Analizando el Encanto: cómo 'No se habla de Bruno' se convirtió en el nuevo 'Let it Go'

El éxito de esta canción coral ha revitalizado el fenómeno de la película de Disney.
Fotogramas de 'Encanto' y 'Frozen'
Fotogramas de 'Encanto' y 'Frozen'
Disney
Fotogramas de 'Encanto' y 'Frozen'

[ESTE ARTÍCULO CONTIENE SPOILERS DE ENCANTO]

“¡Silenzio Bruno!”. La frase de los protagonistas de Luca tenía ecos proféticos. La película de Pixar se estrenó directamente en Disney+ en el verano de 2021 (engrosando una desconcertante costumbre continuada con Red) y, aunque gustó, se quedó lejos del revuelo de Encanto

Producción de Walt Disney Animation adscrita al musical en el que a la Casa del Ratón gusta de incurrir a cada tanto, cuya banda sonora es una obsesión para el mundo. Muy especialmente uno de sus cortes, We Don’t Talk About Bruno. “No se habla de Bruno”, en su doblaje al español.

La coincidencia con Luca va más allá de ahí, puesto que al igual que pasó con el film de Enrico Casarosa su vida se vio constreñida al streaming. Es decir, Encanto sí tuvo estreno en cines (el 26 de noviembre de 2021), pero lo hizo dentro de una estrategia que pasaba por acortar su exhibición en esta ventana, con la idea de llevarla a Disney+ menos de un mes después.

A las Navidades sucesivas se unió al catálogo Encanto (acompañado de una promoción que no disfrutó durante su paso por salas, entre cartelería y lanzamiento de featurettes), y ha sido en este seno donde se ha materializado el fenómeno Bruno.

Uno que no conoce fronteras. La banda sonora de Lin-Manuel Miranda se coló en el nº1 del top Billboard 200, y No se habla de Bruno, en solitario, consumó un triunfo aún más sorprendente. 

El tema acumuló 29 millones de reproducciones y 8.000 descargas solo en EE.UU., lo que le hace ostentar el puesto nº4 del top y superar a la canción más exitosa de Disney en el siglo XXI. Sí, nos referimos a Let it Go ("Suéltalo"), extraída del tracklist de Frozen. El reino de hielo hace ya ocho años. 

¿Qué significa esto?

Recapitulemos. La victoria de Bruno sobre Let it Go (una canción tan escuchada en su momento que muchos recordamos aquellos meses de 2013 como flashbacks de Vietnam) se complementa con el éxito global de la banda sonora, que Disney no repetía desde Frozen 2 en 2019. 

Pero centrándonos en el single como tal, para toparnos con un éxito así hemos de remitirnos a la década de los 90, hace 26 años nada menos. En el 95 Colores en el viento, extraída en Pocahontas, ostentó igualmente el cuarto puesto, y un año antes hizo lo propio Es la noche del amor de El rey león, compuesta por Elton John.

Hablamos de logros tan contundentes que no viene mal analizar el tema, y comprender qué ha visto en él tantísima gente. Una fama que se puede calibrar con un mero vistazo a TikTok, donde se colgaron decenas de vídeos con coreografías inspiradas en Bruno o vídeos que lo utilizan de acompañamiento. Porque, ante todo, la canción es un meme.

Es quizá el elemento fundamental. No solo lo pegadiza qye es, sino la forma de ser pegadiza, con ese “no” conectado a la última sílaba del nombre repitiéndose indefinidamente. El estribillo tiene una traslación  fácil a casi cualquier idioma (algo más relevante de lo que parece, pues se han registrado múltiples quejas por lo incomprensibles que son las canciones de Encanto a su adaptación al español), y una curiosa retroalimentación con el mismo guion de la película. Originalmente, el hermano apestado de la familia Madrigal se llamaba Óscar.

La trama de Encanto cuenta cómo Mirabel, único miembro de su familia sin don, intenta salvar la casa donde viven en las montañas de Colombia indagando en su pasado, y en las razones que empujaron a Bruno al exilio. Doblado por John Leguizamo, Bruno es desde el principio una presencia fantasmagórica, que precisaba de una canción al estilo de los villanos Disney.

Pero a Miranda se le ocurrió una idea rompedora: que el tema no estuviera cantado por el villano como es habitual (¿alguien ha dicho Preparaos o Pobres almas en desgracia), sino que fuera interpretada por la gente que lo conoció. Más o menos.

Lin-Manuel Miranda
Lin-Manuel Miranda

Byron Howard, director de Encanto junto a Jared Bush y Charice Castro Smith, recordaba cómo nació Bruno. Miranda se empeñó desde el principio en que ese debía ser el nombre del supuesto villano y no Óscar, y así se lo hizo saber durante un chat de vídeo que debía servir de brainstorming para las canciones de la película. 

