Se titula 'Segundo premio’ pero esta película puede ganarlo todo en el Festival de Málaga

Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez componen la película definitiva sobre el grupo granadino Los Planetas
Segundo premio
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Segundo premio

Empecemos con una aclaración. La persona que escribe esto llegó a tener tres CDs distintos de Una semana en el motor de un autobús, el disco sobre cuya grabación fantasea Segundo premio. El primero fue una pertenencia fugaz. Lo compré en Madrid Rock y, al salir de la tienda, me lo robaron. Pocos días después fue mi cumpleaños y dos amigos, primero uno y al rato otro, llegaron a una fiesta que monté en mi casa con el mítico disco de la X en la carátula. Fueron dos discos que escuché tanto y acabaron tan rayados que no volví a escuchar a Los Planetas hasta que apareció Spotify.

Quizás por todo ello, la proyección de Segundo premio empieza con un escalofrío al escuchar unas guitarras psicodélicas con la pantalla aún en negro. Los acordes de “De viaje”, postales de Granada y el arranque más anticlimático posible para una película sobre rock: una banda en descomposición. O, como dice la primera de las cartelas que dividirá en capítulos la película: “Una banda hecha 500 pedazos”.

Dice otra cartela al comienzo de Segundo premio: “Esto no es una película sobre Los Planetas. Es una película sobre la leyenda de Los Planetas”. Pero qué duda cabe que es la película que merecían Los Planetas. Fiel a su irreverencia, a su estilosa desgana, a las mil historias que se han contado sobre el grupo, es una película que se contradice a sí misma, una ficción en la que los personajes se llevan la contraria opinando sobre el relato como si estuviesen en un documental. 

“En todas las historias de bandas se miente. Yo no voy a mentir, es que no me acuerdo”, dice el batería. Y así, cuanto más desmitifica el guion coescrito por Fernando Navarro con Lacuesta, más leyenda construye. ¿Alguien dijo 24 Hour Party People?

“Esto no ocurrió así”, dice May, la mítica bajista que tocaba de espaldas en los conciertos y que abandonó la banda para volver a estudiar en la universidad. De fondo, fotos en blanco y negro que son una primera muestra de esa libertad formal que derrochan Isaki Lacuesta (Entre dos aguas) y el codirector Pol Rodríguez en sus decisiones de puesta en escena a lo largo de todo el metraje.

Para más seguridad, en las siguientes secuencias, el guitarrista, esa suerte de Florent que interpreta con un magnetismo hechizante Cristalino, se pega un viaje de heroína abordo de un avión abandonado. Una especie de alucinación o delirio yonqui que la propia película contesta muchas secuencias más tarde con un aire tan iconoclasta como el de los propios Planetas: primero, aludiendo a la realidad más sórdida de la droga y, después, defendiendo su uso de manera clara y meridiana.

La libertad fue (y sigue siendo treinta años después) una seña de identidad de Los Planetas y tenía que serlo también en Segundo premio. Eso significa que en un momento dado May y el cantante pueden hablarse con telepatía, que se cita a Lorca mirando al cielo, que aparecen cocodrilos en Nueva York gracias al pelotazo de Omega y que la imagen en un momento dado se puede congelar cuando interesa a la narración.

Pero a la vez la película goza de ese naturalismo que tanto domina Isaki Lacuesta y que aquí sirve para que nos creamos a este grupo de actores magníficos (Cristalino, Mafo, Stéphanie Magnin, Daniel Ibáñez, Daniel Molina...) encarnando a Los Planetas y cantando y tocando como ellos, apagando los cigarrillos en discos con esa modorra tan suya. Y, aquí una maniática de los acentos en el cine español, hablando con su acento, el de Granada.

La música entra cuando tiene que entrar, casi siempre diegética, en conciertos y ensayos, y, si no, como corriente de pensamiento de los personajes, como la vida que les pasa y que luego ellos convierten en canciones. Casi siempre de Una semana en el motor de un autobús. A veces, de otros discos, como "Punk", de Pop. Es una ópera rock de Los Planetas. Y esas letras a las que tantas vueltas les hemos dado cobran de pronto un significado nuevo. 

Los 90 son vinilos en la tienda de discos, filtros rojos y azules en las discotecas, el Planta Baja donde empezaron a tocar Los Planetas (garito que se quemó y que la producción de Segundo Premio no dudó en reconstruir), neones, colores fosforitos, lámparas con visillos en la sala de ensayo. Y esos interiores oscuros que brillan gracias a ese misterioso director de fotografía con nombre japonés que corta las cabezas en los planos medios y mueve la cámara en círculos.

Todo para contar la muerte y el renacer de una banda, la historia de una familia que se pierde, una familia que se descompone. May, el cantante, el guitarrista. “A veces pienso que solo se podían querer a través de una tercera persona”, dice ella enigmática y críptica como las mejores letras de Los Planetas. Segundo premio es la historia de su marcha, de cómo atrás quedaron dos tipos incapaces de hablar si no era con canciones (ahí quedan las magníficas Línea 1, Desaparecer o, por supuesto, Segundo premio, como testimonio de esta incomunicación), de la autodestrucción de uno y de la traición y del rescate del otro, de cómo May tuvo que irse para que el resto compusieran uno de los mejores discos del pop español.

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