Warner Bros. cumple cien años: la historia del estudio que más veces cambió el rumbo de Hollywood

Del star system al Nuevo Hollywood: un siglo de vida como estudio significa desarrollar una historia del cine propia.
Warner Bros. Studios
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Amy T. Zielinski / Getty Images
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Hasta poco después de su estreno, Denis Villeneuve desarrolló Dune en Warner sin saber si podría terminar la historia de Frank Herbert con una secuela. El motivo es que su película llegaba en 2021 dentro de un modelo híbrido, según el cual los lanzamientos del estudio iban tanto a cine como a HBO Max. 

No fue una estrategia exclusiva de la major, y se debía tanto al coronavirus como a la necesidad de reforzar las suscripciones de la plataforma, pero fue en Warner donde cundió el mayor malestar. Hasta el punto de que Christopher Nolan se desvinculara del estudio tras veinte años, yéndose a Universal para estrenar Oppenheimer.

En 2023 Warner celebra su siglo de nacimiento con circunstancias distintas. Ahora, en el estudio que lidera David Zaslav tras la fusión con Discovery la producción para HBO Max pierde prioridad a favor de los cines. Es un buen cambio de rumbo ante las indicaciones de AT&T, que poseyó la empresa durante cuatro años, y uno que coincide con los terremotos habituales. 

James Gunn y Peter Safran lideran DC Studios sin que les tiemble el pulso para cancelar secuelas de Wonder Woman y El hombre de acero, dejando atrás el Snyderverso. Pues no solo Nolan se ha ido: Zack Snyder también, tras el experimento de su Liga de la Justicia. Quien sí se ha quedado es Ezra Miller. Por ahora. La gestión de Warner de los problemas con la justicia del actor de The Flash remite a otro peliagudo episodio de su historia que ilustra cómo, en 100 años, la major ha visto de todo.

Perros, gangsters y revoluciones sonoras

En septiembre de 1935 hubo un accidente de tráfico en Los Ángeles. Cinco personas fueron heridas, dos murieron, y a Busby Berkeley le acusaron de asesinato en segundo grado. El cineasta conducía borracho cuando ocurrió, pero fue absuelto sin perder su contrato con la Warner. 

De hecho, el estudio fundado por los cuatro hermanos Warner (originalmente Wonsal, de familia polaca) apadrinó el posterior intento de Berkeley por cultivar el cine negro, luego de hacerse famoso por sus virtuosos musicales. Tras coreografiar con éxito La calle 42, Berkeley se puso detrás de las cámaras y siguió nutriendo una carrera espectacular. El año del accidente había estrenado tres películas.

Antes de que Warner subiera los ánimos de un país asolado por la Gran Depresión musicales mediante, la primera estrella que tuvo en nómina fue el perro Rin Tin Tin. Le siguieron John Barrymore o Ernst Lubitsch recién llegado de Alemania, pero el golpe sobre la mesa, el que distinguiría a Warner en el firmamento de Hollywood, vino con El cantor de jazz, primer filme sonoro de la historia. El cantor de jazz inauguró una era donde la major alternó los musicales con cine gangsteril: este último de sorprendente arrojo social, representado por Edward G. Robinson o James Cagney.

Fotograma de 'El cantor de Jazz'
Fotograma de 'El cantor de Jazz'
Cinemanía

El prestigio de Warner aumentó en paralelo al fichaje de las celebridades del momento, cuyos contratos encadenaban proyectos capaces de reflejar la evolución de la compañía. Errol Flynn y Olivia de Havilland protagonizaron aventuras de capa y espada en Technicolor para terminar poniéndose a las órdenes de Raoul Walsh en un trágico western, Murieron con las botas puestas.

Walsh, como el prolífico Michael Curtiz o en menor medida John Huston, fue un valor seguro tras las cámaras durante la Segunda Guerra Mundial y los años 40. También lo fue el impasible rostro de Humphrey Bogart, a través de Casablanca y el dúo con Lauren Bacall, pero la década de los 50 lo cambió todo. Luego de que Warner impulsara la carrera de James Dean, su prematura muerte en 1955 sentenció un modelo, el del star system, que ya no daba más de sí. Su impugnación definitiva anticipaba el Nuevo Hollywood.