Miranda ya traía en mente una melodía inspirada en el montuno, una género de música cubana. “Lin nos miró y dijo ‘debería ser una historia de fantasmas, como un montuno siniestro’. Se puso al teclado y tocó los tres primeros acordes. Le vimos armarla y componerla en ese mismo momento. Nunca me había pasado eso”, explicaba Howard.

Como ocurre en el resto de canciones de Encanto (y, en general, en toda la trayectoria de Miranda), este compositor de ascendencia puertorriqueña acostumbra a combinar diversos estilos de música, comunicándolos a través del hip hop

El tracklist de Encanto es sintomático en ese sentido, pero centrándonos en Bruno nos topamos con un amasijo heterogéneo incluso para lo que suele hacer. “Todo el mundo canta la misma progresión de acordes con un ritmo y cadencia distinta”, cuenta el propio Miranda en un making of publicado en YouTube. “Es una forma perfecta de conocer a la familia”.

Porque ahí radica una de las claves: Bruno es una canción coral. Y, comparándolo con los anteriores hits de Disney, una canción coral de lo más extravagante. 

Todos mienten, todos dicen la verdad

Miranda no es el único responsable de la bso de Encanto, pues Germaine Franco se encargó de la música incidental. El exultante recorrido de este álbum por Spotify y todos los tops que se le antojen viene igualmente apadrinado por artistas como Carlos Vives o Sebastián Yatra (intérpretes de Colombia, mi encanto y la ganadora del Oscar Dos oruguitas, respectivamente), y obedece a un cuidadoso examen de la cultura colombiana. Hay que destacar que el cantante colombiano Maluma interpreta a Mariano, el pretendiente de Isabela, pero estos no dejan de ser aspectos anecdóticos. Lo fundamental es centrarse en la partitura.

Allá por 2005, Lin-Manuel Miranda triunfó con In the heights, que en 2021 (junto a aproximadamente otras veinte películas con las que Miranda había tenido algo que ver) dio el salto al cine como En un barrio de Nueva York. In the heights reflejaba todas las inquietudes del compositor a la hora de desarrollar un corpus sonoro que albergara expresiones muy variadas de música latina. 

Este musical, centrado en el día a día del barrio neoyorquino de Washington Heights (habitado casi íntegramente por inmigrantes o descendientes de inmigrantes), ofrecía una oportunidad excelente para jugar con los géneros. El rap, así, se fusionaba con la salsa, y Miranda creaba un sonido único y novedoso.

Hamilton dobló la apuesta (el hip hop dialogando con estilos más comerciales), y en Encanto nos hemos topado con un perfeccionamiento que, si bien no tan idiosincrático como lo escuchado en In the heights, posee un atractivo indudable. 

Las sofisticadas letras de Miranda, llenas de juegos de palabras y apuntes narrativos que enriquecen las vivencias de sus personajes (e invitan a escucharlas varias veces para sopesar su alcance) coexisten con instrumentaciones propias e irrupciones de géneros típicos de Colombia como el vallenato o, desde luego, la cumbia.

El mayor ejemplo es Colombia, mi encanto, pero Bruno también posee dejes, confundidos en una composición de tal complejidad que llega a sorprender su gran aceptación por parte del público. 

Más allá del estribillo, Bruno exhibe una elaborada articulación que cabría definir como arquitectónica: cada personaje canta en un tono distinto, incluso (como en el caso de Isabela) con unos acordes distintos, hasta que todo estalla en un clímax polifónico muy al estilo de Broadway que en musicales animados no habíamos visto… posiblemente nunca.

Las partes de cada Madrigal se amontonan en los compases finales, no solo acentuando emocionalmente el descubrimiento de Mirabel (que, a partir de las profecías de su tío ausente, cree confirmar que la familia está en peligro por su culpa) sino llevando la temática de la canción a una explosión abigarrada. 

Es un detalle que puede pasar desapercibido a la hora de estudiar por qué una canción lo peta, pero no hay que olvidar que Let it Go triunfó, además de por la melodía, gracias a una letra empoderante predispuesta a que el colectivo de turno se la apropiara.

Mirabel tampoco se esperaba el éxito de la canción
Mirabel tampoco se esperaba el éxito de la canción
Disney

Lo justo es, pues, ver cómo rinde Bruno en este ámbito. El resultado es sorprendente. Más allá de lo que apuntábamos antes de cómo le da una vuelta de tuerca a la típica tonadilla villanesca, Bruno es una canción rabiosamente subjetiva. 

Miranda quería un número donde incurriera gran parte de la familia Madrigal (Isabela y Luisa, por ser hermanas de la protagonista Mirabel, tienen otras oportunidades de lucirse), de forma que Bruno sirve para escuchar sus voces y sus percepciones exclusivas. Es decir, que cada Madrigal da una versión del tema de la canción. De quién es Bruno, y por qué ha abandonado la casa.

Supuestamente, claro. Escuchada en retrospectiva, No se habla de Bruno da pistas de que Bruno sigue habitando la casa (Dolores, la prima con superoído, dice que aún cree “poder escucharle”), y desde luego entrega la impresión de que ninguna de estas versiones es justa con el tío Madrigal… porque ninguna de ellas es 100% cierta. 

