Patricia López Arnaiz busca venganza en el Festival de Málaga 2024

Andrea Jaurrieta se revela como una exquisita narradora cinematográfica con ‘Nina’, su segunda película tras ‘Ana de día’
Nina
Patricia López Arnaiz en 'Nina'
BTeam
Nina

“En mi principio está mi fin". Pocos gestos hay tan valientes como el de empezar tu segunda película citando a T. S. Eliot. No es el único riesgo que corre la directora Andrea Jaurrieta (Ana de día), que ha decidido aventurarse en el western en un país en el que el cine raramente se atreve con dicho género y menos cuando viene firmado por una mujer.

Uno espera de una película que arranca con una cita de los Cuatro cuartetos de Eliot una obra de gran pesimismo, pero Jaurrieta acota la desesperanza solo al comienzo del filme y, más concretamente, a la presentación de su personaje protagonista. Nina aparece en pantalla desencajada bajo la lluvia y la cámara la sigue en un largo plano de noche.

Su actitud trae ecos de western (o northern, porque sigue jarreando pero bien), no solo porque Nina saque de su bolso negro una escopeta y se disponga a disparar a un hombre a lo lejos sino porque ese pañuelo rojo que lleva anudado al cuello lleva el sello inconfundible de Joan Crawford en Johnny Guitar.

Como en los buenos western, sabemos poco de Nina cuando aparece en la recepción del hotel (una de esas con timbre de campana) y todo el pueblo la reconoce. Ha vuelto después de años en Madrid, donde supuestamente ha triunfado como actriz en series de televisión. Y, aunque ellos no lo sepan, nosotros sí. Vuelve para vengarse de un hombre.

Hasta aquí, pocas sorpresas depara Nina al que ya conozca la obra de José Ramón Fernández (a su vez una adaptación de La gaviota de Chéjov) que adapta Andrea Jaurrieta. Quizás el mayor hallazgo sea la coincidencia de estrenar un filme sobre el consentimiento sentimental y sexual en estos tiempos que el tema, lamentablemente, acapara las portadas de los periódicos.

Pero ahora entra el cine. Porque Jaurrieta se revela en su segunda película como una exquisita narradora que dispone de todas las herramientas del séptimo arte para contar una historia. Por ejemplo, la banda sonora, una música envolvente que te va atrapando poco a poco según avanza el metraje y que, en sus mejores momentos, recuerda a la de Vértigo, de Bernard Herrmann.

Y también las interpretaciones de los actores. No solo la de Patricia López Arnaiz, actriz que nos ha mal acostumbrado por bordar todos los registros. Suyo y de Aina Picarolo, quien interpreta a Nina de joven, es el mérito de que no chirríe un tono y una puesta en escena poco habitual en nuestro cine. Pero también de ese hombre sobrado de carisma que es Darío Grandinetti o de los actores secundarios Miguel Garcés o Ramón Agirre, absolutamente creíbles en sus papeles, responsables de aterrizar este western en la costa cantábrica.

También hay un uso del simbolismo nada baladí. Como ese color rojo que aparece una y otra vez en el filme. El rojo del pañuelo de Nina. El rojo de su vestido. El rojo del pintalabios y las gafas que usa para vengarse. Y, por supuesto, el rojo de la sangre. Esa que dejan los cazadores furtivos y la que emana del cuerpo de Nina como presagio de ese duelo final inevitable en cualquier western.

Pero donde más brilla Nina es en su juego de elipsis y flashbacks, en su libre viaje de ida y vuelta al ahora y al ayer. Con un montaje que recuerda a veces a los momentos más inspirados de Jean-Marc Vallée introduciendo el pasado en el presente, el uso del sonido para entrar mejor en el flashback, y, mi favorito, ese contraplano que nos devuelve a la Nina de Patricia López Arnaiz cuando veníamos de acompañar a la de Aina Picarolo.

Porque Nina es una niña encerrada en el cuerpo de una adulta. Una mujer atrapada por su pasado que, en sus ansias de venganza, vive simultáneamente en esos dos tiempos. Y eso es lo que logra contarnos tan bien Andrea Jaurrieta.

Ahí suponemos que es donde entra T. S. Eliot y su cita. Un poco antes en Los cuatro cuartetos decía el poeta “El tiempo presente y el tiempo pasado. Acaso estén presentes en el tiempo futuro. Y tal vez al futuro lo contenga el pasado. Si todo tiempo es un presente eterno. Todo tiempo es irredimible”. Pero, nos disculpe Eliot por llevarle la contraria, para redimirlo está el cine. Ahí queda Nina para demostrarlo.

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