Seminci 2022 | ‘Dalva’: retrato de una niña y su infancia robada

En su ópera prima, Emmanuelle Nicot aborda el perturbador tema del incesto desde la perspectiva de una niña de 12 años recién trasladada a un centro de acogida.
Imagen de 'Dalva'
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Cinemanía
Imagen de 'Dalva'

Dalva tiene 12 años, pero, maquillada y vestida con blusas de gran lazada y encaje, como si fuera una pequeña dama, repite una y otra vez que ella no es una niña, sino una mujer. Con el ceño fruncido, sus ojos azules enmarcados por unas profusas cejas oscuras no comprenden porqué en la escena anterior, con la que Emmanuelle Nicot abría Dalva, la policía la ha separado violentamente de su padre.

La pequeña Zelda Samson interpreta a Dalva, el que quizá es uno de los papeles más perturbadores de la sección Punto de encuentro de Seminci en un año en que se ha prestado atención a unas cuantas historias de iniciación adolescente marcadas por la violencia sexual.

En el caso de Dalva, Nicot aborda el conflicto del incesto desde los ojos de la niña, en un cometido que pretende despojarla de los ropajes de elegante muñeca con los que la ha vestido su padre pederasta para que sea capaz de recuperar algo de la infancia que se le ha negado. La historia de Dalva no es solo un proceso de sanación, sino una que aspira a que la víctima logre su propia autonomía.

El trayecto que transita la pequeña conduce al espectador a lugares ciertamente oscuros. La inteligencia y sensibilidad de Nicot con el asunto no solo se evidencia con qué se muestra y qué deja fuera de campo, sino en la manera en que se dosifica la gravedad de lo sucedido, siempre a través de otros personajes, ya sea por los chismes del patio de la escuela o por las reuniones con el juez de su caso.

Imagen de 'Dalva'
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De este modo, acabamos por saber que fue secuestrada por su padre cuando la madre pidió la separación, quién la educó en casa y fue mudándose para que no ser encontrados. Cuando vemos y escuchamos por primera vez al padre, en una escena de rictus congelado que narra un encuentro supervisado en la cárcel con su progenitor y agresor, es solo para oír salir de su boca la confesión de su vergüenza.

Nicot, no obstante, deja de lado cualquier tipo de mirada sórdida sobre un asunto ya de por sí truculento. Su objetivo prefiere fijarse en la soledad de una niña que desconoce los límites de los afectos y que poco a poco, dejándose rodear por el verdadero cariño, va haciéndose su propio lugar en el mundo.

Es conmovedora, y sin duda de lo mejor de la película, la relación de Dalva con su compañera de habitación, Zamia (Fanta Guirassy), una chica dura por fuera pero frágil por su circunstancia familiar, atravesada por el hecho de que su madre es prostituta. No podría haber dos chicas más distintas y, sin embargo, la empatía que aprenden a sentir la una por la otra es sobrecogedora.

Igual de interesante es la relación que mantiene con el asistente social encargado de vigilarla, Jayden (Alexis Manenti), en tanto que figura masculina que, a ojos de Dalva, bien podría ser el sustituto perfecto para el rol del padre-amante que solo ha conocido en su corta vida. La interpretación de Manenti, capaz de reflejar el terror y la ternura, es más que meritoria.

Una vez Dalva consiga entender que ya no hay vuelta atrás, el espectador, a pesar de ciertos giros, algunos tal vez algo forzados, sabrá que la película tiene como destino caer en lado correcto. Es una decisión balsámica que afecta incluso al gesto de la mirada de la niña, más alegre y bravucona, como si supiera que todavía tiene por delante, aunque sea poco, un tiempo hermoso de infancia.

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