Un implante cerebral cambió la vida de estas personas... hasta que les obligaron a retirarlo

Los chips que se implantarán en los cerebros de personas con enfermedades neurodegenerativas que afecten a la movilidad ya están listos para probarse en humanos.
Neuralink

Elon Musk quiere introducir con Neuralink un implante cerebral para ayudar a personas con enfermedades neurodegenerativas que dan lugar a problemas de movilidad. Recientemente, su empresa obtuvo la aprobación de la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos de EEUU) para realizar pruebas con humanos. Sin embargo, realizar estos injertos tecnológicos en el cerebro es un tema que se ha puesto en tela de juicio por su ética y lo que supone una posible extracción futura.

Una de las principales preocupaciones son los problemas que pueden surgir si el proyecto termina cancelándose y se deja de dar soporte a la tecnología, ya que retirar el dispositivo del cerebro sería complicado y duro para los pacientes. Esto no sería la primera vez que ocurre con un aparato integrado en el cuerpo humano. El año pasado, en 20BITS, hablamos de la empresa Second Sight Medical, que dejó de actualizar sus ojos biónicos y sus clientes dejaron de ver de nuevo. 

El implante cerebral de Musk no será el primero que se pruebe en humanos y, por ello, la FDA tuvo sus reticencias en aprobar sus ensayos.

La historia de un implante para recuperar la movilidad retirado

Ian Burkhart se lesionó la médula espinal a los 19 años por un accidente mientras buceaba estando de vacaciones. Por ello, quedó tetrapléjico, con poco movimiento en sus brazos y ninguno en sus manos.

Para conseguir algo de independencia, decidió ofrecerse como voluntario en un ensayo clínico de un implante cerebral hace nueve años. Fue en 2014, cuando tenía 24 años, y tuvo que pasar por una recuperación de la cirugía y aprender a usarlo.

El dispositivo le permitió a Burkhart mover de nuevo su mano y los dedos, tras un tiempo sin poder hacerlo. "Comenzamos solo siendo capaces de abrir y cerrar mi mano, pero terminé pudiendo hacer movimientos individuales con los dedos", recuerda. Según cuenta, llegó a controlar su fuerza de agarre y jugar al Guitar Hero.

Burkhart asegura que le dio "mucha esperanza para el futuro". Lamentablemente, el equipo comenzó a tener problemas de financiación a los cinco años y le dijeron que tendrían que retirarse el implante.

Al joven le aseguraron que más tarde, cuando recuperasen la financiación, podrían volver a colocárselo, pero Burkhart no lo veía viable: "Es un gran riesgo quitar el dispositivo y luego volver a colocarlo". Él siguió con el implante hasta 2021, cuando comenzó a desarrollar una infección en el punto en el que el cable se unía al cuero cabelludo. Entonces, aceptó que se lo quitasen.

"Cuando tuve mi lesión en la médula espinal por primera vez, todos me decían: ‘Nunca podrás volver a mover nada de los hombros hacia abajo –rememora-. Pude restaurar esa función para luego volver a perderla. Fue realmente duro".

Junto con otros voluntarios, Burkhart ha comenzado a formar parte de la Coalición de Pioneros de BCI. Ellos defienden la investigación para aplicar la tecnología para ayudar a personas con discapacidades, pero creen que se debe exigir a las empresas a que establezcan algún fondo para apoyar y cuidar a los voluntarios en caso de que los ensayos clínicos salgan mal.

Un implante para la epilepsia retirado 

Rita Leggett era una mujer australiana a la que se le implantó un dispositivo experimental que pretendía ayudar a personas con epilepsia. Como con Burkhart, el implante cambió su vida para, después, terminar retirándose en contra de su voluntad, por el quiebre de la empresa que lo investigaba. 

Ella asegura que fue como si le robasen "la nueva persona en la que se había convertido con la tecnología". Leggett había sido diagnosticada con epilepsia crónica severa con tres años y de forma rutinaria tenía convulsiones que dificultaban su día a día. Cuando se ofreció como voluntaria para el ensayo clínica, con 49 años, su vida cambió; cuando la firma cerró, su vida volvió a cambiar. 

Con la intención de mantener el implante, Leggett y su marido trataron de rehipotecar su casa, para comprar la empresa. Eso le permitió durar más con el dispositivo y ser la última en tener que quitárselo, pero finalmente lo hizo, en contra de su voluntad.

"Nunca más me he sentido tan segura y protegida... tampoco soy la mujer feliz, extrovertida y segura de mí misma que era -asegura la mujer-. Todavía me emociono pensando y hablando de mi dispositivo... Me falta y falta".

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