Philippe Garrel, el cineasta de culto perseguido por un pasado heroinómano y maniaco-depresivo

El director francés es lo más parecido que existe en el séptimo arte a un poeta maldito.
Philippe Garrel
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Philippe Garrel

Cuatro paredes pintadas de negro, palomas muertas, un armonio y unas cuantas velas, pues no había electricidad. No es una descripción del sepulcro de Nosferatu, sino del ático que Philippe Garrel compartió en París con su adorada Nico. 

Y lo cierto es que gran parte de la filmografía garreliana viene a ser como aquella cueva: bohemia, austera, oscura y melancólica. Ajeno a la narrativa convencional y a las buenas costumbres, este director es lo más parecido que existe en el séptimo arte a un poeta maldito.

De hijo de actor a director

La vocación de Philippe Garrel (París, 1948) se reveló muy pronto. Tenía catorce años y estaba esperando el bus cuando se fijó en un cartel de la película El muelle de las brumas (Marcel Carné, 1938) y pensó: “No soy capaz de actuar, pero sí de decirle a los actores cómo deben actuar, porque soy hijo de un actor”. 

Dicho y hecho, a los quince años dirigió su primer filme, Les enfants désaccordés, donde ya se apreciaba la huella de la Nouvelle Vague. Arranca así una primera etapa llena de cintas experimentales en blanco y negro, con una potente carga simbólica y títulos como Marie pour mémorie (1967), La concentration (1968) o Anémone (1968). 

Así, Garrel se convirtió en un auteur integral que escribía, dirigía, producía y montaba sus propias películas. Este absorbente trabajo no le impidió participar en las revueltas de Mayo del 68, llegando a ser perseguido por la policía por los tejados de París.

Cuando Garrel encontró a Nico

Durante el rodaje de El lecho de la virgen (1969) conoció a Nico, que había sido cantante de la Velvet Underground y actriz de Warhol, Fellini o Minnelli. Enganchados a la heroína, Nico y Garrel se embarcaron en un largo romance artístico y sentimental, que dio como resultado películas tan singulares como La cicatriz interior (1971) o Voyage au jardin des morts (1978). 

Garrel estaba tan colgado con Nico que, cuando iba con ella, se negaba a hablar con muchos hombres porque “tenía pánico a que me la quitaran”. Cuando rompieron, el cineasta se sumió en una profunda depresión y tuvo que ser tratado con electroshock. Superó el bajón, pero no su agridulce visión de las relaciones humanas: “El amor nos hiere, y luego nos salva antes de perdernos de nuevo”.

Garrel post-Nico

A partir de los años ochenta, el estilo de Philippe Garrel se hizo más narrativo y comercial, sin desdeñar ciertos toques abstractos. Paralelamente, su prestigio se disparó, y fue premiado en los festivales de Venecia y Cannes.

En las décadas siguientes, se convirtió en un auténtico tótem del cine indie reivindicado por realizadores como Leos Carax, Gus Van Sant o su propio hijo, Louis Garrel. 

Pese a no ser taquillazos ni muchísimo menos, películas como El corazón fantasma (1996), Salvaje inocencia (2001), Les amants réguliers (2005) o Un verano ardiente (2011) son recibidas como agua de mayo por críticos y cinéfilos. Y es que ya no quedan muchos directores que se dejen el pellejo en cada uno de sus fotogramas. 

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