[Año Berlanga] 'Patrimonio Nacional', el tumultuoso regreso a palacio de los Leguineche

FlixOlé ofrece en su catálogo la segunda parte de la trilogía: tres años después, Berlanga instaló a los protagonistas de ‘La escopeta nacional’ en la madrileña plaza de Cibeles. Y la Villa y Corte nunca volvió a ser la misma
Patrimonio nacional
'Patrimonio nacional'
Cinemanía
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El Padrino II, El Imperio contraataca, Paddington 2… y Patrimonio nacional. Las excepciones demuestran que segundas partes sí que pueden ser buenas. Aunque, en puridad, de acuerdo con su director y Emperador del Cine Austrohúngaro, don Luis García Berlanga, Patrimonio nacional no era una secuela, sino una historia con los mismos personajes.

La escopeta nacional (1978), la cacería más mítica de la historia del cine español, le había descubierto al realizador un nuevo universo. “Conocía bastante bien el mundo ricachón, distinguido, rijoso y esnob de nuestro país y nunca lo ataqué antes por la simple razón de mi atracción hacia la gente modesta”, cuenta en sus impagables memorias recogidas por Jess Franco. Entre todos ellos, destacaba un personaje que no se acababa nunca, el Marqués de Leguineche. Una sorpresa para el actor que lo encarnaba, el polifacético Luis Escobar: “La verdad es que yo no creía que servía para ser actor de cine, si no me hubiera dedicado a esto mucho antes. […] a lo mejor es que llamo la atención, porque como soy tan raro, con esta cara tan larga…”, declaraba el actor a ABC meses antes de su muerte. Tampoco estaba muy convencido de sus dotes interpretativas el propio Berlanga: “Luis nunca había sido actor. Tenía una memoria muy mala […] pero como yo seguía en mis trece de rodar las películas mudas y luego doblarlas una vez terminadas, no me importó, porque sabía que en el momento que estuviera frente a un atril de una sala de doblaje sí que lo haría como debe ser”. Y lo hizo. Vaya si lo hizo. Tanto, que La escopeta nacional fue vista por más de dos millones de espectadores.

Todos querían saber más del Marqués y de su hijo Luis José (José Luis López Vázquez) y, con lo que siempre le costó levantar sus proyectos, no era cosa de despreciar el ofrecimiento de una continuación. A ello que se puso Berlanga con su inseparable guionista Rafael Azcona. Tardaron tres años en sacar a los personajes de su finca y trasladarlos a Madrid –con su vaca, su caballo y sus gallinas–, donde aspiran a convertirse en cortesanos del Rey Juan Carlos. Como Luis Escobar, Marqués de las Marismas del Guadalquivir en la vida real, Berlanga conocía de primera mano a los integrantes de la élite económica en la que se había criado. Sabía de sus cuitas, de sus miserias, de sus hipocresías. Y ellos sabían que lo sabía. 

La escopeta nacional les había olido a cuerno quemado y no estaban dispuestos a participar en una nueva parodia de su clase social. Así que decidieron impedir la filmación negándose a ceder sus palacios. Ni siquiera los públicos. Su colaboradora Sol Carnicero removió Roma con Santiago para lograr que le cedieran el Palacio de Linares, actual sede de la Casa de América sita en la plaza de Cibeles. Pero la Confederación Española de Cajas de Ahorros, presidida por, ejem, el Marqués de Quesada, se negó en redondo a participar en una segunda sátira sobre la decadente aristocracia española. Así que hubo que remover Moncloa con Ferraz y conseguir el apoyo de los gerifaltes del PSOE para filmar en el edificio abandonado.

Las casi nueve semanas en el interior del palacio transcurrieron sin mayor problema… excepto para los técnicos. El encuentro de Berlanga con el director de fotografía Carlos Suárez durante La escopeta nacional había convencido al realizador de las bondades del plano secuencia. Berlanga se quitaba méritos afirmando que “al lado de los de Miklós Jancsó –en referencia al maestro húngaro– eran mierdecillas”. Pero precisamente por eso, porque no se parecían a nada ni a nadie, sus planos secuencia son únicos. Rechazaba los espectaculares movimientos de grúa y ponía la cámara (apodada “la Berlanguita” por su hijo), “a la altura del actor”, al servicio de “la actividad coral de los actores y al movimiento casi obsesivo de las gentes que van y vienen sin ton ni son”.

Expresaban a la perfección ese barullo y ese caos que para el genio valenciano somos los españoles, pero eran un dolor de cabeza a nivel logístico. El director quedó especialmente satisfecho de dos planos secuencia: el de nueve minutos en el que dan la vuelta a todo el palacio (“ricé el rizo”, decía orgulloso); y aquel en el que la familia se prepara para ir a los toros, y entran y salen sin parar de un coche ante la presencia de los inspectores de Hacienda (“fue mi homenaje a Mack Sennett”, la estrella del cine mudo).

La mano de producción llegó hasta donde llegó. Se abrieron las puertas del Palacio de Linares pero, al igual que a sus protagonistas, se les negaron las del Palacio Real. A Berlanga le prohibieron filmar en su interior y la descacharrante escena de Segundo (Luis Ciges) intentado organizar el Mundial de fútbol tuvo que hacerse en la verja de entrada.

La que peor lo pasó fue Mary Santpere, condesa de Santagón y marquesa viuda de Leguineche, que viajaba cada día desde Barcelona, donde tenía función de teatro y muchas veces debía dormir en el propio set… además de tirarse días en un ataúd.

El filme funcionó razonablemente bien, aunque lejos de La escopeta…, con 1.120.000 espectadores. Números suficientes para que, a pesar del aroma de despedida del plano final de Patrimonio nacional, con los Leguineche convertidos en figuras de cera, se produjera una tercera entrega, Nacional III. Eran los años dorados de Berlanga que, con una actividad frenética, dirigía la colección de novela erótica La sonrisa vertical y la Filmoteca Española. Fue al Festival de Cannes, fue a los Oscar, pero era demasiado nacional, demasiado berlanguiana, demasiado española. El franquismo, además, era más risible que esa Transición monárquica que tan entusiasmada tenía al país. Para Berlanga lo de las sagas tampoco tenía mucho sentido: “Ni siquiera el robot dorado y el robot bajito de La guerra de las galaxias se han mantenido a la misma altura que en las primeras entregas”, decía.

Patrimonio Nacional puede verse en FlixOlé dentro de la amplia colección de películas de Luis García Berlanga presentes en su catálogo, siempre con la mejor calidad de imagen y de sonido.

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