El marqués español que se convirtió en un icono del cine ridiculizando a la aristocracia

Fue una figura clave del teatro español y se hizo famoso a los 70 años gracias a su papel como Marqués de Leguineche.
Luis Escobar en 'Patrimonio nacional'
Luis Escobar en 'Patrimonio nacional'
Cinemanía
Luis Escobar en 'Patrimonio nacional'

“Yo, con esta cara, no podía hacer de galán . He tenido que esperar a viejo para ser actor”, solía decir con sorna Luis Escobar cuando ya era una estrella de cine. La culpa la tuvo otro Luis, García Berlanga, que no paró hasta convencerlo para que interpretara al marqués de Leguineche en La escopeta nacional (1978), una brillante sátira de las cacerías franquistas. 

Así, a sus 70 primaveras, Escobar dio rienda suelta a su señorial vis cómica con tanto éxito que repitió el papel en las secuelas Patrimonio nacional (1981) y Nacional III (1982). Era el principio de una tardía y singular carrera: la de un aristócrata que saltaba a la gran pantalla para caricaturizar a su propia clase.

Don Luis Escobar Kirkpatrick, marqués de las Marismas del Guadalquivir (Madrid, 1908) estudió Derecho por imperativo familiar y, durante algún tiempo, ejerció el periodismo. En los locos años 20, la lectura de Proust lo llevó a visitar París, donde descubrió su gusto por los muchachos en flor. 

De vuelta en España, se volcó en las artes escénicas: escribió comedias, dirigió teatros, descubrió a Paco Rabal y orquestó obras tan innovadoras como un Don Juan (1949) con escenografía de Dalí. Además, hizo un par de incursiones en el cine, dirigiendo los filmes de culto La canción de la Malibrán (1951) y La honradez de la cerradura (1950), que compitió en Cannes.

Las películas de Luis Escobar

Tras el éxito de la Trilogía Nacional, Escobar le cogió gusto a la cámara: a lo largo de 12 años, actuó en más de 20 películas. Entre ellas, hay joyas como La Sabina (José Luis Borau, 1979) o La colmena (Mario Camus, 1982) y disparates como Las aventuras de Enrique y Ana (Tito Fernández, 1981) o El Cid Cabreador (Angelino Fons, 1983). Pero don Luis está, en todas ellas, inmenso. 

En su vida social, también lidiaba el marqués con contradicciones sin perder la compostura. Tan bohemio como monárquico, era capaz de compaginar las noches golfas de Chicote con recepciones reales, de comer con Jean Cocteau y cenar con Pitita Ridruejo; en su palacete, excéntricos artistas se mezclaban con Grandes de España.

En 1991, se acabó lo que se daba: Luis Escobar murió de un infarto mientras dormía. No pudo acabar de rodar Fuera de juego, de Fernando Fernán Gómez, ni empezar la cuarta película de la saga Leguineche, que nunca se llegó a hacer porque sin él no tenía sentido.

Una década después de su entierro, se publicó En cuerpo y alma, resumen de unas voluminosas memorias (escribía un tomo por año) donde el actor se revela como un implacable crítico cinematográfico, que descalifica a Berlanga por rodar planos demasiado largos, y desprecia El ángel exterminador de Luis Buñuel: “Como todas sus películas, no me gusta nada. Si eso lo llegamos a hacer uno de derechas...”.

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