Bruno vendría a ser algo así como el Rashomon de los musicales: un encadenado de versiones de unos mismos hechos, que se confunden entre sí y se quedan lejos de contar una única verdad. La canción no puede ser más moderna, ni tener un vehículo animado más espectacular. 

Bruno contra las oruguitas

Lo que distingue a We Don’t Talk About Bruno de Let it Go no es solo que se trate de una canción mucho más elaborada y coral, sino también cómo la música se relaciona con las imágenes. Let it Go triunfó por la melodía y por el poder evocador de su letra, de acuerdo, pero todo en ella apuntaba a que estaba en los planes de la Casa del Ratón que acogiera un recibimiento de esa naturaleza. 

Al fin y al cabo, y como sucedía con el 100% de las películas de Disney en 3D antes de Encanto, la secuencia donde sonaba estaba concebida como un videoclip al uso.

Esto es, una set pièce muy calculada, siguiendo la gramática habitual de protagonista expresándose, que tiraba de una escala de planos muy clásica y susceptible de ser recreada por personas reales sin que el lenguaje cambiara excesivamente. 

Esto no pasa con Bruno, y a continuación habría que hablar de por qué Encanto, en opinión de muchos (está bien, en opinión de quien firma estas eufóricas líneas y lleva obsesionado con la película desde que la vio en el pase de prensa), supone un giro tan sorprendente en la forma de Disney de cultivar el musical.

Fotograma de 'Fantasía'
Fotograma de 'Fantasía'
Disney

Desde que se pasó al 3D, la Casa del Ratón se había visto obligada a reducir la escala de sus números, por requisitos técnicos. Lejos quedaba la pretensión de Walt Disney de aunar música e imagen animada en un conjunto monolítico, en una experiencia absolutamente insondable que trató de conseguir originalmente con el ambicioso experimento de Fantasía, allá por los años 40. 

El fracaso en taquilla consiguiente hizo que dichas ambiciones se matizaran, pero que el 2D fuera alejándose del estándar animado acabó provocando que la inventiva a la hora de concebir visualmente los números descendiera aún más.

Los musicales de animación en tres dimensiones de Walt Disney Animation apenas habían querido hasta ahora refugiarse en la abstracción, ni desafiar el medio animado en lo más mínimo. 

Hay excepciones como algún número muy logrado de Vaiana (donde, mira tú por dónde, también estaba envuelto Miranda), pero el toque Frozen era la norma, hasta el punto de que su secuela se permitiera ironizar sobre ello directamente. Lost in the Woods era, así, una parodia en toda regla de un videoclip de balada noventera.

Pero Encanto ha roto con este encorsetamiento. Todos sus números tienen una velocidad apabullante, una imagen rebelde que exprime al máximo las posibilidades del medio, y esto es algo que se nota en Bruno como se nota en Waiting on a Miracle (desarrollado por entero en el tiempo que dura el flash de una cámara de fotos), Surface Pressure (cuyo máximo referente nos devuelve a la edad dorada del 2D; es decir, a los delirios apadrinados por el genio de Aladdin), o What Else Can I Do?, ideada como una sinfonía de colores que invoca el discurso lisérgico de Yellow Submarine o Belladonna of Sadness.

Es posible que nada de esto explique inequívocamente el triunfo de Bruno, pero es esta expresión visual la que a buen seguro ha garantizado su seducción en la audiencia. La necesidad de los espectadores de bromear, de jugar con su caudal de imágenes, refrendan el hito que es Encanto, y su conexión con las letras y melodías de Miranda han terminado de conjurar el fenómeno. Nadie en Disney sabía hasta dónde podía llegar, y prueba de ello es lo que ha pasado con Dos oruguitas, la balada acústica que nos cuenta la trágica historia de la abuela Alma.

Mirabel cantando 'Waiting on a Miracle'
Mirabel cantando 'Waiting on a Miracle'
Disney

La Casa del Ratón decidió hacer campaña en el circuito de premios con este tema, y no con Bruno. Los motivos son sencillos: más allá de lo importante que es para el desenlace, que sea la única interpretada al 100% en español (y maneje una figura tan resonante como las oruguitas y las mariposas, asociadas al realismo mágico y al colombiano Gabriel García Márquez) ha fundamentado la decisión de venderla en detrimento de Bruno

Dos oruguitas fue nominada convenientemente al Globo de Oro a Mejor canción original, y lo perdió. Luego, como no podía ser de otro modo, ganó el Oscar.

No deja de ser una lástima puesto que todo Internet adora We Don’t Talk About Bruno, pero la canción ya acumula tantos logros como para que un Oscar se le quede pequeño. Y, como Dos oruguitas también es estupenda, no nos queda otra que seguir celebrando la era de Encanto. La mejor (y aquí vuelve a aflorar el chiflado que esto firma) de las eras posibles. 

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