el que Borau, presidente saliente de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, se felicitaba por la calidad de las películas y el aumento de espectadores en salas. Nunca lo leyó. Decidió salirse del guion. Apenas 24 horas antes, la banda terrorista ETA había asesinado en Sevilla al concejal Alberto Jiménez Becerril y su esposa, Ascensión García Ortiz. Eran momentos extremadamente dolorosos. Todavía no había cicatrizado la herida de lo ocurrido siete meses antes, aquel 13 de julio en el que la banda terrorista ETA había asesinado a Miguel Ángel Blanco. Ese día, algo había cambiado definitivamente. La sociedad civil no había salido de su estupor por el macabro proceder de la banda terrorista.

24 horas antes, la barbarie había vuelto con el asesinato de Jiménez Becerril y García Ortiz. Dos ejecuciones a sangre fría. Sin remordimientos. Con cobardes disparos en la nuca. Como el gran director que era, Borau era consciente de que, a veces, una imagen es más poderosa que las palabras. Tras su improvisado discurso, alzó sus manos, pintadas de blanco, hacia la platea del Palacio de Congresos madrileño. Un gesto, una imagen, imborrable en la historia de España. No era un acto original. Se había popularizado como repulsa al terrorismo en las manifestaciones por el cobarde asesinato en la Universidad Autonóma de Madrid del profesor Francisco Tomás y Valiente, en 1996. Se repetiría después tras el asesinato de Ernest Lluch. 

Pero el escenario era radicalmente distinto. No era la calle, ni un foro o un ágora político. Era la gran fiesta del cine español, esa industria a la que tanto se acusa de frivolona y de vivir en una burbuja al margen de la realidad. Y quien la realizaba era un intelectual de una integridad adamantina. Era José Luis Borau, el mismo que se partió la cara contra un franquismo que hizo todo lo posible por impedir el estreno de Furtivos en 1975. Un faro moral intergeneracional. Uno de los padres del cine español democrático. Un futuro académico de la RAE. La platea se puso en pie en una especie de catarsis colectiva, de duelo compartido por el gremio, pero también por la sociedad española. Aquella noche arrasó La buena estrella, del malogrado Ricardo Franco, con siete cabezones, pero los informativos y diarios no abrieron con su éxito, sino con la imagen de Borau. 

El venerable presidente demostró que la gran fiesta del cine también estaba para reivindicar, exhibiendo unas manos blancas, sin gritos ni alharacas que: “Nadie, nunca, jamás, en ninguna circunstancia, bajo ninguna creencia o ideología, puede matar a un hombre”.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento