Paul Schrader, Robert De Niro y Martin Scorsese: el trío que convirtió Nueva York en el infierno de 'Taxi Driver'

Un guionista atormentado, un director con un pie en la serie B y una estrella en ciernes: así nació el clásico.
Paul Schrader Martin Scorsese y Robert De Niro rodando 'Taxi Driver'.
Paul Schrader Martin Scorsese y Robert De Niro rodando 'Taxi Driver'.
Cinemanía
Paul Schrader Martin Scorsese y Robert De Niro rodando 'Taxi Driver'.

Ahora que Paul Schrader regresa a las pantallas con El maestro jardinero, es el momento de recordar que este abanderado del Nuevo Hollywood está hoy más en forma que nunca en mucho tiempo. Su película con Joel Edgerton es la tercera parte de su llamada 'Trilogía de los oficios', completada por El reverendo (con Ethan Hawke) y El contador de cartas (con Oscar Isaac). Una serie de filmes que exploran, como de costumbre en su autor, el lado más oscuro de EE UU a través de personajes al límite.

Aquellos acostumbrados al schraderismo recalcitrante saben, eso sí, que el director y guionista lleva mucho tiempo aprovechando ocupaciones aparentemente banales para descubrir los abismos de la condición posmoderna. En su filmografía encontramos títulos sobre prostitución masculina (American Gigolo), pero también sobre obreros fabriles (Blue Collar), conductores de ambulancia (Al límite)... y taxistas. Especialmente sobre un taxista en particular. 

Porque, en inglés, "taxista" es Taxi Driver. Así se tituló la película con la que Schrader puso patas arriba el mundo del cine en 1976 junto a dos cómplices de excepción: Martin Scorsese detrás de la cámara, y Robert De Niro dando vida al personaje principal. 

Una historia de sordidez asfixiante, una ciudad al borde de la ruina económica y social, un reparto de excepción en el que también figuraban Cybyll Shepherd, Harvey Keitel y Jodie Foster (interpretando a una niña prostituida), más la banda sonora de un Bernard Hermann (Psicosis) que murió justó después de completarla. Apoyándose en esos factores, el trío nos recordó que, cuando uno la ve a través de un parabrisas, Nueva York se parece mucho al infierno. 

Paul Schrader: el guionista calvinista

Las biografías de Paul Schrader (Grand Rapids, Michigan, 1946) suelen empezar con un hecho sorprendente: uno de los guionistas más aclamados de la historia no entró en un cine hasta los 17 años. Y lo hizo escondidas, además, para ver El profesor chiflado: el hecho de que la magistral comedia de Jerry Lewis le dejase indiferente da bastantes pistas sobre el carácter del sujeto, así como sobre sus futuros trabajos. 

Porque Schrader se había criado en el seno de una familia acaudalada y empeñada, a causa de su fe calvinista, en alejar a sus vástagos de la tentación. Pese a los numerosos tormentos que su religiosidad le causaría en un futuro, el cineasta agradece esa rigidez, asegurando que le ha llevado a disfrutar del cine en términos puramente intelectuales y no sentimentales. 

Pese a una temprana vocación religiosa, Schrader acabó resultando un bandarra de aúpa, rodeado por asechanzas satánicas en forma de armas de fuego, cocaína y alcohol. Y, aunque su contacto con el séptimo arte fue tardío, acabó dedicándose a él con devoción, si bien desde el lado de la crítica: su trabajo más aclamado como escritor fue El estilo trascendental en el cine (1972), ensayo donde ensalzaba las obras de Yasujiro Ozu, Robert Bresson y Carl Theodor Dreyer como modelos de rigor artístico.

Animado por la crítico Pauline Kael, Schrader decidió iniciarse en las labores de guionista. Su primer trabajo estrenado fue Yakuza (1974), escrito junto a Robert Towne (Chinatown) y basado en una idea de su hermano Leonard Schrader. Dirigida por Sydney Pollack y con Robert Mitchum de protagonista, la cinta triunfó atrayendo al público con un tema tan desconocido entonces en Occidente como el crimen organizado japonés. 

