¿Por qué tenemos hambre? Regular el apetito y la saciedad para combatir la obesidad

  • El mecanismo que regula el apetito puede estar afectado por muchos factores.
  • Las horas de sueño, las horas de luz artificial, el calor de las calefacciones o el consumo de anticonceptivos, antidepresivos y ansiolíticos.
  • Vivimos en el sedentarismo: no hay un alimento al que culpar de la obesidad.
  • A mayor número de horas delante de la televisión mayor tasa de obesidad.
La mala alimentación genera obesidad y ésta puede acabar en diabetes.
La mala alimentación genera obesidad y ésta puede acabar en diabetes.
FLICKR/tony.evans
La mala alimentación genera obesidad y ésta puede acabar en diabetes.

El desajuste del termostato biológico que media entre el apetito y la saciedad está detrás de la obesidad. Es un sofisticado mecanismo que conecta el cerebro con el aparato digestivo y la grasa corporal y en el que influye el equilibrio de un conjunto de hormonas, como la leptina.

El apetito no es sólo cuestión de fuerza de voluntad o de una simple sensación que dependa de tener el estómago lleno o vacío. La obesidad y el sobrepeso son fruto de múltiples factores: genéticos, ambientales, emocionales, biológicos…

“Hay una intercomunicación directa entre la grasa y el cerebro. El tejido adiposo, que antes pensábamos que era poco activo, ahora sabemos que libera muchas hormonas, como la leptina, que en teoría es la hormona de la saciedad”, explica la doctora Pilar Riobó, jefe del Servicio de Endocrinología de la Fundación Jiménez Díaz de Madrid.

Cuando la grasa corporal aumenta se libera leptina en el flujo sanguíneo, una especie de alerta que llega al cerebro y que indica que el cuerpo tiene ya reservas y se reduce el apetito. Por el contrario, cuando el nivel de grasa baja, llega menos leptina al cerebro y el hambre se incrementa. “Los niveles de leptina en el cuerpo están en relación con la masa corporal”, apunta la endocrina. Las personas obesas, explica, tienen niveles altos de leptina, lo que ocurre es que muestran una falta de sensibilidad a esta hormona en los centros nerviosos.

No sólo es la leptina la que afecta a las ganas de comer. Otras hormonas también forman parte de este mecanismo de equilibrios. Así, la grelina es la hormona que segrega el estómago cuando se queda vacío y la que envía la orden al cerebro de que sentimos la necesidad de ingerir alimento. Los niveles de grelina aumentan antes de las comidas y disminuyen tras comer.

Otra hormona que tiene mucho que ver es la colecistoquinina. La segrega el intestino delgado cuando los alimento llegan desde el estómago y es la que da la señal de dejar de comer. También afecta al núcleo estriado, la zona del cerebro que controla la ingesta. Por ejemplo, la gente que come de forma compulsiva puede tener una alteración en la señalización, necesitan comer más para mantener esa función adecuada.

Factores externos y hábitos de vida: el peligroso sedentarismo

El mecanismo biológico que regula la saciedad y el apetito puede estar afectado por múltiples factores. Uno de ellos son las horas de sueño. Si una persona no obesa disminuye su tiempo de descanso nocturno puede alterar su equilibrio hormonal aumentando la grelina y disminuyendo la leptina.

También influye el número de horas de luz artificial, la acción térmica de las calefacciones que disminuye la activación del tejido adiposo o algunos fármacos como anticonceptivos y, sobre todo, antidepresivos y ansiolíticos que favorecen el aumento de la ingesta. “El uso de antidepresivos en nuestra sociedad es altísimo, vivimos estresados. Somos una sociedad infeliz, muchos utilizan la comida como ansiolítico”, apunta la endocrina.

Hay estudios que demuestran que a mayor número de horas delante de la televisión mayor tasa de obesidad en la población. Y especialmente en niños que abandonan los juegos en movimiento por la tele o por el ordenador. “Se ha concluido incluso que cuando se reduce a la mitad el número de horas frente al televisor, disminuye el peso corporal”, apunta Pilar Riobó.

El estigma del sedentarismo en una sociedad que pasa horas en una silla en su horario de trabajo, que camina poco, que tiene una gran influencia de la publicidad donde abundan los mensajes para consumir alimentos más calóricos que sanos y a la que los avances tecnológicos le permite tener todo a tiro de teléfono inteligente, sin moverse. “Se trata de un ambiente obesogénico, sedentario, no hay ningún alimento al que podamos culpar directamente de la obesidad”, señala Riobó.

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