El lado más tierno de Anthony Hopkins: de ser el temido Hannibal a bailar en TikTok

Con dos Óscar en su vitrina y una venerable carrera tras de sí, Anthony Hopkins triunfa en las redes sociales con sus vídeos y, en los cines, con sus películas. Pero la vida del actor no siempre fue feliz.
Anthony Hopkins baila merengue
Anthony Hopkins baila merengue
Cinemanía
Anthony Hopkins baila merengue

El joven Anthony no fue un niño feliz. Afectado por la dislexia y un principio de Asperger, Hopkins solía distraerse en las clases: sentado en el fondo del aula, no era capaz de seguir las lecciones de los profesores y, ensimismado, volvía su mirada hacia las humeantes fábricas de Port Talbot, la ciudad galesa en la que se había criado y de la que puede que nunca llegase a salir. Pero Richard Burton lo consiguió. Así que él también tenía una oportunidad.

Sus compañeros se reían de él y lo acosaban mientras los maestros miraban hacia otro lado. Nadie tenía esperanzas en el niño Hopkins, más diestro frente al teclado de un piano que tras un pupitre. “Me prometí que sería rico y famoso”, dijo Anthony Hopkins en una entrevista a Variety. “Y lo he conseguido”.

“De repente, un día me encontré en un taller aficionado de teatro. ¿Qué coño hago aquí?”, recordaba en otra entrevista, esta vez para Mail Online. Corría el año 1947. Veinte años después, Hopkins ya estaría sobre las tablas del Teatro Nacional Británico. Sir Laurence Olivier había señalado al chico solitario y del que nadie esperaba nada como a su sustituto.

Al legendario actor británico lo volvería a reemplazar Hopkins más tarde, y sólo en voz. En 1991, alguien encontró un tesoro en los almacenes de Universal: La escena de Espartaco en la que Olivier habla con Tony Curtis sobre comer caracoles y ostras, y que la censura estadounidense había eliminado por sus connotaciones homosexuales.

Gran parte de sus películas contienen escenas relevantes que tienen lugar en el baño. En 'Espartaco' (1960) emblemática es la escena en la que Cayo (Laurence Olivier) le pregunta a su esclavo (Tony Curtis) por sus preferencias sexuales ("¿Ostras o caracoles"?). Fue censurada en el momento de su estreno.
La escena de Espartaco en la que Cayo (Laurence Olivier) le pregunta a su esclavo (Tony Curtis) por sus preferencias sexuales ("¿Ostras o caracoles"?).
Warner Bros

La copia estaba muy estropeada y apenas se escuchaba a Tony Curtis ni a Olivier, de forma que el primero tuvo que doblarse a sí mismo. Olivier, en cambio, había muerto dos años antes. Su viuda, Joan Plowright, solucionó el problema, al acordarse de que Hopkins, en los viejos tiempos del teatro, era capaz de imitar a la perfección la voz de su marido.

El nuevo rey de Gales

En los 90, el niño de Port Talbot se había transformado en uno de los intérpretes más respetados de Hollywood. Con cincuenta años de edad y más de veinte de experiencia frente a una cámara, Hopkins había actuado para David Lynch en El hombre elefante (1980) y había tenido una relación epistolar con Anne Bancroft en La carta final (1987). Pero le faltaba un gran papel en el que verter todo su talento y sellar, de paso, su pasaporte a la posteridad. 

Anthony Hopkins en 'El silencio de los corderos'
Anthony Hopkins en 'El silencio de los corderos'
Cinemanía

Y el papel llegó: Cuando todo parecía cerrado para que Gene Hackman interpretase a Hannibal Lecter, el actor rompió su contrato y el doctor caníbal volvió a estar en el mercado. No por mucho tiempo: Hopkins le prestó su rostro y sus ojos sin párpados a Hannibal y este, a cambio, le concedió un Óscar. Richard Burton, el eximio hijo de Port Talbot, nunca ganó uno a pesar de ser nominado siete veces, pero Hopkins lo había conseguido a la primera. Gales tenía un nuevo rey. 

De bailar sobre la tumba de sus enemigos, a bailar en Tiktok

El silencio de los corderos llevó a Hopkins a actuar para Spielberg y Coppola, a interpretar a Nixon y a Benedicto XVI y ser candidato a cinco premios Óscar más. En 2020, ganó su segunda estatuilla por El padre: Hopkins no se encontraba en el Dolby Theatre cuando se pronunció su nombre, sino en Gales, desde donde envió, a la mañana siguiente, un vídeo en agradecimiento por el premio. 

El actor, que dijo en una entrevista que de niño juró que, cuando lograse ser una estrella, “bailaría sobre la tumba de los que se habían burlado de mí”, ha acabado bailando en TikTok y Twitter, redes sociales a las que sube, de cuando en cuando, un simpático vídeo de él bailando a ritmo de Leonard Cohen o tocando el piano. 

Hopkins, por cierto, nunca dejó de lado su talento para la música y, en 2012, el célebre director de orquesta André Rieu interpretó en Maastricht “and the waltz goes on”, un valls compuesto por Hopkins, que se encontraba entre el público.

En uno de los vídeos que Hopkins comparte en sus redes sociales, se lo ve danzando en un verde prado galés ante la mirada atónita de su entrenador, que intentaba practicar boxeo con él. “Prefiero bailar a pelear”, se excusa el actor que, meses antes, había definido la venganza como el gran motor de su vida.

El fondo de pantalla del móvil de Anthony Hopkins es una fotografía del niño solitario que fue, hace décadas, en Port Talbot. “La tengo ahí para recordarme de dónde vengo”, explicó en una entrevista. “Porque yo aún soy ese niño”.

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