Por qué nos gusta tanto Shyamalan cuando no se pasa de listo: de 'La visita' a 'Llaman a la puerta'

El resurgir de Shyamalan con la serie B como macguffin: menos grandilocuente pero más íntimo, efectivo e interesante.
Fotograma de 'Llaman a la puerta'
Fotograma de 'Llaman a la puerta'
Cinemanía
Fotograma de 'Llaman a la puerta'

Pocos directores han tenido una carrera tan convulsa y llena de altibajos como M. Night Shyamalan. Tras unos inicios encadenando éxitos de taquilla como El sexto sentido, El protegido, Señales y El bosque, rápidamente perdió el favor de público y crítica con La joven del agua y El incidente, obras que llevaban hasta el paroxismo su fusión del cine de género con la dilatación y la mirada melancólica y pesimista casi salida del mejor cine de Michelangelo Antonioni, ocultas tras una suerte de macguffins hitchcockianos

Así, sin excusas de género, tanto su emotivo y casi autobiográfico cuento de hadas como su película de catástrofes vaciada se estrellaron ante unos espectadores que habían malinterpretado su obra y solo veían en él a un manipulador narrativo con ínfulas de autor. Y temeroso de perder su lugar como uno de los directores más poderosos del Hollywood contemporáneo, Shyamalan cometió los que serían sus mayores errores en una filmografía hasta el momento excelsa: Airbender: el último guerrero y After Earth.

La primera, un inerte ejercicio de gran espectáculo y capítulo piloto de una saga juvenil que nunca alzó el vuelo y la segunda, una cinta de ciencia ficción y vehículo de promoción fallido a mayor gloria de la familia Smith. Ambos, trabajos muertos en vida, ahogados por presupuestos y estrellas consentidas, donde el estilo y el alma de Shyamalan solo se dejaba entrever para demostrar lo inadecuado de sepultar a un narrador tan personal y único en productos manufacturados.

Pero Shyamalan reaccionó rápido, despojándose de todos sus abalorios formales y estéticos, con una película pequeña y aparentemente menor, pero que redefiniría la nueva etapa en la que se adentraba el cineasta.

'La visita' (2015)

¿Cómo abrazar un género tan manido y en desuso como el found footage, darle una vuelta y volver a hacerlo relevante? Ese era el reto con el que Shyamalan abordaría su resurgimiento. Una cinta que entremezcla con acierto el cuento de Hansel & Gretel de Hans Christian Andersen desde una perspectiva contemporánea y el macguffin y giro hitchcockiano cercano a Psicosis para acabar entregando una progresión orgánica de las temáticas y modos de su primera época.

Si el found footage había muerto por la sobreexplotación de la anterior década y un uso caprichoso del mismo por la ingente cantidad de subproductos que habían diluido su interés e impacto formal, Shyamalan volvió a resucitarlo para, a partir de su avatar en la ficción —la joven protagonista de la cinta y su amor por el lenguaje cinematográfico—, entregar un ensayo acerca del poder del audiovisual y la manipulación de la imagen y las formas desde un dispositivo aparentemente transparente como es el video doméstico cámara en mano.

Pero a partir de una narración que juega con el misterio y el jump scare irónico y autoconsciente, Shyamalan deconstruye el relato de ficción con una historia que comienza aparentando ser un tren de la bruja adolescente y fábula aleccionadora para terminar definiéndose como un emotivo relato acerca de la decadencia de la edad y la redención familiar. Todo bajo la sombra de un híbrido entre un capítulo del serial Alfred Hitchcock Presenta y el terror de videocámara doméstica.

Fotograma de 'La visita'
Fotograma de 'La visita'
Cinemanía

'Múltiple' (2017)

Para trampantojos shyamalanos, el que nos encontramos en su siguiente trabajo tras el notable reconocimiento y éxito comercial y artístico de su anterior y aparentemente menor propuesta. 

Múltiple se presenta en sus primeros compases como una continuación directa de los preceptos de su anterior obra cinematográfica. Si La visita jugueteaba y desvirtuaba los tropos del found footage, Múltiple aparenta ser —en su capa más superficial— una fusión entre las texturas, las localizaciones y el tono de la saga Saw de James Wan y una exploitation chusca del género de psicópatas psicologizado salido de las múltiples reinterpretaciones y reiteraciones de la obra magna del género: El silencio de los corderos.

Pero como siempre en Shyamalan, el director de La joven del agua se guarda un as bajo la manga. Porque el relato de este aparente psicópata escindido en infinidad de personalidades, interpretado por un inconmensurable James McAvoy, esconde un conejo en la chistera. 

Si en sus primeros compases la cinta de Shyamalan juega al terror psicológico con pátina de serie b, a medida que el filme avanza se reconvierte en una mezcla entre el terror escatológico y perverso de los tebeos de horror de los 50 surgidos de la editorial E.C. Comics y la reinterpretación contemporánea del mito de Frankenstein y el doctor Jekyll y Mr. Hyde que fue El increíble Hulk creado por Stan Lee y Jack Kirby en los años 60.

