Eduardo Noriega, 25 años desde su debut en 'Tesis'

El actor estrena el whodunnit francés 'Los traductores' . Repasamos su filmografía con él y Carlos Montero, Amenábar y Mateo Gil, los amigos que lo lanzaron al estrellato
Eduardo Noriega
Eduardo Noriega
Abraham García Blázquez
Eduardo Noriega

Hay muchos actores que hablan de sí mismos y pocos que hablen de los demás. Eduardo Noriega (Santander, 1973) es uno de ellos y basta con seguirle en Twitter para darse cuenta. El Timeline de @Norihouse rebosa cinefilia ya desde su avatar, un guiño al personaje de Malcolm McDowell en La naranja mecánica. Pero si uno retrocede en sus tuits puede encontrar desde hilos de películas de los años 70 a posts de actores y actrices españoles hasta una lista de las 101 mejores películas del cine español. Esto no deja de ser curioso, ya que él forma parte de esa historia desde que en 1996 Tesis se convirtiese en un hito.

Estos días el actor está de promoción porque estrena Los traductores, un whodunnit dirigido por Régis Roinsard en el que comparte reparto con Lambert Wilson, Olga Kurylenko, Riccardo Scamarcio o Sidse Babett Knudsen. Él y el resto de compañeros interpretan a unos traductores contratados para traducir el último libro de una trilogía que se ha convertido en un bestseller mundial, un argumento que, como dice Noriega, “solo podría ser una película en Francia”.

No es la primera vez que trabaja en el país galo –Mon Ange (2004), Gigola (2010) o La bella y la bestia (2014)– y, como buen cinéfilo, profesa hacia nuestros vecinos una admiración sincera. “Tenemos mucho que imitar de los franceses. Su tejido industrial, su capacidad de exhibición y promoción en todo el mundo… El espectador francés tiene una admiración hacia los profesionales de la cultura que es muy envidiable –opina–. Se separan las opiniones de los creadores de la admiración que existe por su arte. Aquí estamos a la gresca y hacemos boicot por lo que haya dicho tal actor o director. Somos muy viscerales y cada vez estamos más polarizados, desgraciadamente”.

Eduardo Noriega en 'Los traductores'
Eduardo Noriega en 'Los traductores'
Flins y Piniculas

Y, en general, se lamenta el actor, "el cine español actual se desprecia y no se considera cultura, porque ha habido una campaña de los medios de comunicación muy machacona”. Por eso, le explico, me sorprendió mucho cuando en CINEMANÍA publicamos un reportaje de los 25 años de Tesis, y la respuesta de los lectores fue abrumadora por entusiasta. “Tesis es una película mitificada con razón –responde sonriente–. Fue una película muy importante para el cine español. La irrupción de Alejandro Amenábar tan joven, escribiendo, dirigiendo, componiendo la música... Ha sido un fenómeno para el cine español pero también para el cine mundial. Porque a cada lugar del mundo al que voy me siguen recordando Tesis”.

Cuando le preguntamos a Eduardo Noriega por el momento más importante de su carrera no duda ni un segundo. No menciona a Arnold Schwarzenegger, con quien trabajó en El último desafío o su reciente explosión internacional en Netflix (Hache). No. El momento que cambió su vida ocurrió hace casi 30 años y fue su encuentro con Alejandro Amenábar, Mateo Gil y Carlos Montero. “Me voy a quedar con ese momento, esos cortos en vídeo que hacíamos sin remunerar, en los que éramos cinco de equipo pero nos lo tomábamos muy en serio como si fuésemos profesionales porque queríamos dedicarnos a esto –recuerda–. De hecho, todo mi afán ahora es intentar mantener ese entusiasmo que teníamos”.

En los 90, unos veinteañeros Alejandro Amenábar, Mateo Gil y Carlos Montero compartían piso en San Vicente Ferrer (Malasaña). Los tres estudiaban en la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense y no habían tardado mucho en darse cuenta de que si querían hacer cine tendría que ser por su cuenta. Así que habían empezado a hacer cortometrajes. Mateo Gil solía operar la cámara y Alejandro Amenábar, hacía el sonido, el montaje y la música.

“Eran cortos muy caseros. Los hacíamos entre cuatro o cinco personas pero nos los tomábamos muy en serio”, recuerda Gil sobre aquellos inicios. “El cine nos parecía una cosa lejana, de otro planeta. Pero cuando trabajas en la industria y echas la vista atrás, te das cuenta de que aquello era muy genuino”.

Himenoptero
Himenoptero
Alejandro Amenábar

Para su primer corto, En casa de Diego (1993), Carlos Montero puso un anuncio en la facultad y en la RESAD buscando un actor. “Eduardo se presentó al casting y nada más verlo supe que era él”, recuerda el creador de Física o Química o Élite. “Tenía una mirada que lo decía todo. Además, tenía esa cosa de chico de Santander, de chico elegante. Aunque era un crío tenía mucho aplomo. Era como si fuese un estudiante de derecho". Mateo Gil también recuerda aquel primer encuentro: "Tenía una presencia arrolladora y los tres nos quedamos prendados de él. Se comía la pantalla".