Decir que el éxito le sentó mal a Paul Schrader es quedarse muy corto. El flamante guionista iba a todas partes armado con un revólver del 38, y gustaba de vestir una corona de espinas encontrada en un anticuario cuando se sentaba frente a su máquina de escribir para darle forma a su nuevo libreto. Una historia vagamente inspirada en Pickpocket, de su adorado Bresson, y cuyo protagonista pasaba las horas al volante de un taxi. O, en palabras del propio Schrader, de "un ataúd de metal". 

Martin Scorsese: el director ambicioso

A estas alturas, 'Marty' no necesita presentación. Algo mayor que Schrader (nació en 1942) y más italoamericano que los espaguetis con albóndigas, el cineasta había firmado ya la extremadamente indie ¿Quién llama a mi puerta? (1967), la serie B El tren de Berta (1972), el revolucionario noir Malas calles (1973) y Alicia ya no vive aquí (1974), un drama gracias al cual Ellen Burstyn se había llevado un Oscar. Scorsese era, en suma, un director al que había que tener en cuenta. 

Por entonces, aunque hubiera abandonado Nueva York en busca de la gloria en Los Ángeles, 'Marty' estaba bien al tanto del penoso estado en el que se hallaba su ciudad natal. La desindustrialización y sus secuelas, en forma de paro y delincuencia, habían llevado a la 'Gran Manzana' a un estado casi apocalíptico, hasta el punto de que el gobierno del presidente Gerald Ford se negó a un rescate financiero cuando Nueva York se declaró en bancarrota en 1975. 

Con semejante panorama, la ciudad del Hudson era el escenario perfecto para una historia como la que quería contar Schrader, y para su protagonista. Hablamos de Travis Bickle, un veterano de Vietnam cuyo trabajo de taxista nocturno le obliga a recorrer los barrios más peligrosos de la urbe. Enfrentado día tras día a lo peor de la humanidad, y con un estado mental ya de por sí precario, Travis es una bomba a punto de estallar. ¿Qué actor sería capaz de dar vida a semejante espécimen? 

Robert De Niro: el joven gigante

Al igual que Scorsese y Schrader, el De Niro que llegó al plató de Taxi Driver era algo más que una promesa. De hecho, se trataba del nombre más reconocible del trío: había pasado por el cine indie junto a Brian De Palma, había rodado con directores de prestigio (Bernardo Bertolucci le fichó para Novecento tras verle en Malas calles) y había ganado un Oscar por su interpretación del joven Vito Corleone en El padrino II.

Y, sin embargo, Paul Schrader no le veía capacitado para interpretar a Travis Bickle. El guionista había escrito el papel a partir de sus propias vivencias en Nueva York, cuando combatía el insomnio deambulando por la ciudad y entraba más que salía de los cines porno de Times Square. De modo que, aconsejado por Pauline Kael, rechazó a De Niro en favor de un Dustin Hoffman que no estaba para nada por la labor. 

Las cosas cambiaron con la primera conversación entre escritor e intérprete. Durante la charla, De Niro confesó que a veces se sentaba en el edificio de la ONU y fantaseaba con emprenderla a tiros contra los diplomáticos. Animado por ese cóctel de ideaciones homicidas y armas de fuego, Schrader respondió: "Ese revólver era tu talento, el talento que llevabas a cuestas. Si alguna vez tenías la oportunidad de sacarlo y disparar a la gente, todos se darían cuenta de lo importante que eras".

Que De Niro se implicó a fondo con la película lo prueban hechos como que no empleara el peso de su Oscar para subir su caché: el actor se llevó 35.000 dólares por interpretar a Travis, ayudando a mantener Taxi Driver como un proyecto de bajo presupuesto. Asimismo, una buena cantidad de la ropa que luce en sus imágenes se la tomó prestada a Paul Schrader: seguro que eso quiere decir algo...