Un regreso al lenguaje del noveno arte que no aparecía en su filmografía desde El protegido y que, a partir de un doble tirabuzón en su secuencia final, se integra sin aristas en el universo de su obra magna para convertirla en secuela, o incluso en spin-off, de dicha obra. La mejor secuencia post-créditos (aunque ocurra antes de estos) de la historia del cine y el secreto más feliz y mejor guardado de las últimas décadas del cine norteamericano de carácter popular.

Fotograma de 'Múltiple'
Fotograma de 'Múltiple'
Cinemanía

'Glass' (2019)

Ese clímax sorprendente con el que cerraba Múltiple y que reunía, a partir de una línea tangencial, dos obras a las que les separaban 17 años, daba lugar a lo que sería el cierre de la trilogía superheróica del universo Shyamalan. 

La película es una reunión entre la mejor reinterpretación de los códigos del género de superhéroes —con esos Xavier y Magneto y esos Superman y Lex Luthor desde una mirada doméstica que eran David Dunn (Bruce Willis) y Elijah Price (Samuel L. Jackson)— y el nuevo personaje de su universo de superhéroes íntimo, Wendell Crumb,  interpretado por James McAvoy.

Y si El protegido aúna la historia del género con su mirada deconstruccionista surgida de los tebeos de Alan Moore y Frank Miller pasada por las formas y la estética de los primigenios cómics de herencia pulp de la Golden Age, Glass continúa reinterpretando y jugando con los tonos, la estética y las temáticas de mirada contrapuesta de la historia del medio. 

El instituto psiquiátrico donde el trío protagonista está encerrado y que podría aparentar ser de nuevo un ejercicio deconstruccionista al estilo de la novela gráfica Batman: Arkham Asylum de Grant Morrison y Dave McKean, se acaba revelando como un homenaje a la sencillez, ilusión y pulsión inocente de los tebeos en cuatricomía de la Silver Age de los años 60.

Fotograma de 'Glass'
Fotograma de 'Glass'
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'Tiempo' (2021)

Tras su punto y final a los orígenes, génesis y evolución de la historia del medio gráfico estadounidense, Shyamalan se sigue mirando en el arte secuencial, esta vez, en un álbum europeo: Castilo de arena, de Frederik Peeters y Pierre Oscar Levy, un relato que entronca muy bien con los intereses de Shyamalan. Un escenario acotado, un conjunto de personajes de luto emocional y un big concept sci-fi: una playa donde el tiempo corre a diferente velocidad y donde sus ocupantes viven toda una vida en cuestión de un día.

Si el álbum gráfico en el que se inspira nunca se preocupa (o le interesa) revelar el misterio de dicha playa misteriosa, ya que para Peeters y Levy es mucho más interesante adentrarse en las miserias de la burguesía —al estilo del serial The White Lotus—, eso también es lo de menos para un cineasta tan espiritual como M. Night Shyamalan. 

Así, el director prefiere centrarse en temáticas que ya le vienen acompañando a lo largo de su filmografía como el sentido de la vida y la decadencia de la vejez (La visita) o el sacrificio individual por el bien general (el clímax de Glass), todo ello rodeado de un punto de partida y excusa salida del The Twilight Zone de Rod Serling y con un dominio apabullante de la puesta en escena, donde los largos travellings y barridos y los fuera de campo le sirven a Shyamalan para hacer de metáfora del paso del tiempo inevitable e invisible.

Fotograma de 'Tiempo'
Fotograma de 'Tiempo'
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'Llaman a la puerta' (2023)

Como en su trabajo previo, Shyamalan recurre de nuevo a otra obra —en esta ocasión, la novela La cabaña en el fin del mundo, de Paul G. Tremblay (2018)— para, a partir de un aparente thriller que hace uso de los códigos del home invasion, traer de vuelta la temática del sacrificio personal por el bien global y la confirmación de lo místico y lo religioso a partir de la fe personal del individuo. Asimismo, reinterpreta la que quizá sea una de sus obras más incomprendidas y merecedoras de una revisión contemporánea: El incidente.

Si El incidente era la reinterpretación de Shyamalan del gran cine de catástrofes de gran aparataje industrial del Hollywood de los años 70, pero a partir de la mirada distanciada y vaciada del cine de Michelangelo Antonioni, Llaman a la puerta reincide en una temática e idea similar pero desde lo íntimo y claustrofóbico en contraposición con la agorafóbica y majestuosa magnitud de su rebelión de las plantas estrenada en 2008.

Una obra que, para desarrollar el pasado de unos personajes en una cinta cuyo punto de giro ocurre en sus primeros minutos, utiliza el flashback lindelofiano del que ya hizo uso en Múltiple y, con él, desarrolla el pasado y las decisiones del personaje interpretado por Anya Taylor-Joy, que sirve para comprender y empatizar con la pareja conformada por Jonathan Groff y Ben Aldridge, asediada por un grupo de extraños invitados comandados por un tan excelente como intimidante pero frágil Dave Bautista.

De nuevo, Shyamalan consigue provocar el escalofrío del espectador a partir de unas grabaciones domésticas e informativos televisivos que traen al recuerdo la inolvidable y terrorífica home invasion de un alienígena en un cumpleaños infantil registrada por un dispositivo móvil en Señales.

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