La saga Fast & Furious puso de manifiesto que Elsa Pataky encajaba en el cine de acción. Tras un tiempo algo perdida para la causa y con la carrera estancada, la actriz vuelve al género y lo hace en el perfil de heroína en Interceptor, película para Netflix en la que es la única que puede impedir el ataque nuclear que destruirá Estados Unidos.
Se trata de una de esas propuestas que abundan en las plataformas y en el mercado doméstico para, en el mejor de los casos, servir de pasatiempo digno y/o aceptable antes del olvido rápido. En este marco constituye una serie B resultona, para nada de saldo o derribo, y genera afinidad si se detectan dicha esencia y el cierto oficio detrás de los detalles formularios articulados por el director Matthew Reilly. Es poca cosa, sí, pero tiene su punto.
Interceptor, producción entre Australia y Estados Unidos, se construye sobre aspectos clásicos y reconocibles como el enfrentamiento a los asaltantes y la evitación de la catástrofe en solitario y en un espacio limitado y aislado. Posee la vistosa particularidad de que se desarrolla en una base interceptora del ejército estadounidense, una plataforma marítima ubicada en un lugar estratégico para ser la última defensa si lanzan misiles desde Rusia.
Pataky encarna a una muy capaz capitana de origen español destinada de nuevo a la base y que justo a su llegada se encuentra con la crítica situación, en la que solo cuenta con la ayuda de un operador de comunicaciones. Como mandan los cánones, el personaje ha sufrido, ya que fue defenestrada después de que denunciara a un general que intentó abusar de ella. El alto cargo cayó pero muchos no la creyeron, con la presión y las acusaciones que surgieron por el fondo existente de machismo y sexismo.
Además de introducir el apunte feminista, el contexto va encaminado a subrayar el carácter luchador de la militar, después materializado en la acción. La española se muestra esforzada e implicada. Aunque asoman lo poco convincente y lo postizo, el perfil arquetípico le pega y le sienta bien.
El antagonismo recae en Luke Bracey, que llamó la atención en La conspiración de noviembre y que tuvo como momento álgido Point Break, el fallido remake de Le llaman Bodhi, pero su trayectoria ya no despegó. Da vida al promotor del ataque desde dentro, un rol que remite a los extremismos internos por la deriva de Estados Unidos, a esos patriotas que quieren que todo arda. No obstante, más allá de esas ideas, lo que le mueve en el fondo es el dinero.
Las peleas cuerpo a cuerpo, en especial la primera con el bruto que porta el ácido sulfúrico, evidencian el rango al que se adscribe Interceptor, por cierto con Chris Hemsworth, Thor y marido de Pataky, en la producción ejecutiva y que no resiste a la tentación de ofrecer un simpático y excéntrico cameo. Sin embargo, como se ha indicado, el filme es de los salvables y que entretienen si en el espectador se activa la afinidad.
A ella contribuye por ejemplo la modulación de los momentos centrados en las conversaciones y la tensión entre la protagonista y el enemigo, separados por las puertas protectoras que los soldados traidores intentan derribar para acceder a la sala de control de la base.
Interceptor decae de manera acusada en el último tercio, lo que no impide que se reponga en la resolución, justo cuando comienza el tramo de acción imposible resaltado en el tráiler y el cartel (sí, el de los saltos con una mano). También satisface el cierre con el submarino ruso antes de que aparezcan los helicópteros de los SEALS. El epílogo feliz, ya desechable, exhibe parte de la cuota de convencionalidad.
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