'El Pentavirato': la burla de Mike Myers a las teorías de la conspiración que casi nadie verá en Netflix

Los miembros del Pentavirato
Los miembros del Pentavirato
(Netflix)
Los miembros del Pentavirato

El variopinto terreno de las teorías de la conspiración alberga de todo. No pocas consideraciones suenan a absolutos dislates, si bien también hay otras que no son tan descabelladas como parecen a simple vista, sobre todo si se atiende a la continua deriva de estos tiempos. Un mundo del que se burla el cómico Mike Myers en El Pentavirato, su creación para Netflix, al partir de una de las teorías que más resonancia atesoran, la de las organizaciones secretas que manejan los hilos del mundo en la sombra. La broma al respecto reside en que, sí, efectivamente detrás de todo figura una logia que sin embargo no busca el mal sino que se guía por el bien.

La serie, compuesta por seis capítulos con una duración de entre 20 y 30 minutos, todos ellos dirigidos por Tim Kirkby, es puro Mike Myers para lo bueno y lo malo. Su inconfundible estilo, simbolizado en lo que desplegó en la trilogía Austin Powers (con la reivindicable segunda entrega al frente) se reconoce en su gusto por interpretar a múltiples personajes, con el látex, la excentricidad y los cambios de acento como rasgo común, en los juegos de palabras, en los chistes sexuales y en su querencia por lo zafio y escatológico así como por lo delirante, vertiente tendente a lo irregular.

El Pentavirato descoloca de primeras, aunque a la vez se percibe que tiene su punto, de ahí que si existe predisposición acaba por ganar (con sus defectos). Constituye una rareza tan desigual como curiosa. El aspecto formal, en el que los detalles atrayentes y extraños conviven con cromas de los que cantan (todo apunta a que plasmados así con toda la intención), contribuye a la singular sensación suscitada.

Mike Myers, como Ken Scarborough en 'El Pentavirato'
Mike Myers, como Ken Scarborough en 'El Pentavirato'
(Netflix)

En ningún momento oculta que se construye sobre una ocurrencia y una broma. No la lleva hasta los límites deseados, y de hecho se apaga antes de hora, pero disemina buenas ideas. Sus características hacen pensar en la política de contenidos de Netflix. A pesar de que se agradece la apuesta por la libertad creativa, no deja de desconcertar que la plataforma dé luz verde a una producción destinada a ser muy poco vista. Aunque genere afinidad entre los que entienden y valoran sus resortes cómicos, su mera existencia explica muchas cosas sobre Netflix.

Myers interpreta a cuatro de los miembros del Pentavirato, un lord británico de edad avanzada (su rostro hace pensar en el siniestro especulador George Soros, pero los tiros no van por ahí), un magnate australiano de los medios de comunicación, un peculiar ruso estilo Rasputín y el mánager musical de Alice Cooper. También encarna a Ken Scarborough, protagonista y eje narrativo, un veterano reportero local de Toronto en busca de un tema impactante que le salve del despido y de la jubilación, un buen hombre mediante el que el humorista canaliza mofas en el fondo cariñosas acerca de Canadá, su país de origen.

Otros de sus papeles son el del conspiranoico que guía a Ken y a su compañera (el personaje paródico mejor perfilado), el de un integrante asesinado del Pentavirato, creador de la inteligencia artificial en la que se apoya la organización, y el de Rex Smith, un extremista estadounidense tipo Alex Jones.

En el reparto aparecen Debi Mazar, a la que agrada volver a ver y que da vida a la noble, inteligente y entregada secretaria de la logia, Keegan-Michael Key, el último reclutado por la causa secreta (un físico nuclear elegido para frenar el cambio climático), Ken Jeong (desatado como acostumbra) y Jennifer Saunders, irreconocible como el maestre de Dubrovnik, cuna espiritual del Pentavirato. Nombres a los hay que sumar las pequeñas colaboraciones de Rob Lowe y de Jeremy Irons, este último el narrador del opening explicativo de cada capítulo, que depara gags divertidos y más que inspirados.

Tampoco pasan desapercibidos los chistes a costa de Netflix al señalar la (falsa) censura ejecutada por la plataforma por los excesos de Myers, entre los que llama la atención el de los pixelados de penes y salchichas en la escena de la orgía en el episodio final. Si hablamos de genialidad delirante, el mejor momento al respecto es el del detalle metacinematográfico con Shrek en el cuarto capítulo (Myers prestó su voz al ogro verde).

La simbología

Mike Myers, en su serie 'El Pentavirato'
Mike Myers, en su serie 'El Pentavirato'
(Netflix)

En cuanto al tema de las conspiraciones, en la serie está muy presente la simbología, reflejada en primer término en los triángulos y en el ojo que todo lo ve. No faltan los rituales y los protocolos (eso sí, aquí nada satánico) y la alusión expresa al Foro de Davos en el que se reúnen las elites mundiales. La cita descrita es la de Meadows, de la que se resalta que es como Davos “pero secreta y con orgía”.

Dentro de que retiene la curiosidad, El Pentavirato decae en los dos últimos capítulos, especialmente en el de cierre. Lo descafeinado se debe a lo cándido y lo inocente del discurso articulado en la resolución, incluso algunos dirían que demasiado plegado al sistema, en cuanto a que entre los líderes y gobernantes predominen los buenos, aunque por supuesto haya malos (ahí está la conspiración dentro del Pentavirato). El hecho de que ante la tentadora propuesta del villano se vayan casi todos los invitados ilustres (entre los pocos que se quedan figura Putin, por cierto), como que chirría.

Por ello entrañan mayor interés los argumentos con los que el antagonista desarma al conspiranoico (ojo a la frase “no hay nadie más, solo vosotros”) y las referencias al mal uso de Internet, a la desinformación, a la deriva de los medios (los clics…), a la estupidez general de estos tiempos, a la masa narcotizada y a la cuestión de cuál es la verdad.

Como apunte final, si en lugar de apostar por la versión original uno se decanta por la española, el encargado de doblar a los personajes de Mike Myers es el gran Alberto Mieza. Una elección de primeras chocante pero que tiene su sentido.

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