En el rodaje de aquel corto, Amenábar, que estaba haciendo el sonido, se acercó a Eduardo y le preguntó si quería leer un guion que había escrito. “Y también me ofreció ver un corto que había hecho –recuerda el actor–. Cogió la cámara de Hi8, metió la cinta del corto y yo con el visor y unos auriculares, me puse así, inclinado y torcido, a ver Himenóptero, que además era un corto que duraba 40 minutos. Me quedé pegado y no me despegué en los 40 minutos. Pensé que, fuese como fuese el guion, quería trabajar con aquel tío”.

No fue el único. El director José Luis Cuerda también quedó impresionado con Himenóptero y le propuso a Amenábar producirle aquel guion que había leído Noriega, Tesis. Mientras tanto, el actor había protagonizado otros cortos de la pandilla, Soñé que te mataba (1994), de Mateo Gil, y Luna (1995), de Amenábar.

"Al haber trabajado con él en varios cortos confiaba plenamente en su talento", nos cuenta el director de Tesis, que pensó en Noriega como primera opción para interpretar a Bosco, uno de los psicópatas más encantadores que ha dado el cine español. “Era además una cara nueva en el cine español y eso siempre se agradece. Después de Tesis no dudé en ofrecerle mi segunda película, y por supuesto no fui el único”, añade Amenábar.

Bosco supuso un antes y un después en la vida de Eduardo Noriega. ¿Quién no recuerda con los pelos de punta ese plano acercándose a su cogote en el comedor de la facultad? ¿Y esa mirada penetrante a Ana Torrent después de pegarle un morreo a la novia a la que había estado mirando por el visor de una sospechosa Sony xt-500?

Eduardo Noriega
Eduardo Noriega
Flixolé

“Creo que los personajes fuertes en películas de éxito determinan una carrera. Hay muchos personajes de los que me han ofrecido a lo largo de mi carrera que están influidos por Bosco. El que piensa en mí para un papel piensa en aquel psicópata con una sonrisa, de aspecto amable y educado pero con un fondo oscuro", reflexiona Noriega.

Lo extraño es que un personaje así y en una película tan exitosa no le hubiese marcado. A pesar de ser una ópera prima, Tesis fue nominada a ocho premios Goya y ganó siete, incluidos los de mejor película, mejor director novel y mejor guion original. Llegó a 854.933 espectadores y cambió la percepción del público sobre el cine español.

Todo ello permitió que Amenábar se lanzase a su segunda película, Abre los ojos, de nuevo coescrita con Mateo Gil y con la dupla Noriega y Fele Martínez como protagonistas. “Para mí hubo un salto de responsabilidad. Amenábar había escrito el guion para mí y rodamos un año antes la secuencia de la Gran Vía, que me atornillaba a la película. Recuerdo esos meses de tranquilidad sabiendo que iba a rodar la película seguro. ¡Y qué película! Fue un comienzo espectacular", recuerda el actor.

Antes de terminar los años 90, Noriega rodó la comedia Cha cha chá (Antonio del Real) y La fuente amarilla (Miguel Santesmases), pero no se olvidó de sus amigos. En el 98 protagonizó Allanamiento de morada, estupendo corto autobiográfico de Mateo Gil en el que interpretaba a un vendedor de enciclopedias capaz de arruinarte en el salón de tu propia casa. De hecho, nos cuenta el director, su intención era interpretar el papel él mismo, tirando de su experiencia como comercial. "Me convenció Eduardo de que él podía hacer ese personaje y se lo agradezco mucho porque está estupendo”.

Mateo Gil considera que Eduardo Noriega y él han ido aprendiendo a hacer cine juntos. El actor protagonizó su ópera prima Nadie conoce a nadie, en la que Gil se apoyó mucho en el intérprete, y 10 años después, Blackthorn: Sin destino, western coprotagonizado con Sam Shepard. “En esos 10 años habíamos madurado muchísimo. Él había rodado mucho cine y éramos otras personas. El rodaje fue duro, era de los primeros que rodábamos en inglés y eso suponía una dificultad extra. Pero tengo la sensación de que rodar en inglés le vino muy bien a Eduardo, porque le hizo entrar en el personaje de una manera muy distinta”.

En esa década, Noriega había rodado Plata quemada (Marcelo Piñeyro, 2000), El espinazo del diablo (Guillermo del Toro, 2001), Guerreros (Daniel Calparsoro, 2002), El lobo (Miguel Courtois, 2004), El método (Marcelo Piñeyro, 2005) o Petit indie, de Marc Recha, cuyo guion entusiasmó tanto al actor que llegó incluso a buscar productor.

Fue en esos años en los que el actor empezó a trabajar fuera. “Por suerte, a lo largo de mi carrera he podido trabajar en México, Argentina, en República Dominicana, en EE UU y también en Francia. La verdad es que sin este trabajo que he hecho fuera de España hubiese tenido lagunas de trabajo tremendas”, explica el actor al que últimamente hemos visto sobre todo en series, desde Inés del alma mía a Hache.

“Se ha tomado muy en serio su carrera y se ha atrevido a rodar fuera –reflexiona Carlos Montero de su amigo–. Ha tenido golpes de suerte pero también se ha labrado una carrera con esfuerzo. Yo siempre pensé que iba a tener una madurez como actor muy interesante”.

Serio, responsable, trabajador y amable en los rodajes. Así lo describen los amigos que lo lanzaron al estrellato. “Eduardo es muy intuitivo y muy natural. Necesita entender a fondo el personaje. Es muy elegante y aunque han pasado los años sigo percibiéndolo como un auténtico galán, lo veo guapísimo. Debe de ser amor de madre...”, concluye Alejandro Amenábar.

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