James Dean en 'Rebelde sin causa'
James Dean en 'Rebelde sin causa'
Cinemanía

Vientos de cambio

A Bette Davis la llamaron «el quinto hermano Warner», por todo el dinero que le hizo ganar al estudio con sus películas. En el viejo star system, los estudios controlaban con mano de hierro la trayectoria de sus estrellas, lo que podía deparar en consagraciones rigurosamente planificadas (el Oscar de Paul Muni por La vida de Louis Pasteur) pero también en unos abusos de los que Davis se hartó en 1936, llevando a juicio a Warner. 

Perdió, pero allanó el camino para que prosperara una demanda similar de Olivia de Havilland en 1943. Su rebeldía fue contagiosa y cinco años después se alineó con otro golpe para las majors: un juicio antimonopolio que les obligaría, a partir de ahora, a separar producción de exhibición.

Bette Davis en 'Eva al desnudo' (1950)
Bette Davis en 'Eva al desnudo' (1950)
Cinemanía

Hasta entonces cada estudio aseguraba su poder con la compra de cadenas de cines. Les obligaban a dejar de hacerlo en el peor momento: cuando la irrupción de la televisión amenazaba a la gran pantalla. El declive del Hollywood clásico pilló a Warner produciendo westerns revisionistas de John Ford y musicales salomónicos estilo Camelot, pero el estudio fue lo bastante avispado para detectar qué elementos triunfarían en esa confusa tesitura.

¿Quién teme a Virginia Woolf? y Bonnie & Clyde hicieron gala de su intuición ejemplar, y, mientras apadrinaba al primer Martin Scorsese, Warner atisbó un método para sobrevivir. El Nuevo Hollywood requería cultivar la fidelidad de los directores como lo había requerido el clásico, pero con un matiz: había que dejar que estos directores se pensaran ‘autores’. De este entendimiento surgió la asociación con Stanley Kubrick, y también con Clint Eastwood.

Eastwood y Warner forman el vínculo más longevo que nunca haya auspiciado una major, pero ha habido otros igual de fructíferos. De las Wachowski a George Miller, de James Wan a Steven Soderbergh. En los 70 Warner cambió los géneros por los autores para forjarse una identidad. Hoy día, sin embargo, estos pierden fuerza ante el imperio de las IPs.

Fotograma de 'Bonnie & Clyde'
Fotograma de 'Bonnie & Clyde'
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Universo Warner

En los 40, tras la compra del estudio de Leon Schlesinger y la creación de Bugs Bunny, Warner fue capaz de competir con Disney como productora de dibujos animados. El talento de Tex Avery o Chuck Jones le hizo acuñar un estilo propio con los Looney Tunes, hasta que a finales de los 60 llegaron nuevos giros empresariales. Coincidiendo con la jubilación del último hermano Warner, la major se vio empujada a un baile de compras, opas y reestructuraciones que pudo llevar a su introducción en el negocio de los videojuegos o a la adquisición de licencias (Harry Potter) y nuevos sellos como DC, New Line o HBO.

Durante el proceso, tanto la animación como la acción real se vieron paulatinamente reducidas a una propiedad con la que negociar un ansiado fondo de catálogo. ¿Quién engañó a Roger Rabbit? requirió a finales de los 80 que muchas majors, incluida Warner, se coordinaran para volcar sus creaciones más célebres en una misma película. 

Fotograma de 'Space Jam'
Fotograma de 'Space Jam'
Warner Bros.

Fue un gesto rompedor que con el tiempo se ha convertido en norma. Space Jam: Nuevas leyendas o La Lego Película encabezan la afloración de universos compartidos mientras se pierde el interés en tener contentos a los cineastas aunque, al menos, la gran pantalla vuelva a ser el destino estrella. 

La imagen que puede definir hoy día a Warner (y a Hollywood con ella) no se encuentra, pese a todo, en las juntas de accionistas que lo determinan todo, sino que está a la vista del público: es ese Gigante de Hierro que se negaba a ser usado como arma en la película original, y en Ready Player One se convirtió en mecha.

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