Nueva York: la ciudad podrida

El rodaje de Taxi Driver en el verano de 1975 fue menos apocalíptico de lo esperable, aunque, pese a todo, tuvo sus complicaciones. Por ejemplo, que las calles fueran un horno, o el hecho de que un conocido de Scorsese llamado Steven Spielberg estuviera arrasando en taquilla con Tiburón. Ese mismo Spielberg a quien los productores amenazaban con poner al frente de la producción si 'Marty' se salía de madre. 

El hecho de que Scorsese abandonara a su pareja, la guionista Sandy Weintraub, por la periodista Julia Cameron (con quien acabaría casándose al año siguiente y divorciándose en 1977) tampoco facilitó las cosas. "Era una cocainómana de dos gramos al día", señala acerca de Cameron una fuente anónima citada por Peter Biskind. Pero, como añade el director de fotografía Michael Chapman, 'Marty' no necesitaba ayuda para su viaje al abismo: "¿Cómo empujas a alguien que ya ha saltado?". 

La que peor lo pasó, en cualquier caso, fue la pobre Cybill Shepherd: su pareja de entonces, Peter Bogdanovich, había contado con ella para Daisy Miller y Por fin el amor, dos tremendos fracasos de taquilla que le habían ganado la reputación de gafe y obligado a rebajar su caché. Para colmo, De Niro se portó como un borde con ella durante todo el rodaje, llamándola "la princesa" y haciéndola de menos constantemente.  

'Bobby' reservaba su caballerosidad para trabajar con Jodie Foster, la entonces 'chica Disney' que habría de escandalizar al mundo en el papel de Iris, una prostituta adolescente cuya degradación precipita el descenso de Travis a la locura. Además de en fuentes literarias como la Sonia de Crimen y castigo, el personaje estaba basado en las conversaciones de Schrader y Scorsese con una joven en condiciones similares a la que el guionista había conocido en un hotel. 

Otro punto álgido del rodaje de Taxi Driver fue la aparición de 'Little Stevie' Prince, un pájaro de cuenta que ejerció como guardaespaldas del director y al que podemos ver en el papel de Easy Andy, el traficante que provee a Travis con un arsenal de armas cortas. Scorsese quedó tan fascinado por el individuo que el convirtió en protagonista de su documental American Boy en 1978. 

La película: triunfo y escándalo

Tras haber cargado con carros y carretas para sacar adelante Taxi Driver sin intromisiones ("¿Pactar, yo? Antes me vuelvo a hacer serie B con Roger Corman"), Scorsese constató que su película dividía a los críticos, con Roger Ebert viniéndose arriba y Leonard Matlin tachándola de "fea e irredimible". La cinta recibió una buena cantidad de premios, entre ellos la Palma de Oro en Cannes, pero sus cuatro nominaciones a los Oscar quedaron en nada ante Rocky y Todos los hombres del presidente.

Pese a esta división de opiniones, y a los problemas con la censura, Taxi Driver no tardó en convertirse en película de culto. El naciente movimiento punk tomó buena nota de sus imágenes, hasta el punto de copiarle el look a De Niro en las escenas en las que este aparece con el pelo afeitado a guisa de cresta. Si había personajes de cine capaces de hacer suyo aquello de "no future" , Travis estaba a la cabeza de la lista.

Pero la repercusión más sorprendente de la película habría de llegar en 1981, cuando John Hinckley Jr. trató de asesinar a Ronald Reagan. Aquejado de esquizofrenia y obsesionado con Jodie Foster, Hinckley afirmó haberse inspirado en Taxi Driver para su atentado. Y, haciéndolo, le dio la razón al eslogan original del filme: "En cada esquina hay un don nadie que sueña con ser alguien". 

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