Las grandes películas engendran grandes leyendas. Una de las más conocidas sobre Tiburón, estrenada en diciembre de 1975 en España, habla de la inseguridad que Spielberg sentía hacia el monstruo mecánico que habían ensamblado para aterrorizar al pueblo de Amity.
Si lo mostraba demasiado, corría el riesgo de que el público advirtiese que aquello no era más que un trozo de chatarra con dientes, así que le pidió consejo a sus productores. ¿Sería un problema si, después de todo lo que habían invertido en el trasto, sólo lo enseñaba de refilón? Sus jefes lo tranquilizaron: “Tu película no trata sobre un tiburón. Tu película trata sobre no saber dónde está ese tiburón”.
Este lema ha sido el ingrediente secreto de algunas de las películas de terror más celebradas: Nunca vemos al hijo de Rosemary en La semilla del diablo (¿cómo serán esos ojos que han aterrorizado a la madre? ¿y sus pies y manos?) ni la transformación de Irena en felino en La mujer pantera, aunque un juego de sombras y la huella de unos pies femeninos que, de repente, se convierten en garras es mucho más eficaz. Tampoco sabremos nunca qué acechaba, entre los árboles, a los documentalistas de El proyecto de la bruja de Blair.
El terror se alimenta de la incertidumbre: es el espectador el que nutre y llena los vacíos creados por el cineasta con pesadillas a su propia medida. Por eso mismo, Lovecraft nunca describía a sus criaturas, haciendo que fuese el lector el que les diese forma. Y es justo aquí donde Bird Box Barcelona patina.
¡No me lo expliques!
Hacer una secuela de una película de terror debería considerarse deporte de riesgo. Pocos son los títulos que han salido con vida del intento, y menos aún los que pueden considerarse dignos o incluso superiores a su predecesor. No parece que Bird Box Barcelona, continuación española de A ciegas (2018), vaya a pertenecer a este segundo grupo.
La película original, protagonizada por Sandra Bullock, nos sumergía en un mundo misterioso y sombrío, en el que una madre y sus dos hijos recorren un río en canoa con los ojos tapados para librarse de una criatura que induce a la población al suicidio.
Como si fuésemos en la barca junto a Bullock y sus hijos, los espectadores tampoco vemos a esta presencia sobrenatural, aunque la suponemos cerca, aproximándose y dispuesta a atacar. A ciegas, como Tiburón, no trata sobre un monstruo, sino sobre no saber dónde está ese monstruo ni por qué quiere hacernos daño.
En cambio, en Bird Box Barcelona, no nos hace falta ver a la criatura, pues el enigma que la rodeaba se desvanece a fuerza de explicarnos qué es y cuál es su misión. En un intento por estirar A ciegas y convertirla en franquicia, Netflix se enjaula en teorías y exposiciones que sólo contribuyen a llenar los vacíos que la primera película había dejado, y a los que debía la mayor parte de su atractivo.
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